©2003 |
Juegos de lengua en Sexton y Blake de Leónidas Lamborghini* II Jornadas de la Lengua Es inolvidable el entusiasmo de Leónidas combatiendo la distorsión con una distorsión multiplicada, el desdén hacia siempre lo mismo, ese deseo aventurado de encontrar una voz, un estilo de no tener estilo por ir más allá del tope. Su pasión por el hacer político de la risa en vertiente baja y alta: dirigida a la justicia, a la exclusión, a la “culturra”. Su poesía juega al mango con el humor abre grietas de la gauchesca, el sainete, el peronismo. Difícil olvidar los obstáculos, la distancia cada vez mayor entre los escritores de su misma generación, la soledad, el riesgo de lo singular. Sexton y Blake es la puesta en marcha de una estrategia paradojal, acción de escandir, duplicar, demoler distancias entre escritura y experiencia, tensar el bajo fondo en la sensible superficie con los pedales de la “y”. Según Deleuze, la “y” no establece relaciones ni es realmente una conjunción. Abraza todas las relaciones, es lo que les permite derramarse más allá de sus límites. Piruetas de consciencia superior -reino de ondas alfa. Hemisferios conjugados, Sexton y Blake crean diminutos inserts, siembran entrelíneas potenciando alusiones de registros múltiples. “Cuando estamos escribiendo, creando, alucinando, desdoblando, estamos en otro mundo, estamos locos -decía Leónidas- porque tenemos una relación con la realidad muy particular. Hay que hablar de locura”. Esa locura que al mismo tiempo él diferenciaba de la otra –la que no tiene posibilidad de volver a su orilla. Concepto equivalente al que Lacan expone sobre Joyce en el Seminario 23 El Sinthome. Afectos y efectos. “El Galgo” que en el diálogo entre los amigos siempre los alcanza, no es una raza de perro aunque por la efectividad comparta el pedigrí, se trata de la angustia, afecto veloz que no combaten con medicamentos, prefieren otra alternativa: desencadenan imágenes suicidas para sentir libertad. Cuando lo feliz asoma es tiempo de sortear brechas. Han inventado el “ajedrez suicida”, distante de la violencia del ajedrez onírico de Carroll pero igualmente onírico en el salto del tablero físico al diagrama. Sentados de espaldas hacen movidas en el aire, dos estrategas, dos directores de orquesta. Obviamente se divierten de las fachadas del éxito, anulan los conocidos modelos de funcionalidad utilitaria y por ende los gradientes degradantes. Hay un para todos: el jugador jaqueado vence y ambos celebran el suicidio del rey en tono bekettiano: fracasar, fracasar mejor. Quizá se trate de un guiño hacia el capítulo “Fantasmas en la madrugada” donde al estilo de un guión cinematográfico la escena es Exterior-noche, con descripción de barrios prepotentes, abundancia, brillo, edificios en torre. Los muchachos eternos urden humoradas, bromas de acción y desmentida en un vértice que desnuda los ingenuos artificios de la seguridad, esa falsa consciencia inocultable. En “Una aventura” Leónidas parece decirnos: el humor es inseparable de la pasión selectiva. De todas las novelas, Moby Dick es leída por Sexton y Blake. Expuesta la riña entre sentido y sonido, esa vacilación domada por la “y”. A libro cerrado, en oposición a “la herida que no cierra”, los protagonistas apoyan el oído sobre el libro intentando captar el rumor contenido en esa caracola. Viento, lluvia, tormenta. Buscan durante la mañana, buscan durante la tarde un ejemplar y por la noche regresan al tabuco, el oído apoyado sobre Moby Dick, un mar de palabras. Bousquet hablaba del humor actor, asignándole propiedades de “edificar entre los hombres y las obras su ser delante de la amargura”. El ser dignos de los que nos sucede tan lamborghiniano. ¿Qué hacer con lo que sobra? Baudelaire tradujo a Poe, la huella como la carta está a la vista aunque sea inexplicable que se encuentre en el tabuco. Leónidas cita en el epígrafe a Baudelaire, ésta sería la segunda vez, lo hará una tercera en “Taller de poesía”. Lógica Carroll: lo que se dice tres veces es verdad. Posiblemente, como en Néstor Sánchez -autor de Cómico de la Lengua- la Ley de tres prolifere inquietando espejismos y doblajes. Cómicos por intención, así son definidos Sexton y Blake, por potencia de rasgo supera obstáculos. Es rutina en ellos buscar formas, inventar posibilidades, incluso de lo que no hay. Insisten ante el No geométrico, ante la letanía de la cuadratura del círculo; frente a ese tradicional problema salpican la secuencia con palabras de tradición como fanal y lampo. Repetida esta última, también la búsqueda de ese estado de inefable contento, un corte de manga a las sombras del pesar en “Taller de poesía”. Qué mejor pantallazo que un cuarteto, reverencia a Darío, Almafuerte, Baudelaire, Discépolo- para el suspensivo armado del último ejercicio:
Los malabares del humor descarrilan sentidos. A propósito de cuartetos, Leónidas contaba una anécdota del día en que Ravel estrenó su cuarteto de cuerdas. Hay puntos en común entre el revolucionario compositor incomprendido y nuestro poeta. Una señora, después de escucharlo en el estreno, le dijo: -Usted es un loco. Y Ravel a pleno humor le contestó -La felicito señora porque usted ha comprendido.
Eliott, además de escribir Los cuatro cuartetos y ser uno de los diez autores elegidos por Leónidas en el año 2007, prologó en su pubertad un libro sobre Savonarola, el reformador que prefirió no sacar las patas de la fuente, luchando desde adentro contra la estructura jerárquica de la iglesia romana. En “La gran ilusión”, el narrador expone los reveces del templo, encarnando al monje Savonarola en el dirigente de una secta blasfema admirada por la pareja de amigos. “Parecido que no es lo mismo, lo mismo pero parecido” dice Blake. Se trata de Samarella, un profeta de la distorsión acostumbrado a trasmitir: “Mal x Mal = Bien”. Este último doble, también fue perseguido y excomulgado, pero lo cómico no estuvo ausente de su desdicha. Logra dar una vuelta de tuerca por muerte repentina. Siempre hay oportunidad de hacer pensar al equivocado. Si en un chiste póstumo sobre Samarella, éste convence a Dios, el autor parece decir: la gran ilusión no está perdida. Dibujo 13: Otra de las pasiones de Leónidas era el cine mudo. Chaplin-Fin * Últimos días de Sexton y Blake con ilustraciones de Adriana Yoel --- |