Liliana Heer

Diálogos

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©2003
Liliana Heer

Vértices de un diálogo 
Por Liliana Heer y Marta Vassallo
Exclusivo para INTI, Revista de Literatura Hispánica
Primavera-otoño 2004




LH: Cuando escuché la propuesta de “Pensar la Argentinahoy”, se me presentificaron dos frases. En realidad, una de ellas corresponde al título de un ensayo: Seis intentos frustrados de escribir sobre Roberto Arlt de Oscar Masotta. Ensayo que alude a la dificultad y la inquietud de haber aceptado escribir algo que podía llegar a despertar todas las desconfianzas y todos los equívocos.
La otra frase es de Emmanuel Lévinas y responde a la pregunta:
-¿Cómo se empieza a pensar?
-Por traumatismos o tanteos a los que uno ni siquiera sabe dar forma verbal: una separación, una escena de violencia, la brusca conciencia de la monotonía del tiempo.
También agregó:
-Se empieza a pensar en la lectura de libros. El papel de las literaturas nacionales es fundamental porque en ellas se vive la verdadera vida que está ausente pero ha dejado de ser utópica.
En tu caso, ¿cuáles fueron las ideas que te disparó este tema?

MV: Pensé que Argentina ha llamado irresistiblemente a ser pensada en el curso de este año 2002, un año que osciló entre la euforia de “todo es posible” y la impotencia. Pensé que el “traumatismo” (tomando el término de Lévinas) que significaron los episodios de diciembre de 2001 lograron que volviéramos a sentir que tras de nosotros se levantaba una historia: habíamos dejado de ser el puro presente tecnológico de los 90 para volver a tener pasado. Todavía hoy no sabemos si ese pasado es algo concluso que miramos por encima del hombro como quien se despide, o si sigue siendo un cimiento de futuro.

LH: El escándalo del trauma, ese agujero en el interior de lo simbólico, según Eric Laurent se debe a que escapa a toda programación. Así empieza La Luna Roja de Arlt, con una frase que acentúa lo inesperado de un acontecimiento: “Nada lo anunciaba por la tarde”. Se trata de un texto singular dentro del canon del autor, en el que el límite de lo humano y lo animal literalmente converge y el clásico personaje sombrío y anónimo da paso a la masificación. Una muchedumbre enmudecida y confusa protagoniza el relato. La descripción de la ciudad tiene puntos de confluencia con la Buenos Aires “comprada” por los argentinos en los 90: “expansión económica”, “nombres de remotas empresas”, “filiales”, “conocimiento de placeres” que hacen ”tocar las estrellas con las manos”, “empréstitos leoninos”. Todo parece coincidir pero, mientras en el relato de Arlt  la multitud sale a la calle para huir de la amenaza que le sobreviene, en los episodios de diciembre de 2001 los argentinos salen a la calle para echar a los políticos. Nadie podría llegar a poner en cuestión a los miles de asambleístas, desocupados y estafados que a lo largo del 2002 han estado reclamando: “Que se vayan todos”. Pero, ¿a quién se dirige el “Que se vayan todos”? ¿Se dirige a alguien? ¿Es una manifestación de potencia o refleja la impotencia? ¿Es posible desde la nada crear un ámbito político? ¿Cómo asegurar que el rechazo absoluto es el camino de un “nuevo orden”?

MV: Ese rechazo absoluto tiene como contracara la reafirmación del sentimiento de “Podemos solos”. Lo que pasa es que predomina la impotencia ante extremos como la muerte por hambre de los bebés que la tv exhibe constantemente, en escenas que empiezan  a parecerse al “show del horror” con que los medios procesaron los crímenes de la dictadura militar inmediatamente después de su caída. Ligado a otros espectáculos:
el de la interna justicialista, el ir y venir de Washington del ministro de economía Roberto Lavagna, remedando el de Domingo Cavallo un año atrás, la reafirmación de la Corte menemista, cuya remoción se cuenta entre los reclamos más unánimes de la protesta civil; el caso Grassi que exhibe una estructura mafiosa tras de una supuesta entidad benéfica, una guerra mediática obscena, y una moral sexual colectiva que convierte en poco más que materia de chistes homofóbicos el desamparo de miles de niños y adolescentes. En el lugar que debiera ocupar una oposición, una izquierda facciosa arrastra a su desagregación a los movimientos que pretendió capitalizar: los piqueteros, los asambleístas, los obreros que se hicieron cargo de fábricas quebradas o vaciadas, los estudiantes, y hasta parece aspirar a cumplir el mismo papel en el seno del movimiento político-social lanzado por la Central de Trabajadores Argentinos en su Congreso de mediados de diciembre de 2002...

