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La riqueza del instante Dicen que el Circo es uno de los inventos más entretenidos que persisten a través de los siglos. Grandes y chicos entran y vuelven a entrar en la magia del acontecimiento, el riesgo de los acróbatas, la gracia de los payasos, el asombro de los domadores y otras curiosidades. Suele ser presentado en el interior de una gran carpa con una pista circular y galerías de asientos para el público. A cielo abierto tiene esas características y más, incorpora de insignia al cielo, exhibe la efervescencia de la vida que merece ser vivida, su especificidad se multiplica, es inesperado, mágico, conmovedor, inigualable. Todas las noches del verano 2010 -incluso con goterones de lluvia dejadas caer como si formasen parte de la pieza- cuatro artistas ofrecen un espectáculo a la gorra, brindan lujo sin precio, pura voluntad de placer estético. Trapecio, tela, cuerda indiana, malabares, baile, recitado y humor, sorprendente humor. Wassily Kandisky decía: “Cualquier creación artística es hija de su tiempo y, la mayoría de las veces, madre de nuestros propios sentimientos”, lo que supone cabalgar a través de la pasión de innumerables generaciones afianzadas en el porvenir. Ni la materia ni el espacio ni el tiempo se parecen a lo que fueron después de asistir a una función de A cielo abierto. A diferencia de otras puestas, el público es cómplice de “la cocina” del espectáculo. Mientras se acercan los espectadores. Leandro Korman con ocurrentes hallazgos verbales logra establecer un código entusiasta. Los cuadros se suceden sin intervalo. Mediante un tratamiento paródico vemos las estampas móviles de varios países: Argentina, Grecia, Rusia, Japón, Italia, África. A cada país su música, los decires, modos y escenas disparadas del lugar común hacia lo fantástico.
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