|
Liliana Heer
Contratapa
Primer capítulo 1995
Primer capítulo 2018
Presentación
Reseñas
<
©2003
Liliana Heer
|
Reseñas de Frescos de amor
---------------------------------------------------------------
Menú
---------------------------------------------------------------
Trampa para díscolos
Por Liliana Heer
Página 12, Cultura: Primer Plano
Buenos Aires, septiembre de 1995
---
Según cuenta la psicoanalista y escritora Liliana Heer –Dejarse llevar, Bloyd, La tercera mitad y Giacomo, el texto secreto de Joyce- en esta nota, su última novela Frescos de amor
significó un cambio en sus búsquedas narrativas. La
historia de dos hermanos a quienes une la locura y el incesto
está trabajada con una perspectiva cinematográfica que
remite a Wim Wenders, Jim Jarmusch y, sobre todo, a la pasión
entomológica de Luis Buñuel.
Trampa para díscolos
Escribir, en su definición más alegre, es un desafío. Frescos de amor
es la novela que quise escribir. En libros anteriores lo único
que me importó fue la pelea con lo resistido del lenguaje.
Mi pretensión era doblegarlo, buscar ángulos de
vulnerabilidad, apropiarme de sus encrucijadas, aniquilar
facilismos y lugares comunes, husmear en la superficie de la letra, ver
y conquistar su brillo, la opacidad, las leyes. Extraer de la materia
fuego. Bloyd y La tercera mitad son incendios, desiertos, espejismos, flashes
más precisamente que novelas. "Una estafa editorial",
escribió una vez un crítico intentando rescatar el
valor de la diferencia, de lo inclasificable. Confieso que esas novelas
son el cielo azul de las superposiciones, el supuesto caos del
azar, lo simultáneo. Bajo la niebla de todas las horas, me
batí a duelo y aún hoy tengo de mí la idea de
alguien que espera el sonido del silencio y trata de descubrir su ritmo
claroscuro en algún punto del universo.
Otra fue la aventura de Frescos de amor. Pasar
de tener un solo tirano a tener dos -el lenguaje y el
mirón- no deja de parecerme aún más
difícil, es similar a poseer varios ombligos.
Esta novela es un texto de jaque. He dado rienda suelta a un rasgo
erotómano, es un poco peligroso, inquietante, violatorio,
acaso herencia de Bloyd.
No sólo escribo para iniciados, inventé una trampa para
díscolos, para los ojos acostumbrados a la anorexia,
el hastío, la basura y el zapping.
Por eso hay una guerra. Siempre hay guerra, incesto,
alegría, locura, fiesta de imágenes, muerte. Caían
las fronteras en Europa del este mientras intentaba narrar
cómo suelen caer algunas fronteras del alma cuando alguien
enloquece, pierde un amor, una creencia, la fe en la vida.
Quizá por esa razón los personajes sean tan palpables,
resulta difícil no vibrar ante la inmediatez de
Federica Orlac.
Soy adicta a ciertas ceremonias, necesito creer en los personajes,
me gusta buscar con ellos una historia, un tono que hará la
historia irrepetible. Nada neutro. Por un instante, el orden del
mundo parece detenerse. Es una mezcla de lealtad, delirio, buceo,
arrojo, pasión por capturar lo no sabido. No siempre
están las palabras cuando se las necesita, a veces parecen
evitarnos. Cuando empecé contaba con cuatro palabras: hermano,
casino, locura y guerra. Luego con algunos nombres: Anner, la mujer del
general Orlac, pianista y cantante que muere al dar a luz a Javier.
Lengua de hermanos: e1 incesto. Lenguaje astillado. Algo desata la
locura del general. Laten sus furias por haber sido engañado.
Eso cree. Tiene la certidumbre de que todos mienten. Eso grita.
