Liliana Heer
Hamlet, prestame la bufanda


Reseñas y comentarios


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©2003
Liliana Heer

 

 

 

 


Ham session o la bufanda del monarca enamorado

Por Martín Alomo

Pater incertus est, tema de Rats, la banda del joven príncipe.
Él, desde su trono-taburete nada con pies y manos de Gene Krupa su “Ham session” perpetua.
Marilyn Rat, Ofelia, hija gemela del mismo Rat que Ham -hipótesis alocada tan verosímil como apofántica- enloquece de deseo con sus curvas y su pubis sonriente a los mortales que sobreviven para arriesgarse al Pub acaso llamado Teatro de la crueldad.
Las tensiones entre el Uno del dramaturgo o el Uno del soñante y los unos de la multiplicidad actoral, de las máscaras, de las personas que representan aspectos diversos de un Uno unificante, dan a la dramaturgia onírica de William -representado por Rep en la Ham session- la espesura de una circulación continua e intermitente entre lo que cohesiona y lo que dispersa.
Genial, el dispositivo poético teatral de Heer envuelve las vueltas de lo reinterpretado y, de esa manera, extraña y desaleja a la vez la filiación del príncipe, las incidencias del “verdadero genital” -Gertrudis-, las vicisitudes escandalosas de un banquete sin horno ni refrigerador.
El talento extremo de Liliana Heer convierte el gesto decidido, higiénico, del exterminador de ratas tras los cortinados de los aposentos maternos -velos de lupanar- en parricidio de Layo en la encrucijada de los caminos. Hamlet, Edipo moderno.
Me interesa en particular esta coyuntura: la incidencia de una madre más mujer que madre, más Medea que Gea, en las vicisitudes de una vida atormentada por pesares y rencores redimibles solo por una comedia musical: Hamlet, prestame la bufanda.
La multiplicidad de los rostros del sueño representa más o menos mal al Uno del soñante, si podemos suponerlo, a condición de que éste quiera despertar al mundo de los vivos que mora en los dinamismos afectivos, a veces vertiginosos, de una narrativa situada. Dicho de otro modo, de un relato que nos permita creer que el protagonista está presente en la escena aun cuando sea pretérita. Poco importa si dicha narrativa discurre en el instante fuera de diacronía que instaura la poética porque lo que vale es dicha instauración: acto siempre inaugural de lo que vendrá, condición excluyente para arrancarnos de la trampa de la reproducción de lo mismo.
De una tragedia de venganza a una comedia de reconciliación, ese es el movimiento de Heer en Hamlet, prestame la bufanda. Quién lo dice, si bufanda o corbata, si orden o pedido deseante, a quién se dirige el enunciado. Preguntas abiertas por un título enigmático como la sexualidad. Enigma que se satisface en la lectura de la Ham session alucinante no solo porque sean respondidas, sino por la temporalidad que anula el tiempo, la sexualidad que olvida el sexo y por el sexo de Marilyn, sus curvas, su pubis desnudo, su voluptuosidad irresistible de Ofelia rediviva.
Sir William observa desde el palco, atento. Si no se opone significa que está de acuerdo con la genialidad que se monta en la escena. Escena que, hay que decirlo, no se limita a escenario y auditorio, sino a escenario, auditorio, Shakespeare en el palco, la letra escrita indeleble y la Univesitas Litterarum como testigo omnipresente.
“Conozco esta obra de memoria / con moño, corbata y escafandra” escribe Heer con mayúsculas y podría firmar con impresión “a sangre”, à fond perdú.
Gemelo o no, quién sabe, con su paternidad incierta -de qué otro modo si no- el joven monarca enamorado bate el parche y tañe los címbalos con ligereza de nadador amniótico en el vientre de la historia tragicómica que no merece la pena más que por ser materia prima para la poiesis enamorante de Heer:

“Hamlet desde el trono
sus pies accionando pedales
los platillos del hi - hat y el bombo a pleno
se mueve como si nadara”.

         Que Jorge Dubatti haya escrito un prólogo tan erudito como apasionado; que Miguel Repiso -el querido Rep- haya dibujado a Hamlet y a Shakespeare una vez más para entrelazarse con la poesía de Heer; que Reynaldo Sietecase haya culminado su comentario agudo con un elogio a la genialidad cruel de “la Condesa Heer, implacable, como siempre”; que Cristina Banegas haya puesto su talento interpretativo a disposición de los versos de La bufanda en una presentación inolvidable; a esta altura, nada de eso puede sorprendernos.