Liliana Heer

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©2003
Liliana Heer

 

 

 

Entredos
Por Liliana Heer

Sobre Musas aguerridas de Mario Goloboff


Entre motivo y objeto, el deseo lanza su arpón eludiendo interferencias, atravesando el turbulento caudal que conduce a suponer si no la posesión, al menos la cercanía, el itinerario, el aura de un protagonista, su identidad, el torbellino de la época en juego. Mario Goloboff conjuga documentadas habilidades para desentrañar las circunstancias en las cuales una mujer o un hombre, situados en esa singular posición transferencial del entredos, sin premeditación potencian a su “partenaire” a nivel artístico, a nivel sensible, siempre con un plus marcadamente ideológico. Las comillas en parteneire aluden al vínculo generado por el deseo en su incesante devenir. Se observan efectos circunscriptos no sólo al ritmo, la sintonía, la azarosa convergencia en un mismo proyecto; al leer estas páginas somos partícipes de innumerables pliegues, producto de lúcidas investigaciones que dan cuenta de vidas en acción, inmersas plenamente en el hacer social y sus estallidos.

Aguerrida, ejercitada en la guerra.

Musa, nombre dado a ciertas divinidades griegas.

Título paradójico, reúne el trabajo esforzado, la habilidad técnica al oficio de proteger, además de inspirar.

Aguerridas musas, es un libro que constriñe a pensar en la teoría de las influencias, las identificaciones, los paralelismos;  un libro que incita a prestar atención a la magia del encuentro. Así como el semblante de la belleza conduce a colorear de brillos eróticos a una serie personajes, a través del punto de vista, el autor -directa y/o alusivamente- focaliza el intervalo entre semblantes profundizando las tramas, revelando mediante su orientación crítica, fenómenos de censura, discriminación, represión, en una palabra, perforando los discursos maniqueos.

En la pluralidad de liderazgos que Goloboff propone, si bien hay un predominio femenino en la nominación, la figura de ciertos hombres, -siempre en contra del status quo- cumple la función de ensamble y estímulo. En varios casos, son igualmente combativos ellos y ellas. Según Deleuze, “La Y ni establece relaciones ni es una conjunción, realmente. Abraza todas las relaciones, es su flujo, es lo que les permite derramarse más allá de sus límites, más allá de todo lo que pueda ser delimitado como Ser, más allá de lo Uno o el Todo”.

Si de musas tratamos, las hubo en la leyenda. Hijas de Zeus y Mnemosine, el mito de la inspiración concierne a ellas. Fueron primero tres, luego nueve, a las que Hesíodo les dio nombre, Platón suspiró crédulo y enarboló sus poderes; Aristóteles expresó su recelo hacia las musas instalando el acento en el hacer poético: actividad de fabricación absolutamente deliberada. Por su lado, Valéry, buen discípulo de Mallarmé, con su singular estilo, denostó la inspiración, refiriéndose a este fenómeno en dos sentidos, en términos del valor que tiene lo que nada cuesta, y en la glorificación máxima de aquello de lo que menos responsable se es. “La inspiración es la hipótesis que reduce al autor a un papel de observador… Es al lector a quien corresponde y a quien está destinada la inspiración”.

Lejos del bajo costo personal, la glorificación o la pasividad, las “musas” de Goloboff y los sujetos que junto a ellas protagonizan estas historias, son responsables de sí mismos. Incitan a rever, desplegar, interpretar acontecimientos del pasado en el presente, verbigracia en “Rehenes”. Partiendo del polémico “agente antisoviético” Victor Kravchenko, el autor hace centro en Margarete Buber Neumann, narra sus acciones combativas, su exilio en la Unión Soviética, la ejecución del marido -víctima de la Gran Purga- y la publicación de Bajo dos dictadores: prisionera de Hitler y Stalin, para concluir denunciando el estereotipo construido sobre las tramas ideológicas del siglo XX, que “a la vez oculta o silencia una visión no menos peligrosa, no menos atemorizante: la de un período en el que las fuerzas capitalistas y conservadoras no habrían hecho nada en contra de la humanidad. Calla, como si fuesen fenómenos naturales, el nuevo reparto del mundo colonial, el hambre y la desocupación, las torturas, muertes y matanzas, las feroces dictaduras, la explotación de clases y de poblaciones enteras, el trabajo esclavo, el comercio de órganos, la trata de mujeres, el despojo de la naturaleza, de la tierra y el mar, de los árboles y el aire, la miseria y el atraso de comunidades y de continentes enteros, donde también hubo y hay millones de seres que sufrieron y sufren este ¿cómo llamarlo? totalitarismo silencioso, que nunca dice su verdadero nombre”.    

