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Liliana Heer
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Liliana Heer
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Presentaciones de Frescos de amor
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Librería Ross
Rosario, 1995
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Liliana Heer restaura los frescos de amor por un camino laberíntico
Por Angélica Gorodischer
Esta tarde se presentará Frescos de amor,
nueva novela de la comprovinciana Liliana Heer. Una narración
que adopta técnicas cinematográficas al estilo de
Buñuel y Jarmusch, "como un pico de hielo que rompe el mar
congelado"
La última novela de la santafesina Liliana Heer, Frescos de amor,
corrobora la tarea lúcida de una de las escritoras
más interesantes que el país ha dado en los
últimos años. Su primera obra, el libro de relatos Dejarse llevar, aparece en 1980. A partir de esa fecha publica Bloyd, novela que mereció el premio Boris Vian (1984) y La tercera mitad, novela (1988). En 1992, abordará junto con Juan Carlos Martini Real un ensayo sobre Giacomo, uno de los textos menos conocidos de Joyce, publicado por Bajo la luna nueva, Rosario.
Todo comentario acerca de una obra es parcial y deficiente, sólo
se pueden bordear sus contornos, aceptar el juego y la
exposición que la misma obra propone y, ante la tentación
de realizar un puro análisis de procedimientos,
considerar la advertencia que hiciera Borges sobre el problema
literario: "Existe un misterio". Una de las figuras que emerge en Frescos de amor
como enigma a descifrar, y también como recorrido
posible, es el laberinto. Imagen recurrente en la literatura de
este siglo que adquiere significaciones múltiples y
diversas en la obra de Joyce, Kafka o Borges. En la novela de Liliana
Heer aparece como pura discursividad, escritura que repta, circula
creando sus propios recovecos, ascendiendo en forma de
espiral o replegándose. Será Federica, la
protagonista, quien escribirá una larga e imposible carta a su
hermano Javier; lo epistolar alternará con el diario
íntimo de tal manera que el destinatario de la historia
puede ser tanto Javier como la misma Federica.
La lejanía, la distancia, las diferentes instancias del
destierro son padecidas por los personajes. A veces adopta la
forma de la enajenación, es el caso del general Orlac:
"¿Un padre loco o falsario teníamos? Preferí
siempre lo primero, aun cuando sintiese aprensión hacia la
palabra locura". Federica no puede entrar en el territorio de su
padre como tampoco lo hará Javier, quien durante la
infancia será confinado a los cuartos del fondo de la vieja
casona, lejos de la mirada paterna; luego será el exilio. Pero
Javier no podrá acceder al territorio de su hermana; ella
dirá: "Estoy desterrada, soy protagonista de una fábula
en extinción".
Hay una historia que se cuenta obsesivamente desde distintos
registros discursivos, sellada por la muerte de Anner en el parto de
Javier: "Yo hubiera preferido que no nacieras si de tu nacimiento
dependía la vida de Anner, pero no puedo concebir mi vida sin su
muerte; ya no me parece verdadero ningún reproche". Cabe
preguntar si esa reiteración es una prueba de resistencia
de la propia historia o si no encarna la lucha denodada contra el
vacío. "Sé que el vacío es una cita", dirá
Federica casi al final de la novela. Toda referencia
espacio-temporal se torna vaga, difusa.
Este relato puede transcurrir en cualquier ciudad europea
después de la Segunda Guerra. El amor, el incesto, el odio, el
desamparo serán los habitantes eternos de este lugar.
Federica explora, profundiza, se esfuerza por decir lo
indecible, intenta con lucidez impiadosa poner bajo una lente
de aumento las distintas formas de la pasión que la
sujeta: "Ser algo diferente a este cerebro incansable
obstinado en monologar, este cerebro que compara, intenta
sustituir y recae siempre sobre sí con imbécil
monotonía".
Restaurar los frescos de amor, como lo intentaran Lisa y Julia
para poder vivir su propia relación, será el
móvil que guiará la escritura de Federica. La novela
se abre hacia otros ámbitos, el encuentro azaroso de la
protagonista con un grupo de cineastas en una estación de trenes
permite el ingreso de nuevos personajes. La narración
adopta formas cinematográficas que recuerdan las
técnicas de Buñuel y Jarmusch , entre otros. Frescos de amor
recupera y hace propia la cita de Franz Kafka que actúa como
epígrafe de La novela: "Un libro debe ser como un pico de hielo
que rompa el mar congelado que tenemos dentro".
Texto publicado en el Diario La Capital, Rosario, diciembre de 1995.
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