Liliana Heer

Narradores

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©2003
Liliana Heer






Devenires
Por Liliana Heer

Sobre La Caza de Cecilia Maidana.
Alción Editora                           

Él discrimina, elige, comparte su poder con los perros, los acaricia, exhibe donaire de amo logrando empequeñecer, por exclusión, a la protagonista. Ella, consciente de su propia fuerza, mantiene en reserva las ansias de matar. “Ni conejos, ni liebres ni teros o margaritas ni coatíes.” Ella subvierte el orden, respira su contenido de maldad -inadvertido por el opresor, víctima de conductas automáticas- y no sin pesar, observa, vincula, piensa en disparar con otras armas. Un importante relevo de sistemas, otro objetivo la lleva a convertir el sentimiento criminal en salto creativo. (Luego volveré sobre los vértices del salto). Se podría suponer que la estructura de este libro, armado con fragmentos, responde al lema de Bernhar Riemann, denominado la transformación del panadero. Disciplina matemática utilizada por Poincaré y Lacan bajo el término de anamorfosis. Estirar la masa, plegarla, volver a estirar, volver a plegar, permite unir lo distante, posibilita acercamientos impensables. La autora de este libro empalma fragmentos no predeterminados, y de ese modo genera sorprendentes encuentros. “La mujer de Él prefiere los animales vivos y por eso se los trae muertos.” Muy próximo a este texto, leemos un hecho atribuido a los animales que resignifica el párrafo anterior. “A veces en el bosque, de tanto en tanto aparece algún cazador colgado de un árbol. Dicen que lo ahorcaron los animales para asustar a los amigos de aquel.” Ejecutada la venganza, el crimen retorna en carácter de fábula inculpando a seres privados de dar explicaciones. Pura naturaleza ejerciendo el Otro poder: ley más allá del actuar humano. Cecilia Maidana plantea de diversas formas el político tema de las diferencias, el más y el menos que encierra cada una de las posiciones. Así, en la página 45, brinda al lector una de sus claves a través de la invención del Frankestein de Mary Shelley: Ser todo y ser parte, es ser sin frontera. El salto anunciado se materializa en un alejamiento de lo familiar. Vuelo a cielo libre, investigaciones ficcionalizadas con humor altamente original. Fluidez, desparpajo, aventura. La niña mujer nos enfrenta a la imaginería de la comunidad cazadora: hay un taxidermista, un inglés, un fotógrafo, una bruja, un aprendiz del arte del tiro al blanco, una araña, y el filosofar acerca de cada uno de ellos. Caza, una sola palabra, metáfora de vertiginosos acontecimientos, enigmas centrados en la dimensión campestre, bautismos de ginebra y mezcal en el almacén de Ramos Generales; también de Bailey, bebida muy amada por los dublinenses. En la embriaguez, en el resplandor de madrugadas eternas, somos partícipes de memorias locuaces y silencios de fuego. Porque el silencio posee madrigueras, encierra fantasmas incontables, sombras chinescas de cazadores piratas e imágenes de cuerpos transexuales. Matizada por múltiples tonos, la violencia prolifera. Hombres y bestias muerden, ríen, atraen, espantan, desafían, convocan peligros. Historias de variado tipo emanan de bocas lenguaraces y como viento de tormenta pueblan sueños, aterrorizan infantes, alimentan las coloridas praderas del mito. Cecilia Maidana, en la línea de Libertad Demitrópulos, concede un singular espacio a esta potencia del decir. Decir que suma detalles, deforma, acentúa, vuelve vivo al lenguaje hasta el punto de fusionarlo al entramado comunitario. Porque el mito es un habla que destila ecos, entreabre diálogos a contraluz, renueva el mundo de los sentidos. Voces, letras, perfiles portadoras de presagios combaten por imponer segundas, terceras, enésimas versiones. Por las noches avanzan testimonios, referencias, confesiones, algunas sobre el Golem. El cura, hábilmente ha logrado incorporar al protector de Praga pronunciando sermones y estableciendo guardias que despiertan más de una quimera. Dejan de aparecer animales muertos, la iglesia cosecha feligreses, los diezmos engordan sin mezquinos bemoles. El entusiasmo cunde, todos se arrebataban queriendo contar, mientras Él con un talero pone orden, especialmente cuando quien toma la palabra es una mujer. Interrumpida numerosas veces, la enana cuenta y cuenta lo gigantesco de la figura del Golem. Consiguió atraerlo hasta su casa mediante objetos brillantes. Justamente el anillo de la enana -que el Golem retiene antes de volverse invisible-, me recordó las visiones tejidas alrededor de un anillo en Río de las congojas. Más acá del contenido, el mito prospera de boca en boca, se aletarga pero nunca muere, crece y se multiplica en el polimorfo universo de la sugestión. Al escuchar el relato de la enana, los parroquianos -el carnicero, su ayudante, el juez de paz, el cura, el zapatero y otros- aunando anécdotas siguieron alimentando ese espejismo. Nosotros también, después de leer La caza, posiblemente repitamos las secuencias que atesoró Cecilia Maidana, haciendo converger la masa del relato en su plegar, estirar y unir, vivificando el ritmo de los mitos que recrea este libro.