Liliana Heer

Narradores

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©2003
Liliana Heer

Memoria interior
Por Liliana Heer
sobre Patas de avestruz de Alicia Kozameh
Alción Editora, 2005



“Y cómo
Calmar con frases
Lo que gemía
Ya no tengo

Vértigo
Ante una olla vacía
Todo está
Sumiso
Ya no

tiemblo...”

Peter Handke
Kaspar


Escribir más allá de lo que se escribe, entre líneas, fuera del margen, desde los recovecos de la primera infancia y más atrás, desde el relato fragmentario de lo que hubiera sido, lo que ya no podrá volver a ser. Sumergirse en el inevitable caos de la comparación, encontrar y perder los rastros de la semejanza, la diferencia, el parecido, los decires, sus huellas. Atravesar el espejo de la miseria orgánica, el cuerpo, la familia, el orden de la necesidad, los estigmas de la repetición. Esto narra Alicia Kozameh en Patas de Avestruz. Una novela inolvidable sobre la desnudez, el malestar, la fraternidad, el dolor que enloquece y la ilusión de crear. Una novela que responde al espíritu de Kafka cuando afirma: “Un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos dentro”.

Voy a empezar por lo que no hay.
No hay epígrafe. Qué podría llegar a significar su ausencia si es casi una constante en la obra de Kozameh. La excepción pertenece a 259 Saltos, Uno inmortal; no obstante, el epígrafe de Lou Reed que figura allí está emplazado en un sitio inusual, a espaldas de la dedicatoria, en espejo a la primera página de la novela y se lee como expresión de aliento, incitación al vuelo:
         Hey baby, take a walk on the wild side! 

Con respecto a Patas de avestruz, la ausencia de epígrafe me llevó a la siguiente conjetura: la autora eligió entregarnos el espacio textual como una jaula cárcel nicho lugar de clausura sin pistas para que funcione de caja de resonancia; es decir, para que la novela dialogue “espontáneamente” con otros libros, otros autores y ante todo con ese pliegue humano en el que lo inhumano se torna ley. No es frecuente, por varias razones, que un escritor incorpore a un personaje al que “la suerte de la naturaleza” no le haya sido dada, y alrededor de esa marca se debata la trama poética y política de la escritura. Faulkner en El sonido y la furia instala el paradigma de la tensión entre el poder y sus límites creando un personaje que no puede parar de llorar cada vez que deja de ver a su hermana. Han pasado muchos años, Benyi llora, se desespera, clama, insiste, evoca, se encapricha; bajo el signo de la minusvalía, la irracionalidad del retraso, el corazón de roca que yace en la estructura de una reprimida y represora familia del sur se desgrana. Un adulto condenado a vivir siempre niño y el púber negro que lo cuida testimonian. De la misma manera, podría mencionar a André Gide, cuya preocupación por los problemas de la justicia y la verdad lo llevaron a fundar la colección “Ne juguez pas” y a publicar, entre otros casos, La secuestrada de Poitiers. Una mujer, reducida por los padres y el hermano a vivir durante décadas en un altillo, sin alimento, afecto ni cobijo. Este tipo de literatura, por su modalidad de tratamiento además de lo acuciante del tópico, expone y constituye un desafío, violenta la moral maniquea, introduce esquirlas de vida en la muerte, quita velos a la muerte para que forme parte de la vida.



Un ojo cámara
Dio la casualidad que en los días que estaba leyendo Patas de Avestruz asistí a un seminario del cineasta mexicano Arturo Ripstein y la guionista Paz Alicia Garciadiego. Recuerdo la insistencia que ellos ponían al referirse a la elección del tema de cada film. Uno de los requisitos para que un film funcione –decían-, es que el tema debe poder resumirse en una sola frase. Hay en Patas de avestruz mucho de cinematográfico, no sólo una lente de piel translúcida que se inmiscuye en lo exterior y lo interior de cada personaje, escena y secuencia, también nos encontramos ante el talento narrativo de una escritora que hace devenir contemporáneas las capas de tiempo, e instala a través de técnicas de montaje una diégesis que excede a la historia misma. ¿Cuál sería la frase que mejor condensa el tema de Patas de avestruz?, ¿y su correlato?
No sé si podré responder a esta pregunta. Por de pronto, mi intención es recorrer distintas zonas del libro, articularlas, ponerlas en tensión y observar cómo operan.



