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Liliana Heer
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Liliana Heer
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Reseñas de Frescos de amor
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Guerra, Incesto y Locura
Por Susana Cella Página 12, Cultura: Primer Plano
Buenos Aires, noviembre de 1995
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Inquietante figura, la espera ocupa un memorable lugar en Fragmentos de un discurso amoroso
de Roland Barthes. Vale la referencia no sólo por la
importancia estructurante que ésta adquiere en la nouvelle
de Liliana Heer, sino también por que se asiste
allí, aunque de modo distinto que en Fragmentos...,
a un despliegue coreográfico. Las escenas -suerte de
manifestaciones fantasmáticas- se arman a partir de la
necesidad de tentar algunos temas. Y algunos temas "grandes":
el triángulo edípico, las formas del autoritarismo,
el amor incestuoso, la relación entre arte y vida, la
guerra, la homosexualidad femenina, la mujer, la ausencia, la
locura y la muerte.
Tanto peso necesita de estrategias narrativas que lo aligeren. Observarlas e indagarlas en Frescos de amor
puede constituir una dirección posible de lectura. Un
lenguaje extremadamente sustantivado, la presencia notoria de
construcciones pasivas, la economía de nexos relacionantes, la
fragmentación, el tiempo no lineal, los diálogos
cortados, el relato desde el punto de vista de la protagonista y en
primera persona femenina, contribuyen a forjar una historia cuyas
secuencias se arman por el contacto de superficies que parecen
acontecer casi simultáneamente. El ritmo lento
–también gracias a algunos de dichos procedimientos-
sugiere una fluctuante progresión/regresión en un
diseño atemporal. En consonancia, los ambientes aparecen en
gran medida estilizados y desrealizados, reducidos más bien a
lugares simbólicos -casa paterna, hospital-, escenarios cuyos
objetos portan asimismo similar carga. La espera pierde entonces
su carácter apremiante y nervioso para convertirse en
presente puro, espesa calma en cuyos pliegues caben varias historias,
menos interdependientes que acumuladas, superpuestas. Y se
transforma así en espera esencial, en los bordes del mundo y
enajenada aún del objeto de la espera. Por eso quizá no
interese detallar demasiado a los personajes, sino adscribirlos
más a estereotipos que a individualidades: padre, madre,
hermano, amante, actriz, director, etc. Asimismo, respecto de
ellos, juega con carácter de indefinición el par
presencia/ausencia, están y no están, son
percibidos, evocados, padecidos o son bocas que hablan y
discuten lejos de la posibilidad perceptiva de la protagonista.
Ningún caso en particular, sino todas las facetas de un ellos,
que, desde la perspectiva de la narradora, equivaldría
a decir, ajenos o perdidos.
Esa ajenidad motiva algún modo de reflexión acerca del
status del otro, de lo otro y, también, de las formas de la
otredad, cuestión que puede verse en las distintas
configuraciones que, justamente, como frescos, emergen de la
trama, y especialmente a partir de una especie de metáfora. El
animal parasitario Nosopsyllus Fasciatus,
que prefiere habitar en las hembras. El vacío que acecha a la
protagonista, según declara, parece instalado en el mismo quieto
transcurrir de su deriva narrativa, instalado, en definitiva, en una
trama sin esperanza ni desesperación.
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