  Margarete Buber Neumann, conoció a Milena en Siberia. Sí, la misma Milena Jessenska de quien nuestra información se reduce, tendenciosamente, a su amor entre guerras con Kafka, la publicación de “El Fogonero”, el rol de destinataria secreta de algunos fragmentos del Diario y el recibo del legado -entre otros- de Carta al padre. Aguerrida, más que musa, de esta periodista brillante, prisionera en un campo de concentración, sabremos mucho más leyendo este libro.

El autor maneja una cantidad de recursos para dar materialidad a las personalidades que aborda. Voy a referirme a uno de ellos, la correspondencia -registro olvidado en nuestros días. Sabemos que las cartas poseen valor de agalma, pertenecen al territorio de los dones, son señales de emplazamiento que obligan al otro a responder. Tienen el carácter de los imperativos que rigen el orden de las deudas, ese registro arcaico tan inteligentemente reseñado por Freud que conforma la superficie del malestar en la cultura. Como lo único que se puede regalar es lenguaje, su posesión roza la dimensión de lo sagrado; pero también, por su contenido representan una prueba cuya pérdida equivale a una amenaza y su falsificación a un delito. Mediante algunas cartas, Goloboff suma al texto pruebas contundentes de verdad, como la correspondencia entre dos luchadores que sacrificaron sus vidas por la revolución: Elizabeth Toumanovski, desde París discutía con Marx “su estancia en Londres, deslizándole la sugerencia de `inacción` durante tan álgidos momentos, montándose en las barricadas, ya perdidosas, con los bucles y el echarpe al viento.   

La carta de Ismesa Armand a Lenin aceptando el distanciamiento, es introducida con sabio suspenso: “Tú y yo hemos roto ¡hemos roto, querido mío! Lo sé, lo siento: ¡nunca vendrás aquí!”. Es imposible no mencionar las innumerables cartas que la actriz Olga Knipper, le dirige a Chejov aún después de muerto, dialogando con él como si viviera: “Me parece extraño escribirte y sin embargo tengo un fuerte deseo de hacerlo. Pues cuando te escribo, me parece que tú vives y en algún lugar estás esperando mi carta. Querido mío, deja que yo te diga palabras cariñosas y tiernas”.

Con intención nefasta -pero por la misma razón inexcusable no mencionar-, Goloboff resalta el poder atribuido a la correspondencia cuando es utilizada con fines perversos. Se trata de las cartas apócrifas –sobre un supuesto vínculo homosexual entre Rubén Darío y Amado Nervo-. Cartas vendidas a la Arizona State University, confirmadas como  ciertas bajo el título “Nuestro más profundo y sublime secreto”, ensayo publicado por un catedrático de dicha institución. Cartas que fueron impugnadas recientemente, con fundamento de causa, por el político y narrador Sergio Ramírez.

Identificar a la mujer fuera de los atributos fálicos, es contemplar su lugar de excepción. “Mujer es una palabra que existe, pero no remite a nada propio de la femineidad”, escribe Gérard Pomier. En este sentido,  el de cruzar la marca genérica en busca de los rasgos que identifican a la mujer, Mario Goloboff aísla un significante primordial en el apartado: “Feminidad, Historia, Política y Literatura”. La Memoria, significante que restituye la necesidad del Sentido -con mayúscula, como lo distingue Julia Kristeva en Histoires d´amour-. Goloboff, citando estos versos de John Donne “For graves have learn'd that Woman-head / To be to more then one a Bed” (“...pues las tumbas han aprendido esa condición femenina / De ser lecho para más de uno”), conduce el texto hacia el genocidio argentino, hacia las nuevas Antígonas: las “Madres” y hoy las “Abuelas”  de Plaza de Mayo, reclamando el derecho a enterrar sus muertos.