Liliana Heer

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Liliana Heer

Reseñas de Frescos de amor

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Las falsas ceremonias de la existencia
Por Daniel Frank
Diario El Colono
Esperanza, noviembre de 1995

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No existe carnet de inmunidad para el lector cuando se ingre­sa y egresa de los "Frescos de amor", novela de la esperanci­na Liliana Heer, editada por Seix Barral, de la editorial Pla­neta.
"Nadie puede faltar a recep­ciones donde se convocan fal­sas ceremonias sin poner en duda la razón superior" dice el personaje eje de una constela­ción literaria de altísimo vuelo. La temática resulta de una crueldad agridulce exuberan­te, ordenada en una inteligen­cia maestra de la autora, que sabe musicalizar los ritmos y tonos con una agilidad de plu­ma envidiable a todas luces.
No cabe duda que este relato, de certero impacto, es una “palabra que exorciza, consagra encantamientos; es tam­bién ese animal que descubre las carcazas podridas".
La novela de Heer no tiene pausa ni ordena contemplaciones y sus personajes cohabitan en un mundo de "locura, incesto y guerra", donde la "pureza y lo bastardo" llegan por pluma de la autora, a operar "como un bisturí donde se contornea al ser con una precisión que lacera, y se sutura con hilos de existencia a nivel cero.
Los personajes interactúan, a veces imaginariamente, otras con delirios y otras con crudeza, en un absorbente devenir en "estado de necesidad crónica" donde no existen límites ni operetas o máscaras.

Como si fuera un perfume que se impregna en la piel del lector, el discurso con su tremenda carga existencial va desandando los espacios interiores: "ninguna mujer entra a su casa llorando, calla el motivo de su llanto, se queda dormida de tanto llorar, más que cuando le es imposible conciliar dos vidas. Cuando sabe que debe matar una vida para tener otra, cuando tiene que convertirse en una asesi­na, en alguien que opta por, aniquilar lo que quiere..." Es un relato donde se palpita sin alma.
En todo momento se reconoce que se está ante una experta narradora y una obra muy bien definida, que mantiene la intensidad del lenguaje desde el primer párrafo hasta el último, ante una autora que conoce tanto el barro, que es el oro de los tontos, como la belleza plástica del azul de la riqueza humana, donde el amor puede ser menos una bendición y más un perjurio.
Lo filosófico y el retrato psicologista están contenidos con un nivel de profundidad llamativa, notándose definiciones ver­daderamente atractivas, tanto que nadie que, sujeto o encadenado a este viaje por el desorden, puede permitirse la inmunidad al cerrar la novela. Salvo que sea un fósil. Indudablemente que quien se acerque a "Frescos de amor" deberá dejar caer los prejuicios y aceptar que "si hay conciliación habrá que sacrificar modelos". Una obra que comienza "donde se empieza, en la infancia, con la precisión de las poleas. Acero y miel, miel negra, transiciones inútiles. Uno por uno cada eslabón se desgranaba: tu nacimiento, la muerte de Anner, el odio de Orlac, mi maltrato, tu candidez, el consuelo de mis besos" y termina a nivel cero de la existencia con sus ceremonias y ritos sumamente particula­res.


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