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Liliana Heer
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©2003
Liliana Heer
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Reseñas de Frescos de amor
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Las falsas ceremonias de la existencia
Por Daniel Frank
Diario El Colono
Esperanza, noviembre de 1995
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No existe carnet de inmunidad para el lector cuando se ingresa y egresa de los "Frescos de amor", novela de la esperancina Liliana Heer, editada por Seix Barral, de la editorial Planeta.
"Nadie puede faltar a recepciones donde se convocan falsas
ceremonias sin poner en duda la razón superior" dice el
personaje eje de una constelación literaria de
altísimo vuelo. La temática resulta de una crueldad
agridulce exuberante, ordenada en una inteligencia maestra de
la autora, que sabe musicalizar los ritmos y tonos con una agilidad de
pluma envidiable a todas luces.
No cabe duda que este relato, de certero impacto, es una “palabra
que exorciza, consagra encantamientos; es también ese
animal que descubre las carcazas podridas".
La novela de Heer no tiene pausa ni ordena contemplaciones y sus
personajes cohabitan en un mundo de "locura, incesto y guerra", donde
la "pureza y lo bastardo" llegan por pluma de la autora, a operar "como
un bisturí donde se contornea al ser con una precisión
que lacera, y se sutura con hilos de existencia a nivel cero.
Los personajes interactúan, a veces imaginariamente, otras con
delirios y otras con crudeza, en un absorbente devenir en "estado de
necesidad crónica" donde no existen límites ni operetas o
máscaras.
Como si fuera un perfume que se impregna en la piel del
lector, el discurso con su tremenda carga existencial va desandando los
espacios interiores: "ninguna mujer entra a su casa llorando, calla el
motivo de su llanto, se queda dormida de tanto llorar, más que
cuando le es imposible conciliar dos vidas. Cuando sabe que debe matar
una vida para tener otra, cuando tiene que convertirse en una
asesina, en alguien que opta por, aniquilar lo que quiere..." Es
un relato donde se palpita sin alma.
En todo momento se reconoce que se está ante una experta
narradora y una obra muy bien definida, que mantiene la intensidad del
lenguaje desde el primer párrafo hasta el último, ante
una autora que conoce tanto el barro, que es el oro de los tontos,
como la belleza plástica del azul de la riqueza humana, donde el
amor puede ser menos una bendición y más un perjurio.
Lo filosófico y el retrato psicologista están contenidos
con un nivel de profundidad llamativa, notándose definiciones
verdaderamente atractivas, tanto que nadie que, sujeto o
encadenado a este viaje por el desorden, puede permitirse la inmunidad
al cerrar la novela. Salvo que sea un fósil. Indudablemente que
quien se acerque a "Frescos de amor"
deberá dejar caer los prejuicios y aceptar que "si hay
conciliación habrá que sacrificar modelos". Una obra que
comienza "donde se empieza, en la infancia, con la precisión de
las poleas. Acero y miel, miel negra, transiciones inútiles. Uno
por uno cada eslabón se desgranaba: tu nacimiento, la muerte de
Anner, el odio de Orlac, mi maltrato, tu candidez, el consuelo de mis
besos" y termina a nivel cero de la existencia con sus ceremonias y
ritos sumamente particulares.
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