La usina
Patas de avestruz tiene treinta capítulos simplemente numerados. El ritmo de la narración es sostenido a lo largo del libro; la intensidad nunca disminuye, en algunos momentos crece, o crece el compromiso que el lector entabla con los vértices de lo imposible de soportar que plantea el texto. Kozameh logra mantener una alianza crítica con el lector en el universo de la agónica inocente perversidad del destino, gracias al uso de una sintaxis performativa. En el “Debo verla” (palabras con las que comienza el libro), el doblez de la suposición se cristaliza y potencia la premura del imperativo.  

Un patio y el baño son los escenarios del primer capítulo. Hay un narrador en primera persona que encarna la voz de Alcira, la hermana menor y protagonista principal, y otro narrador, también en primera persona, de género masculino, más distanciado, “de casi cuarenta años”, que intenta objetivar, evalúa, describe, recuerda, le habla a la protagonista.

“Cómo es esto de estar vivo me pregunté, con ocho y tan activos años, ojos celestes y una nena vecina que no entendía mi inclinación a la cirugía médica y que estaba en plena posesión de una cosa tan asqueante y llamativa y a la vez tan difícil de mirar como ese ser de pelo oscuro y lacio que era lo que ella llamaba su hermana... Mi panorama era imprevisto, pero magnífico. No cualquiera tenía una amiga como vos, que corría con tanta desesperación y era poseedora de ese fenomenal producto de la naturaleza, esa combinación de facciones humanas y de animales diversos. Ese despropósito.”

Ambos narradores convergen en una doble cita con el sexo y la muerte. El azul del cielo mortificado dibuja el punto de vista de niños envejecidos por la intensidad de la experiencia, esforzados por recordar, atrapando imágenes, sensaciones, juicios.

“Esa hermana sin clítoris que tenías. Con clítoris de papel. De mica. De aire. Con clítoris de hojas secas.”

Entre una y otra voz, separada por asteriscos y en bastardillas, se lee el dialecto de la hermana enferma. Sus pedidos en media lengua se insertan desde el inicio, insisten, exigen, oprimen. Permanente e insaciable, la necesidad de Mariana. Su cuerpo, expandido en las miríadas de cada movimiento, se agiganta y contrae, palpita a través de las páginas. El hambre, la sed, la vida nuda domina y ante lo inconmensurable de esa desnudez Alcira se refugia, encuentra el cuerpo  de un placer que excede la necesidad:

“Y desde allí (el baño) debo imaginarlo todo. Debo mirar el borde elastizado de mi bombacha, sumida en una distracción fundamental. Sujetas las piernas por los elásticos, las ganas de desprenderme de la atadura, la tentación de las piernas liberadas y la alegría de la bombacha en el suelo, más o menos alejada de mí, lo suficiente como para experimentar una satisfactoria movilización de calores en los pies –debo apretar los dedos, soltarlos, estirarlos, debo mirármelos-, en las rodillas plegándose y abriéndose, en los muslos apretados contra el borde de madera pintado de blanco, un poco descascarado, en la pequeña concha blanca y sin pelos, lisa y tibia, donde se hacen una la sensación de dulzura física y oculta con la del cosquilleo de alivio que, al salir, va provocando la orina”.

¿Y si no hubiera sido así?
Giorgio Agamben, en su ensayo sobre Bartleby analiza la figura de la contingencia, basada en los principios de Aristóteles (Etica a Nicomaco) de irrevocabilidad del pasado (Con respecto al pasado no hay voluntad) y necesidad condicionada (La fuerza de la contingencia limita al ser en acto). A partir de esta fórmula, contemplando la contradicción que existe entre dos realidades opuestas en acto, trabaja la voluntad no tanto como decisión sino como experiencia de elección y despliega el pensamiento de Scotto: “No entiendo aquello que no es necesario ni eterno, sino aquello cuyo contrario hubiese podido acaecer en el mismo momento”...”aquellos que niegan la contingencia deberían ser torturados hasta que admitan que también hubieran podido no ser torturados”. Bordeando este núcleo, Kozameh narra la experiencia constitutiva e irreductible de deber y no deber, poder y no poder, querer y no querer. En un fragmento de la novela, la contingencia de lo acaecido y el enunciado de los futuros contingentes se presentifican de manera ejemplar: 

