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Liliana Heer
©2003
Liliana Heer
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Reseñas sobre Neón
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De una celda a otra
Nelly Pretel
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Neón, expresionismo de nuevo siglo, coro agiornado
hacia la médula arbitraria del poder y sus cristales punzantes.
En esta novela, la convención es atacada desde el inicio, su
caída pone en guardia contra la llamada verosimilitud
semántica, un gesto que alimenta el incipiente suspenso.
“Primero retorcer, después estirar, descubrir el tono que
a ella la deje estupefacta.” Bisagras generadoras de signos
polivalentes tensan la acción haciendo creer en lo que el texto
dice como si la distancia pronunciara la cercanía. Si el lector
es agudo en sortear sus propios límites, si se apresta a
dilucidar lo inconcebible, experimentará un duelo entre la
existencia concreta y los semblantes de la subjetividad.
Liliana Heer introduce un narrador doble, hábil en agudizar
quiebres y observaciones respecto a puntos de vista e
intencionalidades; ante cualquier intento de fijeza, uno u otro apela
al desvío con tacto de buen prosista. Esto equivale a sostener
que la resonancia poética mima el relato, por momentos lo
envuelve y por momentos lo interpela. “En una pantalla saturada
de transparencia reverberan augurios ínfimos. Aleteo de cuervos
en fuga. Oh libertad voluminosa y negra: muestra tu espuma.” En
realidad, nadie se libra de ser interpelado, sea lector, narrador o
protagonista, las advertencias circulan a la par del secreto, el
chantaje o el apremio: claves cuya función es exasperar la
hiancia autor-narrador-derivados. “Quizá todos sean dos y
no uno, o más de dos. Los personajes comienzan a expandirse, a
vivir en doble vida, a esperar encapuchados la aparición de algo
desconocido.” Un torrente de recursos al servicio de generar el
efecto cresta de ola: deleite por los contrastes violentos,
fusión entre palabra e imagen.
La protagonista fue Celadora en la cárcel del distrito y devino
Costurera con oreja de lince. Tiene los hechizos del aislamiento y un
permanente estado de alerta atraviesa el quehacer de sus manos. Su
cuerpo, imán de innumerables proximidades, aparece en algunos
cuadros mostrando un suspenso invertido. “Lo oía gemir
frente a la puerta de la celda hasta que entre gemidos la nombraba.
Entonces, ella y la sombra de su cuerpo en un ángulo del techo
de la pared vecina se movían como si la penetrara.” Con
orientación a lo centrípeto, en el texto se confina la
vida de la protagonista al espacio penitenciario. Nunca ha sido mujer
de un solo hombre, convive con un ex presidiario convertido en Viajante
y tiene dueño: el Alcaide de la prisión que además
es su Tutor. “¿Nuevos plasmas o el retorno al
folletín? Arte de fuga. El oro vuelve a las profundidades,
allí se pudre.”
¿Se podrá conquistar a una mujer que ha sido testigo de innumerables delitos?
Eso quisiera el Viajante, un deseo idéntico al del Tutor, quien
tiene la ventaja de conocer a la Costurera desde siempre y la contra de
estar envejeciendo. Mientras uno viaja, el otro la visita o la obliga a
cumplir con el oficio anunciado en el epígrafe: Ella cose el himen de la novia de los presos.
Íntimo y supremo, el Tutor domina la infancia de la Niña,
su abuso de poder incluye diferentes pasados en los que actuar
instintivamente es marca de origen. “Ella es hija de una muerte y
de un malentendido.”
