Liliana Heer





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Liliana Heer

Reseñas sobre Neón

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Neón, de Liliana Heer
Por Juan Fernando García
Crítica de la Argentina
31 de marzo de 2008

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Hay narraciones que admiten en su trama la sutileza de la palabra poética; o las que hacen de esas tensiones su estilo. En rigor de verdad, podríamos hablar de "prosa poética", para rotular cómodamente un gesto incómodo. Hablar de géneros cerrados –en tiempos en que se reflotan las discusiones teóricas sobre su disolución– quizás no sea pertinente, cuando el riesgo formal habla a las claras de otro tipo de búsqueda, de otras interrogaciones al hecho narrado y, por ende, a los múltiples sentidos que todo poema evoca.

En Neón, el nuevo libro de Liliana Heer (nacida en Esperanza, Santa Fe), se entretejen poesía, narrativa y drama, donde los personajes son articulaciones discursivas, y la palabra es portadora de sentidos nuevos, musicales, y a la vez de un rigor estilístico que no decae, no se regulariza y aparecen escenas que parecen escritas para ser declamadas. La tragedia se cuela entre los momentos de alto lirismo y narratividad clásica.

La historia que se cuenta en Neón, los hechos que se suscitan, tienen como protagonistas a "el Viajante", "la Costurera" y "el Tutor", nombres asumidos como caracteres que van mutando, que ejecutan con brutal desgarro la dominación de los otros. Iluminadas por esa inquietante luz fría de los neones en los lugares cerrados, las acciones son expuestas de una extraña forma objetiva que recae en versos lacerantes. "¿Cómo disponer la trama propensa a lo concreto/ en una superficie sin límite?", se pregunta el narrador.

Dividida en tres partes, la breve novela expone las peripecias de tres personajes que se van desdoblando, que son uno y otro a la vez, que hacen de su historia particular un mundo en sí mismo. Podríamos pensar en un juego de roles que conlleva rivalidades, mentiras y traiciones. "Quizás todos sean dos y no uno", se nos aclara, cuando ya sabemos que víctimas devienen victimarios y el "Narrador" aparece bajo la máscara nada reductible de un alquimista. La "Costurera" será la "Celadora" y el "Tutor", "Alcaide" de una cárcel. Una historia oscura como la oscuridad del pasado argentino. La historia nacional como un tapiz donde también se borda lo real.

Las posibilidades de lectura que abre un texto de esta naturaleza participa de los géneros que evoca. Entonces, las metáforas de la costura: tramas, tejidos, hilvanes de una memoria que, adheridas al espacio cerrado de la prisión, ficcionalizan con una gran originalidad el horror.

Libro extraño y encantadoramente atractivo, Neón reclama un lector meticuloso que pueda desandar el camino de esas texturas: leer la narración como tal; atender a las musicalidades que el ritmo de todo poema suscita; subrayar las marcas dramáticas que se puntualizan. Entrelazado, con maestría y vuelo, a una apuesta temática nada sencilla, el libro de Liliana Heer redunda en calidad y belleza: dos categorías que se encuentran, la más de las veces, por fuera de un catálogo editorial masivo.


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Dentro de la literatura argentina, no son escasas las obras en apariencia narrativas que hacen de los usos de la palabra poética su apuesta riesgosa. El más refinado cultor de la "escritura poemática" es Néstor Sánchez, quien produjo alguna de las páginas narrativas más luminosas en lengua castellana. Ejemplo de ello es Cómico de la lengua, que hace de esos usos su vía de conocimiento y su pregunta en abismo. También, destacan: Trenzas de Susana Szwarc; Viento del Noroeste de Hugo Savino; Diálogos en los patios rojos de Roberto Raschella y Tránsito es nombre de Claudia Schvartz. Todas, obras ineludibles.


Así escribe

"Ella siguió teniendo pesadillas hasta mucho después que el Tutor la trasladara a una de las casas del complejo penitenciario por la comodidad de la distancia. Sólo tenía que cruzar una calle, aunque no debe haber sido por comodidad, terminó mudándose con la Niña para espiar cada movimiento, no fuera que alguien se la quitara o ella escapase con el encargado de la caballeriza con quien pasaba horas entre el olor a orín y los fardos de heno. Siguió con pesadillas, eso no pudo cambiar, ni suprimir como suprimió los gritos y lloriqueos; todo lo que dependiera de su voluntad ella lo hacía."

 

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