LH: Volver a pasar por situaciones tramitadas o ya vividas nos lleva a pensar que estamos sumergidos en un eterno retorno, pero el retorno nunca es de lo mismo, nada vuelve idéntico, lo diverso se aloja en el seno de la repetición. Hay diferencias en cada pasaje, los quiebres aunque leves se hacen visibles (no transparentes, por supuesto, ni tampoco definitivos). Por ejemplo, se podría afirmar que Lavagna no es Cavallo, mientras el primero leyó en las condiciones del préstamo cláusulas contradictorias, el segundo no cejó en plegarse a todos los requisitos. Sin embargo, esta afirmación podría llegar a ser insostenible dentro de unos días o dentro de unos meses. También se podría convenir que el justicialismo ya no aparece tan seguro de aglutinarse tras un liderazgo único después del persistente enfrentamiento entre sus facciones, y sería de suponer que aunque logre cierta estabilización, la experiencia de la dificultad va a dejar a marcas en el movimiento, etc. El serio inconveniente del HOY, que nos convoca a pensar la Argentina, es el riesgo de caer en anacronismos. Todo está en movimiento desde ejes no visibles.

MV: No dejo de ver un marasmo peligroso. Creo que hay una suerte de falla original de todo este movimiento civil que marcó el 2002, y es el hecho de que esta movilización descomunal no reconoce que la caída de De la Rúa no fue pura obra suya, sino también de sectores justicialistas empeñados en hacer caer a la Alianza desde antes de que asumiera. ¿Cómo evitar ahora que esos sectores capitalicen la situación?

LH: Estamos desde hace años bordeando la acefalía. En derecho político se habla de acefalía cuando no existe titular en el más alto cargo de alguno de los poderes del Estado, especialmente del poder ejecutivo. Si bien formalmente el espacio dejado por el anterior presidente electo De la Rúa ha sido sustituido, eso no significa que el lugar no haya quedado vacío. Jacques Alain Miller en uno de sus últimos seminarios distingue el término sitio del término lugar. El sitio genera disputa y rivalidad; responde al orden de la sucesión y la exclusión, en tanto que el lugar no sólo es mucho más pacífico sino que alberga lo múltiple, es decir genera a su alrededor relaciones coordinadas. Tener participación protestataria forma parte de una salida ante el traumatismo, más allá de los objetivos estratégicos que ciertos sectores podrían llegar a capitalizar. La abertura de ese inmenso agujero en lo simbólico, que señalaba hace un momento, puede llevar a crear nuevos significados, es decir, nuevas ataduras. Con esta perspectiva, los argentinos enfrentamos a los candidatos de las próximas elecciones.

