Liliana Heer





©2003
Liliana Heer

Reseñas sobre Neón

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Neón: ese nombre que cae
Por Silvia Bonzini

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Territorio inquietante el de Neón. Osada aventura el adentrarse en esta historia de dominio y desamparo y de amor también. Con tres actores: la Niña, protagonista central de la trama, y sus dos hombres.
La Niña nace y crece en una cárcel. Lleva tatuada en la piel la marca de la tragedia que la precede: una madre asesinada por un esposo engañado, un padre que no llega a serlo cuando reconoce en la cara de la recién nacida la traición y una niña bastarda que encuentra en un Tutor perverso y abusador la única posibilidad de estar vedada para otros.
La cárcel cuyas puertas nos abre esta historia no es otra que la cárcel del lenguaje, allí donde nacemos y crecemos todos los seres hablantes. Cárcel que ya está allí cuando nacemos, que nos precede, como precede a la Niña aquella traición que marcará su suerte.
Si el ámbito del relato es “una membrana bilabiada”, ella, la Niña, la que con el tiempo devendrá Costurera, la Narradora, cose el himen roto por la penetración del lenguaje. Como una fórmula de la resistencia cose la Niña. Contra la adversidad y el olvido.  Porque el olvido es -dice Heer- ese nombre que cae.
En ese mundo-cárcel, metáfora de un país y de una década, la Niña sabrá descubrir otro mundo de pasadizos y escondites y túneles secretos. Y si ese mundo subterráneo subyuga a la Niña porque allí “todo puede cambiar de sitio”, Heer sabe subyugar al lector con una historia donde también, todo cambiará de sitio: la narrativa es, de pronto,  poesía, sorprenden los puntos, el horror deviene mueca irónica, el humor irrumpe como pasaporte para acercarse a ese horror.
Heer no acata. Hay en ella la poco ortodoxa intención de desbaratar. De echar por tierra todo aquello que podría esperarse de una construcción coherente. No hay en el relato mojones que guíen. Las palabras son -a veces- únicos faros. Y esto es algo más que un modo o una manera de escribir: es un estilo.
Habrá que dejarse atrapar, entonces, por las palabras. Envolverse con ellas hasta poder ser parte de esa mirada corrosiva y audaz  para que el texto pueda así iluminar con su irreverencia.
Heer dice del narrador que es un alquimista. Ella sin duda lo es. Con su escritura lúdica y libre sabe rescatar al lenguaje de lo obvio para transformarlo en algo vivo.


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