Liliana Heer





©2003
Liliana Heer

Reseñas sobre Neón

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Astros sin atmósfera
Gustavo Dessal

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Hacia el final de esta novela estremecedora, última entrega de la inquietante escritura de Liliana Heer, sus tres personajes juegan al destino. El personaje femenino venda los ojos de los dos hombres a los que está unida, los mira deambular por una habitación, y se divierte mientras ellos se entrechocan entre sí  en la misma proporción en que el azar nos somete a sus golpes. Azar y destino, en la obra de Liliana Heer, no sólo no se oponen, sino que se complementan para crear una metáfora cruel de la condición humana. Cual astros sin atmósfera, los personajes son prisioneros del destino y sus movimientos están encerrados en un espacio de límites invisibles pero infranqueables. Ella ha nacido en una cárcel, el Viejo es el director de la prisión, y el Joven un ex presidiario, supuestamente libre y dedicado al oficio de viajante de comercio, pero no por ello  menos cautivo de una historia de la que ninguno podrá para siempre escapar.

¿Qué mantiene a los seres humanos en el encierro y en la esclavitud?  Esa es la pregunta implícita que recorre la trama de esta obra, y que la autora despliega en toda su crudeza, anunciada al lector en la primera frase, que sin atenuantes se inscribe a la vez como epígrafe y epitafio: “Ella cose el himen de la novia de los presos”. Una niña nace en el interior de los siniestros límites de una cárcel, rescatada del vientre de una presa que acaba de morir. El director decide  adoptarla, y la convierte de forma precoz en su juguete erótico y su amante, aunque bien pronto habrá de compartir sus favores con otro hombre, tercero imprescindible para que el deseo y la muerte inicien una fatídica partida.

Con el tiempo, la mujer se transforma en celadora de la cárcel, el preso recibe un indulto, y el director asume su papel de protector de la nueva pareja. Nadie está obligado a vivir en el interior de la prisión, pero sin embargo es ese el único espacio en el que la existencia de los personajes cobra sentido. Su drama consiste en no poder abandonar la frontera de un cautiverio que no está determinado por la realidad física de muros y rejas, sino por una pasión mortífera en la que se entremezclan la obscena desmesura del incesto y las múltiples figuras de la perversidad. Sin atmósfera, atrapados en la asfixia de su atracción mórbida, los tres prisioneros (incluso el director lo es, quizás el primero) se entregan sin resistencia alguna a una esclavitud de la que cada uno es su propio amo. Casi a lo último, el lector descubre que en realidad la prisión es apenas una ruina sin vigilantes ni cerrojos, pero que no obstante sigue cumpliendo su misión, puesto que los personajes obedecerán hasta la eternidad la inmutable ceremonia de someterse a su condena. 

En la estela de la ironía y el absurdo kafkiano, Liliana Heer consigue atravesarnos con una escritura que desafía todo intento de clasificación. Novela, poesía, incluso ensayo, se entrelazan formando un tejido en el que las palabras, afiladas como navajas,  cortan el aliento del lector y no retroceden ante la descripción de lo humano como extraña alquimia de partículas sublimes y pavorosas. Una escritura que arroja una fría y parpadeante luz de neón sobre la insoportable dimensión de la libertad, ese horizonte que el hombre reverencia desde siempre sin poder alcanzar jamás.

 
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