MV: Y parecería que la mayor expectativa planteada por esas elecciones es si la gente participará en ellas o no, si se reiterará la situación de octubre de 2001, con una alta proporción de voto rechazo. Los “políticos” de todo el espectro ideológico parecen moverse por inercia; los cínicos, los dueños del “vale todo”, se sienten en el poder como peces en el agua, aunque parecen no darse cuenta de que en cualquier momento se vuelca la pecera. Quienes tienen conciencia de lo inédito de la situación, quienes aspiran a un cambio, manifiestan una notable incomodidad con el poder; a esa incomodidad le sobran causas legítimas; por mencionar sólo tres grandes experiencias fracasadas de aspiración a cambios radicales en la cultura política en los últimos 30 años: las formaciones revolucionarios aniquiladas por la dictadura de 1976, y que hoy ya no existen como tales; la euforia de la restauración democrática en 1983 neutralizada por la evolución del gobierno de Alfonsín; en 1994, en pleno apogeo menemista, las expectativas generadas por la formación del Frente Grande, devoradas o destruidas por el statu quo. Como telón de fondo, el también estrepitoso fracaso de la alternativa anticapitalista encarnada en el bloque soviético. 
Pero como quien hace de necesidad virtud, esa incomodidad  se convierte en tesis en la acción autogestionaria de los asambleístas supervivientes, en las ideas sobre democracia directa difundidas por el dirigente Luis Zamora, que repudia el sistema representativo. No resulta fácil refutarlos: ¿Quién que se haya puesto a pensarlo podría negar el carácter criminal de todo poder, lo inconmensurable de la tarea de hallar una justificación para nuevos crímenes? Lejos de estas tesis el dirigente de la CTA Victor De Gennaro, identificado en su momento con el Frente Grande, no parece sin embargo decidido a volver a apostar a una política partidaria; las vacilaciones de la dirigente de centro izquierda Elisa Carrió reflejan por una parte el terror de reiterar el destino del Frente Grande, por otra la persistencia de viejas tácticas que impiden el crecimiento y transformación de la correspondiente fuerza política. La potencial confluencia de todos esos sectores, avizorada en un momento como pesadilla del establishment, no toma forma por el momento.
Objetivamente esta incapacidad de amalgamar una alternativa abandona el destino del país en manos de sus saqueadores.

LH: Retomando el concepto de acefalía, estamos ante una perspectiva heterogénea. Roto el pacto social, desoídos los reclamos más primarios, disuelto el engranaje de la autoridad, la pregunta sería cómo volver verosímil lo que es evidentemente falso. Pienso en el argumento de una novela en la que el narrador ha creado personajes saturados de tics correspondientes a otras novelas y ha avanzado demasiado como para torcer esas marcas. No se trata de personajes en busca de un autor sino de lectores en busca de un plot inédito.
En cuanto al rechazo, la resistencia a ocupar lugares de poder, me parece que  proviene de las experiencias del siglo XX, especialmente la del poder tal como fue ejercido por los regímenes comunistas y los efectos devastadores de la globalización financiera. 
Me interesaría volver sobre la reflexión que hacías  acerca del peligro de abandonar el destino del país en manos de sus saqueadores. Pareciera obvio que estamos ante estructuras distintas. No obstante, entre se puede todo y no se puede nada hay un elemento en común: el exceso. Para los “cínicos”, la ética reside en la acción; no hay límite ni duda alguna, el actuar está absolutamente naturalizado. Los obstáculos son estímulos, las barreras son negociables, los planes son concebidos con altos márgenes de “contaminación”. 
Entre los que se abstienen, estarían aquellos que por aprendizaje saben que no es posible la unión sin transacciones fatales y buscan alternativas fuera de los clásicos circuitos del poder apelando a la democracia directa, experiencia sobre la cual nuestro país tiene muy escaso recorrido e implica una apuesta temporal, proyecto en las antípodas del modelo revolucionario de los setenta. También están los que intuyen que la acción rebasará los límites de sus ideales (este sería el vértice en común entre “se puede todo” y “no se puede nada”), saben el territorio minado que deben atravesar y prefieren que el estallido crítico, el rechazo, el desencanto, el oprobio se dirija a otro nombre, no al propio o al del movimiento que representan. En una suerte de procastinación esperan “el momento justo”, ese en el cual podrían permanecer inmaculados haciendo todo lo que “sueñan”. Lo contradictorio de este pensamiento es el malentendido de una renuncia que se pretende generosa-. El entrelíneas consiste en la auto advertida especulación y en la debilidad de la aparente fortaleza que los propulsaba a intervenir. “Que se ensucien otros.” Seducidos por el ejercicio de una hipercrítica orientada hacia afuera, embelesados por la magnitud de lo que harían de ser electos gobernantes de un país con una historia a la medida de lo utópico. Al asomar la hora del compromiso, los enunciados se siguen recitando pero han perdido al sujeto de la enunciación.