“Ya escuché tanto eso que mi mamá dice a cada rato, de que en el mundo hay de todo, que por ahí también hay de los que quieren acostarse con chicas enfermas. Si eso alguna vez pasara, y si Mariana se quedara embarazada, lo que sí es seguro es que el hijo sería normal. Por eso de que el problema de ella se produjo sólo porque a mi mamá no le hicieron esa cesárea a tiempo, y entonces lo de la asfixia. Si no hubiera sido así, yo tendría una hermana mayor”.

Es difícil no detectar en el planteo de una maternidad sana en el vientre de su hermana enferma, el “milagro del nacimiento” que postula Hannah Arendt. La fraternidad incita a Alcira a sobrellevar ciertas adherencias, suplementos, rasgos; ha vivido la unión, está ligada a su hermana por un vínculo excepcional que la hace vulnerable, frágil, incompleta, en estado de postergación. Sostiene un vínculo que no tiene equivalente en la experiencia humana porque cuando el deseo excede el deseo de un objeto entra en la dimensión de un amor al otro no elegido. Un “cualquiera”, alguien con quien trágicamente comparte el destino y será para siempre un enigma, un interrogante.
Por otra parte, Alcira denuncia el margen de error humano, abre el registro de la condena y lo deja en suspenso. La naturaleza había sido inocente, no hubo degeneración, malentendido, desencuentro molecular, Mariana era normal, fue torcido el curso de la historia por la demora de alguien; la torpeza, el descuido, la ignorancia, la impunidad de alguien.



Coda
La injusticia y los efectos, discriminación, encierro, cárcel, exilio son materia permanente de la producción literaria de Alicia Kozameh, pero hay un plus, me refiero al arte de sublimar, al oficio de escribir, a la capacidad de transformar lo vivido, imaginado o leído en objeto artístico.
Cito el comienzo y final de 259 Saltos.


                                1
”Todo lo que no se recupera...Lo que no se vio hoy no se verá mañana...


                                3
¿Habrá que retroceder, dar uno, dos pasos atrás, y observar los colores?... ¿Habrá que permitirle a la nueva luz el privilegio de otorgar las formas?


                                4
¿O habrá que pelear?


                              259
Se entra y se sale. Se sostiene el mundo con una mano y con la otra se borronean las incertidumbres y las dudas que el mismo mundo nos cortajea en el cuerpo... Punto en el que el aire se decide a ser inmortal.”


Un estilo que es eco de una frase de Pessoa: “La inmortalidad es una función de los gramáticos”. Hacia allí apunta esta escritora que ha conocido desde adentro lo imposible de decir. Venciendo censuras, Kozameh testimonia, da cuenta de la pesadilla, la violencia sin sordina, el dolor que no excluye porque forma parte del instante de la creación.



El ansia
En Pasos bajo el agua, la protagonista relata a modo de regreso después de ser liberada:

“En el momento de defenderme de esa libertad que se me caía encima no pensé, no dije nada. Quizá se me ocurrió que, en todo caso, estaba viva, y que otra alternativa para ese instante hubiera sido la lluvia. Nada que no se le pudiera ocurrir a otro. Cruzar con lluvia el espacio entre el portón de la cárcel y el micro del ejército. Tres pasos bajo el agua: bueno para algún título, si estuviera contando esta historia”.

En Patas de avestruz, la salida de la protagonista después del entierro de la hermana, al que no asiste porque otra es su forma de decir adiós a un ser amado, es escribir un relato. Una historia que es la historia misma de la novela y guarda relación como en el cine dentro del cine con las escenas, los personajes, y la media lengua: una pantalla partida por el hallazgo de la crueldad y la belleza del sentir que implica el tiempo recobrado.

Texto publicado en Escribir una generación, Alción Editora, 2005.

Texto publicado en la Revista Apofántica nº2, Mar del Plata,
febrero de 2005.