Liliana Heer

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©2003
Liliana Heer

El sol después
Comienzo del tercer  capítulo “Ima Dana”
Paradiso Ediciones, 2010

 

IMA DANA

 

HAY DÍAS, dice la canción.
Con velos de niebla, turbio el paisaje que araña el viento,
eso no dice.

Los gustos imperceptiblemente se imponen.
Dejamos la barcaza al amanecer. La idea es ir a la ciudad grande, caminar por las calles del barrio antiguo, ver las farolas encendidas.
Celebrar.

Uno de mis padres me contaba:

Nací en Belgrado.

No dejes de visitar a la familia cuando viajes, el edificio sigue en pie, es cuestión de ascender por escaleras hasta el quinto piso. Al decir mi nombre volarás por el aire, no conozco mejor manera de llegar al fuerte turco, Kalemegdan te espera. Trata de memorizar lo que digo. Desde mi ventana verás el fortín como si fuese de utilería. Cuando me enamoré de tu madre, la fusión del Danubio y el Sava me incitaron a raptarla. Si dos ríos pueden mezclar sus aguas, ¿quién impediría mezclar nuestra sangre?

Miente, decía ella.

Es cierto, nadie te expulsará. Antes de que te sientes a la mesa tendrás un plato con sopa de cordero y si hace frío los pies cubiertos por escarpines de lana. Aunque tengas los pies más grandes que la abuela, ella empezará por creer que recién has nacido, querrá que le cuentes las travesuras del hijo mayor.

Miente.

Es cierto, soy huérfano de madre. Fui criado por una giganta o eso me pareció al ser sietemesino. Tuve que encontrar subterfugios. Era un escalador de tapiales, los hombros de mi padre altísimo sostenían a su frágil garrapata. Todavía debe estar feliz de haberme perdido. Era demasiado contraste. Los primeros meses le escribí cartas, seguramente las guardó en la vitrina del escritorio. Él se entretenía como se entretienen con manualidades los hombres que se aburren.

Miente.

Es cierto, tu abuelo era funcionario del gobierno, no tenía un minuto libre, viajaba todos los meses, era el embajador más respetado de Yugoslavia, siempre conseguía todo lo que todos necesitaban. Cosechaba honores, hermosísimas prebendas, condecoraciones, discursos. Tantas medallas, blasones, palabras entraban al quinto piso y salían por las ventanas que la gente se aglutinaba para obtener autógrafos, ansiosa de codearse con sus oropeles.

Miente.

Es cierto, debo admitirlo sin sentir una chispa de vergüenza. Éramos dignos pobres de un bello régimen acostumbrados a nadar en la abundancia del humor y la poesía. Soy hijo de la hembra del tiburón, mi apetito es camarada de tempestades.

Miente.

Dije tiburón, pero podría cambiarlo por otro pez vagamente erótico y menos voraz. Podría también lustrar mejor mis inventos. Digan lo que digan las mentiras tienen mucho de real. Esta vez tu madre va a darme la razón, no la rapté pero hubiera querido. La conocí del otro lado del océano, bien al sur del más sur de los nuevos continentes. Guerrillera, perseguida, refugiada, enigmática y brillante. Su delgadez era tal que ceñía su cintura con mis manos. 

Miente mejor.

Tengo memoria del contrapunto, ensayado en mi ingenua visión   para divertirme. Algunas veces ella contaba y otro desmentía. Alternaban versiones espontáneas con extensos interrogatorios.
Cada padre una historia.
Todos creían en su oportuna paternidad.
El origen, las ciudades, los oficios, los amigos dependían del instante. La suerte circulaba, se desvanecía, efímera, separada de sus consecuencias. Siempre estábamos en otra parte. Hasta el más cruel de los sucesos era disuelto por algún miembro de esa comuna, improvisada para sostener una célula libertaria.
Aprender era consigna: los términos, las magnitudes, las sustancias ingresaban al vocabulario cotidiano. Por ejemplo, ciento quince gramos de dinamita en un tubo con ambos extremos obturados, el dedal provisto de mecha y la bandera negra.
Mi audacia seguía el curso risible de la ignorancia ignorada: técnica de martilleo y experimentación. Precozmente aprendí los sentidos de una fuga. También, sin ningún patetismo, alguna vez supe que tampoco ella era mi madre.
Había sido adiestrada en el criterio:

Madre, ¿quién eres?
Una fuerza que siempre practica el bien
y siempre quiere el mal.
     

     DE PRONTO NADA ES COMO ANTES

           PRIMERO AVANZA EL FUTURO

            LUEGO CAMBIA EL PASADO

              SE CARGA DE PELIGROS

              LO QUE TODAVÍA ESPERO

Abandonamos el agua, la silueta de la barcaza empequeñece. Una miniatura.  ¿Cuánto resta de viaje?
¿Un tercio?