Nunca se sabrá la razón por la cual la Niña no
escapó de la cárcel ni qué le habría
deparado el futuro si el verdadero padre la hubiese reconocido. Con la
densidad de un coágulo, los momentos cruciales del texto remiten
a un pasado ominoso sin más referencia que la voluntad de
olvido. “Por el clavo, el martillo y la lengua se escurrió
la verdadera historia de la Niña. A fuerza de prohibición
los hechos fueron cambiando de forma.” La materia oculta del
secreto se transforma imperceptiblemente en un interrogante que alude
al amor y la sexualidad; ese perfil opaco del secreto da fuerza al
Viajante que con sus relatos impone el presente recurriendo a la virtud
del verbo. En antagonismo a la figura del Tutor hace correr su voz
dando vida al pensamiento, parece decir: No es necesario cometer un
crimen, se lo puede crear. Su necesidad de evasión no busca
trasponer los límites del encierro, se sitúa más
allá -en el universo sofístico del perspectivismo-, sabe
que luchar por la libertad es una salida falsa, la deriva en que se
maneja da lugar a lo indeterminado de cualquier objetivo concreto.
El mal en esta novela es propuesto desde diversos ángulos
mediante argumentos sobre la herencia, la represión, los
prejuicios discriminatorios y algunos dichos humorísticos que
bordean el filo locura-razón, justicia-injusticia,
hombre-animal. Es sabido que el despertar de sentimientos elementales
entraña una filosofía afín a la inocencia ante las
injusticias de la especie. “Tertium non datur sive medium inter duo contradictoria.
Cuando un caballo enloquece, recibe los más suaves cuidados, los
mejores jinetes, el forraje más exquisito. Si un caballero es
culpable de algo: a la cárcel, privado de alimentos. Es que el
caballo pertenece solamente al reino animal mientras el hombre, para
justificarse, coquetea con el universo lógico.” -argumenta
el Viajante en un intento por disolver la demonización del
binomio culpa-castigo.
En la trama destaca una escena erótica, leit motiv
que gira desde la extirpación de amígdalas que
sufrió la pequeña en el Dispensario de la cárcel
al prematuro contacto sexual con el Alcaide. Dos vertientes
intervienen, por un lado, una polea invisible comunica el movimiento
cuerpo-boca muda, por otro, la palabra opera de contraseña
desviando la situación padecida. “Todo era normal para la
Niña. Ni antipatía ni malicia. Acariciando el voluminoso
vientre del Tutor, se acostumbró a decir: -¿Dónde
estará, dónde estará la lombriz?”
Los escenarios parecen extraídos de un film expresionista donde
ilusión y realidad convergen; se exhiben rasgos de la intimidad
del personaje en mimesis con el vértigo que la rodea. “El
mundo subterráneo donde todo se podía cambiar de sitio
era un experimento, lo oscuro se movía por empuje, por derrumbe;
ella sentía las pisadas arriba de su cabeza, los ojos
dependían de la palabra combustible, de la palabra
fósforo. Que hubiera o no luz transformaba la aventura en
hielo.” El contrapunto movimiento-visión enfatiza el valor
dramático de las secuencias que se despliegan con la ligereza de
una cámara entrecruzando planos e impresiones del adentro con el
afuera.
Neón es una novela legible a través del
fundido escritura-teatro-pintura-claroscuro, corpus de una materialidad
escénica inagotable. La conducta de los personajes excede las
buenas costumbres para acometer contra el más fuerte y contra el
más débil nivelando jerarquías e implantando un
sistema que disuelve el magnetismo moral a tijeretazos. “Sin
quitarse los zapatos, la Celadora apaga la luz del cuarto, sintoniza la
radio y se echa sobre la cama. Se trata de la misma Niña que ha
dejado de ser la Niña que flotaba en el vacío de los
corredores atendiendo y desatendiendo órdenes del Tutor. Apaga
la luz para no verle la cara. Él, con una rapidez que anula su
decadencia, vuelve a encenderla. Un viejo sin camisa expuesto a los
arrebatos de la juventud acaricia el cuerpo de su protegida con pasos
de cabra.”
Luchar contra la finalidad del arte es luchar contra una tendencia
moralizadora. La belleza trágica que encierra esta novela, su
absoluta economía de personajes y el estilo fuera de canon
transmiten una energía gozosa que incita a reflexionar acerca de
la crueldad.
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