Liliana Heer

Narradores

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Liliana Heer

 

 

 


Contra la venganza
Por Liliana Heer
Texto leído en la presentación de la novela
A cuántos hay que matar de Reynaldo Sietecase, en la 36º Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, miércoles 5 de mayo de 2010



Autor, título, editorial, tapa blanca con pájaros negros -los pájaros sabios que pueblan nuestros sueños, según Alejandra Pizarnik-, dos epígrafes: aseveración chandleriana “El hombre es más noble que su suerte”
y humor Sthephen King. Los reyes se juntan.
La reiteración del título en boca del abogado Mariano Márquez  -de acuerdo a las palabras del autor: “un intruso perteneciente a su novela anterior”- abre y cierra el primer capítulo.

El antes y el después
Estamos en penumbras en el palacete de Federico Bauer, nos envuelven volutas de humo, se negocia  -neocapitalismo al mango. Los personajes saben lo que hacen aun cuando la circunstancia sea excepcional.
Scanner narrativo: los gestos del vengador -un burgués a quién le raptaron y mataron al hijo- y los de M. M. -dispuesto a heredar por dinero la ejecución de una venganza- se contraponen. Furia controlada vs. cinismo contemplativo. Hay esgrima verbal, diálogo en campo nevado, tonos neutros.
El narrador -un periodista del que iremos sabiendo que ama el oficio hasta el extremo de sentir la elección de ese oficio un segundo nacimiento- galopa por interiores y exteriores acentuando el funcionamiento y la evolución de la historia con numerosos recursos. Buen amante de relatos policiales, Reynaldo Sietecase construyó su propia versión del género acordando -por intuición más que por disciplina pedagógica- con preceptos de teóricos excepcionales. La marca del enigma característico del policial clásico inglés insiste en la curiosidad del periodista. Quiere saber el por qué de la negación a la libertad del último de los condenados, así como en la infancia no toleró la preferencia de un pájaro gil, el  jilguero de su tía Dorita a quien terminó matando y enterrando en una maceta por no querer huir.
De la escuela francesa - siguiendo las oportunas observaciones de Jaime Rest en su ensayo “Crímenes de biblioteca”-, el visitante del presidiario  toma la sencillez y simpatía del método indagatorio de Maigret, protagonista de los relatos de Georges Simenon. Desliza frases con argucia cada vez que entrevista a Patricio Ramos en la cárcel de Devoto. Despierta su deseo de contar y contar las razones por las cuáles después de haber cumplido una condena de nueve años prefiere seguir encerrado. Le promete publicar la entrevista con las claves de participación en el siniestro.

El cuarto término
Sietecase, no sólo privilegia la trilogía víctima-lugar-asesinos, pone el acento en un cuarto término: lo social, la Ley, el Estado. Porque hay Estado hay novela, dice Macedonio, o bien, podríamos afirmar: Porque hay novela hay Estado. Es innegable que la política y la ficción tienen numerosas intersecciones. Los espacios elegidos para el despliegue de la acción incorporan a todas las clases sociales, oscilan de los barrios de elite a la Villa, de un cabaret próximo al mercado de San Telmo -donde Patricio Ramos conoció a Katia, “la rusa”, única mujer a la que amó y por la que hubiera dado la vida como está dispuesto a dar los años que le quedan- al Hotel Alvear, de Constitución al cementerio de Recoleta.
A M.M. le gusta pasear por las tumbas ilustres: “Algunas parejas eran deliciosas: Manuel Borrego y su fusilador Juan Lavalle; Domingo Faustino Sarmiento y Facundo Quiroga; Bartolomé Mitre y Juan Manuel de Rosas; Leandro Alem e Hipólito Irigoyen; Pedro Eugenio Aramburu y Eva Perón. Doscientos años de historia en un cónclave democrático al que sólo asistían gatos, turistas y almas sensibles como la suya.”
El cuarto término implica lo anteriormente expuesto, la denuncia de los renuncios típicos de policías, funcionarios, profesionales, jueces, familiares y toda la red de contaminaciones observadas en el devenir cotidiano de una gran ciudad. También implica -y este giro quiebra la consabida entereza del modelo Philip Marlowe- la vulnerabilidad existente entre el sacrificio que supone trabajar para ganarse una media/luna y el atajo de ser corrupto.

Los asesinos se duplican, la estructura serial de la novela exhibe un primer crimen en el que intervienen tres. Estos tres tristes tigres prisioneros están por obtener la libertad condicional. Serán carne a vengar por Got, un matador subcontratado, tan alemán que si tuviera una t más sería Dios.
En palabras de King –referencia al epígrafe: “Cuando Job perdió su casa, su familia, su hacienda y todas sus propiedades, se arrodilló y le preguntó al Señor, -¿por qué, por qué a mí? Y el Señor le respondió: - No sé, no me caes bien”. 
Bauer no es Dios y está lejos de sentirse arbitrario. Ley del Talión in progress.  Volveré sobre esta certeza.
Los tres primeros capítulos comienzan con una pregunta. Interrogar es una pasión que no viene sola: médula y estandarte del oficio periodístico, está acompañada de hipótesis, anexos, tópicos que incitan a devorar páginas.
Hay una multiplicidad de tópicos escogidos, dosificados y expuestos con soltura, informaciones que refuerzan el efecto de verosimilitud contribuyendo a desnudar el carácter virtual de la verdad y preservar la estrecha relación entre  razón y sin razón. “Rigor, talento y una dosis de repentismo son la fórmula ideal para un artista. Hay que saber improvisar.” Recuerda Got evocando una de las pontificaciones de M.M.

El azar
Fue un significante pleno en la vida del hijo. La pasión de Alejandro Bauer se expone; en breve, la tesis universitaria de la víctima comienza a proliferar. Un cóctel de suspenso reverbera en la trama y constituye el mayor enigma de esta novela. Como el cadáver es “al plato”, el asesinato ya aconteció y el plato no es un guiso sino un aperitivo –bocados selectos, pequeñas porciones salpicadas de caviar- entre líneas surgirá el siguiente cuestionamiento: ¿El ingeniero Federico Bauer perdió a su hijo por desobedecer y obedecer a los secuestradores acatando sugerencias policiales o simplemente por azar?

Instante de concluir
Cuando terminé de leer A cuántos hay que matar, sentí un trastorno íntimo, una sorpresa sofocante -diría Bataille. Esa superioridad que genera la lectura de lo desconocido, lo inesperado que entra en un pacto sinfín con la fe trágica del escritor que intenta construir un final imprevisible. No dejo de sentir cierta envidia hacia quienes aún no han tenido oportunidad de leer este libro.
Gracias Reynaldo.