MV: El debate que se insinúa sobre el poder y la validez de su conquista en realidad está provocado por la evidencia de que el verdadero poder en el mundo globalizado está cada vez más lejos de los gobiernos, de lo que los votantes creen elegir. Es de destacar cómo las oposiciones entre las que derivamos hoy operan sobre las tradicionales oposiciones de la historia argentina: unitarios/federales, por ejemplo, o peronismo/radicalismo. “El establishment porteño”, repite el pre candidato presidencial por el PJ Adolfo Rodríguez Saa, presentándose como emblema de un interior sometido en medio de las luces de la capital. Y tras él se alinearía entonces la rica y controvertida tradición que arranca desde  Dorrego fusilado por Lavalle, pasa por la Vuelta de Obligado, las montoneras federales, el nacionalismo en todas sus vertientes, para culminar en el peronismo de los años 40. Rodríguez Saa reitera, desvaído, el gesto de Menem hace 14 años, con las patillas a lo Facundo Quiroga montado sobre un caballo blanco. Nadie entregó el país como lo hizo durante la década de 1990 ese simulacro de Facundo. Peronismo y radicalismo persisten como reliquias sentimentales, pero en los hechos radicales y peronistas pactan sus malabarismos para sostener una estructura amenazada por los vientos de la historia desde fuera pero también por su podredumbre interna. Además del repudio y el descrédito de la población exasperada. El Mandrake por excelencia de esos malabarismos es Raúl Alfonsín, el radical que en 1983 simbolizó la restauración de la democracia.
En cuanto a la izquierda, pasa por un curioso y no sincerado proceso de “nacionalización”. En alguna medida se ha vuelto defensora del Estado-nación y la “soberanía nacional”, nociones que hace 25 años le valían de su parte a quien las levantara el mote de fascista.
Sería interesante encontrar en la actualidad las transfiguraciones de otra oposición fundamental: nacionalismo/liberalismo. Creo que una de las grandes falacias de la guerra fría, donde confluyeron comunismo y capitalismo, fue reducir el liberalismo al liberalismo económico. En la posguerra fría esa falacia no ha sido desmontada. El liberalismo político resulta hoy condenado, a la par del neoliberalismo económico, tirado como el bebé con el agua de la bañera, el agua sucia de la corruptela de congresistas, concejales, etc. En cuanto al nacionalismo, evocado en la consigna de “vivir con lo nuestro”, su forma más saludable es la que se supera en la aspiración a la integración regional, y a juzgar por las expectativas generadas por el triunfo de Lula, se diría compatible con formas de liberalismo político en el sentido de la valorización del sistema de libertades...
 
LH: Es histórica la dificultad de sostener la representación en nuestro país  Los  modelos extranjeros como fuentes de nuestra legislación provocaron un abismo cada vez más grande en la medida que no eran representativos de nuestra sociedad. ¿Qué es lo representativo de nuestra sociedad si nunca se plasmó esta representación?
Libertad Demitrópulos muestra esta fisura en su novela La Flor de Hierro (metáfora de las flores que los coágulos de sangre forman sobre el metal). Narra la conquista de la tierra de los indios diaguitas por el fundador de encomiendas Gaspar Medinas. En el presente de la novela, Demitrópulos expone la miseria y el desamparo en el que viven sus habitantes. La única posesión de Medinas es el Cementerio, depósito de almas de una localidad vecina que canjea sus muertos por agua. La identidad de los sedientos se define por el contrapunto de ciertos rasgos. Son pobres y orgullosos, humildes y altaneros, sufrientes y agradecidos, tan respetuosos de la grandeza como despreciativos de lo superfluo. Se rememoran las delicias del pasado y paródicamente hasta el opa del pueblo cree pertenecer a la estirpe del conquistador. En esa línea, los revolucionarios de Mayo aplicaron una Constitución que tenía el germen “americanista” con un fuerte halo europeizante. Desde el origen la hiancia entre lo social y el régimen legislativo fue notoria. El bienestar económico de Argentina hasta mediados de los setenta veló esa no concordancia.

