Liliana Heer

Reseñas


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©2003
Liliana Heer

Reseñas sobre El sol después

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Una fogata encendida por mí
Por Sandra Cornejo
Impresiones luego de la presentación
en el Centro Cultural Islas Malvinas
Mayo de 2010

 

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Un remolino: cómo descorrer, en medio, velos, cauces, pasadizos. Cómo entreabrir  y deletrear un código que borra el estado de zozobra (usual estado que se borra). Cómo,  en el vórtice, recortar la luz, ofrendarla. Inhalar, exhalar, “sístole, diástole”, en el borde. Espacio. Silencio. En medio, dispersión, fuga. Y otra vez, inicio.
Cómo puede ser un sol después de ser un sol, nos preguntábamos. ¿Frío, hueco? ¿O puede ser el de las brasas de cualquier fogata encendida por ella en donde estemos a su alrededor? Anahí, Adrián, Ariadna, Mario, Rubén, preguntándose. Cada uno con su propio alfabeto, su versión. Yo, mientras escucho, arropo el sol desnudo del después. Incandescente, cada uno a su modo camina sobre rías. Rota claridad sanada. Pasajes como puentes colgantes teje la que atiza la palabra, sogas que no atan, no pesan.
Lo dijeron, lo sentimos también: hay libros que parecen un film, hay films que parecen un libro, y más precisamente, hay libros y films que son poemas. No importa el soporte: ellos son ésta era, la posterior a la era de  las máscaras: todo lo dicho se evidencia desnudo, a la vista, descarnado.
Desplazamientos: una zona que no se narra (lo invisible del texto) bulle detrás; en el envés de los trompos de la trama, el paisaje: mar, ruinas, cuerpos, minas. Vida.
¿Qué es el amor? ¿Es “saber la cara” que el amado tiene antes de ver la cara del amado? ¿El amor es morar en un no-sitio, una barcaza, una rosa de los vientos a merced del viento, entre canales vaciados? Caer no es más que la ausencia de suelo. Tocar, rosar un otro, fundirse en lo otro, es recuperar un suelo: el aire de todas las corrientes, el amor.
Desgarradura, laceración que no lacera; hubo o habrá un sueño, un reflejo, un remedo de “invisibles trazos”, el revés, enumeración sinfín, sin fin, en el comienzo. Sol.
¿Qué escribe Liliana cuando escribe? ¿Quiere acaso pulverizar la frase para que la palabra por sí sola se sostenga? ¿Quiere que desaparezca la señal y quede en su sitio un sonido susurrando como una melodía? ¿Qué sustento no busca en ese hilván de “casas rodantes” donde “ninguna indulgencia” sustenta?

Sombra de sombras, proyecciones que se reflejan en una pantalla sesgada donde lo irreal es posible, y el amor, en su precaria fugacidad, inalterable.
Escribe nuestra Diamela (la nuestra de todos nosotros) “Y ahí, en esa descompostura, encuentro el centro del amor. Comprendo ejemplarmente que el objeto amado es siempre un invento, la máxima desprogramación de lo real y, en ese mismo instante, debo aceptar que los enamorados poseen otra visión, una visión misteriosa y subjetiva. Después de todo, los seres humanos se enamoran como locos. Como locos...”
Así de poco cuerda, Liliana escribe. Corporiza un libro para donarse luego, desvanecerse; como un sonido, suave, suena, en otro sitio, dentro. Sus personajes/personas, en el incierto devenir,  devienen,se dan, se entregan. “Formas de levitar”, “tiempo diferido”. ¿Un cicerone, dónde? ¿Serbia, aquí? Cyborg, mitad. ¿Mitad de quién? El deseo, el deseante cuerpo deseado, punzada que vivifica; y amor, el sabio fuego que no quema, después.
No, ni el sol ni el baterista sufren –pienso en torno a las brasas- resuenan “en el arco de un violonchelo”. Lírica de la continuidad. Un sol, y luego, un sol.

Aquí La Plata

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