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©2003
Liliana Heer |
Prólogos
LA VOZ DOBLADA
Por Roberto Retamoso
La esperanza de todo escritor es hablar la voz de otro. Porque allí
radica la posibilidad de la trascendencia, al hacer suya la palabra de
quienes la fundan. Los que inauguran la serie histórica de la voz poética,
los que la nutren como destinatarios y fuente de sus modulaciones
y tonos.
Esa esperanza, sin embargo, no siempre se alcanza. A pesar de lo
meritorio de sus impulsos, muchas veces se frustra en realizaciones
fallidas: la de Pierre Menard, por ejemplo.
Pierre Menard no habló la voz del otro, se limitó a repetirla. Pero
un escritor es alguien que desea hablar esa palabra porque sabe que
la literatura no le pertenece; excede su ser. Sabe que es, precisamente,
esa voz que no es suya.
Por ello, la utopía, e incluso podría decirse, la quimera de todo escritor,
es hablar como el otro. Y ello de dos maneras posibles. La primera,
más vanidosa y acaso más narcisista, consiste en ocultar esa mímesis.
Se escribe como si no se estuviese hablando como el otro, pese a que eso
sea lo que se haga realmente. La segunda, más franca y modesta –puesto
que depone toda forma de presuntuosidad y vanagloria– supone exponer
lo mimético que conlleva cualquier escritura.
Liliana Heer practica esta segunda manera, sin eludir los riesgos
que necesariamente comporta. Lo suyo no es un homenaje, al modo
de la mímesis arltiana que alguna vez practicara Ricardo Piglia. Porque
un homenaje no deja de clausurar la voz del otro en el lugar del
objeto museificado. Por el contrario, en su caso se trata de mimar la
voz macedoniana (diríase que hasta la exasperación), pero no para
clausurarla sino para abrirla en todos los sentidos y según todas las
posibilidades que esa misma voz le ofrece. Para ello, se sitúa en una
posición de suma proximidad respecto de Macedonio. Es notorio y
notable. Es como si se dijera que, a mayor distancia, menor sería la
posibilidad de hablar esa voz.
La crítica francesa ha teorizado largamente acerca de los procedimientos
característicos de los discursos que se apropian de la palabra
de otro. Por ejemplo el pastiche, o lo que Bajtín llamaría estilización.
Pero en esos procedimientos no deja de haber un juego bivocal,
una dualidad enunciativa que genera una escena de naturaleza
polifónica. Acá, la situación –creemos– es otra.
No nos parece que exista una polifonía. Por el contrario, en esta
escritura la palabra, la voz, es exclusivamente macedoniana. Pero
tampoco se trata de una reproducción de esa voz. Se trata, ciertamente,
de algo mucho más complejo. Se trata de un fenómeno que
sólo puede ocurrir en el ámbito de lo poético: el de una escritora que
abandona su voz, que logra el prodigio de apropiarse de la voz de
Macedonio, y que con esa voz cuenta una fábula al modo macedoniano,
sin que ello se convierta en una simple repetición, a la manera
de Pierre Menard.
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