Inconcebible un error de la naturaleza. ¡Se fue con otro!
aulló durante años cada vez que bebía y cada vez
que bebía necesitaba viajar, elegir entre sus amigos un
espía, un doble, un traidor. No admitirá la muerte
de Anner, no es necesario apelar al olvido, lo ocurrido no
ocurrió. Anner está viva, la servidumbre
debió comprender que si no atendían a la señora
iban a ser despedidos. Una de las fórmulas más simples
para enloquecer: acomodar los hechos a su antojo. Federica, su
única hija -lupa de vidrio esmerilado- observa, destila
angustia y cuenta esta historia a su hermano y al lector.
Hay entremundos posibles. Una noche en la estación de
trenes las imágenes van apareciendo. El azar enfrenta a Federica
con un grupo de filmakers y su vida se abre como suelen abrirse
por el medio algunas sinfonías. Entre realidad y celuloide
irrumpen personajes, golpean las acciones.
Tiempos de miríadas. Mascaradas y gestos
automáticos. Tiempos de escasa entrega. La cámara
filma, muestra fragmentos, desnuda, ilumina, interroga. El ojo que mira
expande y contrae el relato, abre círculos de escenas. Como
si los encuentros tuviesen esperanza real, el ojo da lugar a otras
secuencias. Se filma el último rincón del milenio. Reloj
de arena de la humanidad en blanco. Coordenada suplementaria en el
interior del espacio. Geometría con torsiones
quirúrgicas. Coartadas de la ciencia. A la manera de
Buñuel, una bióloga se especializa en el estudio del Nosopsyllus fasciatus,
variedad de insecto cuyo huésped preferido es la hembra. Porque
si no es el ojo humano, será el pensamiento quien permita
descubrir los nexos que llevan a depender de otro, inclusive bajo 1a
excusa de preservar la especie.
Una nueva revolución industrial fuerza a inventar, a
reescribir estilos de convivencia impensados. Cicatrices
oníricas, altavoces: El arte como acto de protesta,
tensión extrema, triunfo de lo carnal. Aprender a vivir y
aprender a morir, rehusarse a ser dios. Un cineasta en la novela
se ríe de la bolsa de crueldades que el idealismo atesora.
Ríe también de las malas consecuencias de las buenas
compañías, del encomio que el suicidio inspira, un
desenlace extrañamente venerado por cobardes y violentos.
Frescos de amor me concedió el derecho a
elegir una frase de Kafka como epígrafe: "Un libro
debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que
tenemos dentro". Algo debió deformarme, torcer mi curso
como el montaje altera el ritmo de una historia. Quizá es
sólo un refugio suponer la causa en el comienzo. Empezar a
vivir el día de tu nacimiento habría sido otra
alternativa. Empezar a vivir sin tener noción de hermano ni
de locura ni de muerte; recordar a partir de ahí,
volver posterior lo anterior, ignorar el uso de las palabras,
solamente volver una y otra vez a la ceremonia, confundir
velorio con festejo, recorrer salones, ignorar que alguien
impedirá que suba a una silla o trepe para espiar lo que
han puesto en el cofre de madera, no intuir el destino de ese cofre,
caminar entre los soportes de hierro, correr alrededor
del vacío que han dejado los muebles, oír los ays,
la agonía, el silencio, el llanto del niño nuevo, oler
flores de otros jardines, flores a las que llaman coronas, hacer
rodar esas flores y reír, estar fuera del tiempo de los ritos,
pedir uno de los peces que en la cocina matan y hablarle a esa
mínima vida que boquea, esperar la llegada del padre que
está de viaje y cuando vuelva no hablará, no poder
entender que el padre se ha vuelto loco: no creerá en la muerte
de su esposa a quien al irse ha dejado viva. Anner se llamaba, Anner se
ha ido sin despedirse, lo abandonó, eligió partir, miente
el médico, miente el sacerdote, miente Celina, la
enfermera que cuida a la única hija de ese general
especialista en ganar guerras de fronteras, mienten cuando
quieren imponer a un bastardo, sólo no miente Federica porque
todavía no ha aprendido, no le enseñaron a mentir,
está en el comienzo, al borde del primer engaño, el que
se cultiva con malentendidos, por el que transcurre la infancia,
donde los mayores se refugian y algunos locos viven.
---
|