MV: Habría que distinguir dos cosas por lo menos: la ausencia de la noción ilustrada de representación política, que entiendo es el caso de la comunidad diaguita en la ficción de Demitrópoulos, y el rechazo consciente de la representación política como forma de ejercicio del gobierno (caso Zamora, asambleístas, Madres del grupo Bonafini, izquierda clásica). La actual realidad argentina – y seguramente mundial también –  mezcla o superpone ambas cosas. Los que la historia oficial y también la revisionista llama “caudillos” ejercían un tipo de liderazgo ajeno a la noción liberal de representación política: un liderazgo personalista, fundado en intereses comunes en tanto jefe y seguidores necesitaban defender las economías regionales, fundado también en la capacidad del líder de llevar a cabo con éxito las habilidades apreciadas por los gauchos, intereses y habilidades a las que se suma la capacidad de conducción. Es a esa realidad a la que se superpone la Constitución nacional liberal de 1853, inspirada indirectamente en la Declaración de la Independencia de Estados Unidos de 1776, según la cual “Todos los seres humanos son creados iguales, dotados de derechos inalienables, entre ellos la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. ¿Cómo no entender el deslumbramiento de los “ilustrados” locales ante semejante postulación? Es la tragedia que alienta en Poema conjetural de Jorge Luis Borges, los imaginarios últimos momentos de la vida de Francisco Laprida: “Yo que anhelé ser otro, ser un hombre/ de sentencias, de libros, de dictámenes,/ a cielo abierto yaceré entre ciénagas...”

LH: Según el famoso lema de Saint Just, establecer la felicidad como factor político fue una de las consecuencias de la revolución francesa: instar a la renuncia total de los placeres decadentes. Pero volviendo a lo anterior,  la superposición no se refiere solamente al rechazo de la representación política sino a la desmentida de un injerto que nos afecta de manera concreta desde la organización nacional plasmada en la Constitución. Lacan sostenía que si no es en el Derecho donde se palpa de qué modo el discurso estructura el mundo real, ¿dónde va a ser?
Veamos entonces las marcas: Gorostiaga, uno de los autores de mayor influencia en la elaboración de la Constitución, el 20 de abril de 1853 explicitó: “el proyecto está vaciado en el molde de la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica, único modelo de verdadera federación  que existe en el mundo”. ¿Qué implica esto? Nuestro federalismo y nuestra república tomaron como tipo histórico el de la Constitución norteamericana, Constitución que tiene como trasfondo el ideario religioso del protestantismo. A los Estados Unidos llegó la influencia de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano vía la Revolución Francesa y se arraigó en el quehacer religioso local que tenía como fuente al puritanismo (más que luterano calvinista).
Nuestra Constitución en su articulado adoptó la religión católica como religión de Estado e imitó al mismo tiempo la forma legal norteamericana. Si tomamos en cuenta las jerarquías legales y la supremacía de la Constitución respecto de otras leyes, habría que pensar en una casi imposible conjugación desde el origen entre las normas que regulaban la vida económica, política y administrativa y la Ley suprema de la Nación. Mientras las primeras seguían el canon norteamericano (Pacta sunt servanda es un legado protestante, hay obligatoriedad de cumplir la palabra empeñada), la Ley Suprema desde el Preámbulo introducía a la Iglesia Católica como persona jurídica de derecho público o de existencia necesaria, régimen teísta que valora la religión como factor de cultura.

MV: ¿No podría pensarse en la fecundidad de ese mestizaje de culturas y conceptos en la raíz misma de la organización nacional, en lugar de leerla como un fatalismo negativo? Quisiéramos superar la noción conservadora de la historia convertida en una reiteración fatal, en el mito del eterno retorno, sin caer en la noción de una Historia con mayúscula, suplente de Dios, uno de los componentes de la tragedia de 1976. Revolucionarios convencidos de remar a favor de las corrientes de la Historia persistieron ciegamente en premisas y prácticas que sólo podían conducirlos al desastre. Como los héroes trágicos convencidos de que los dioses los avalan y cometen crímenes (léase transgreden las leyes conocidas para fundar otras) que creen actos de justicia en nombre precisamente de esos dioses empeñados en perderlos. Dioses codiciosos y mezquinos que nunca alcanzan la grandeza de esos seres humanos movidos por un deseo de justicia y empeñados en dar un sentido a su paso por la intemperie.
Trabados por oposiciones paralizantes entre lo viejo y lo nuevo, el purismo y el cinismo, la historia convertida en destino, quisiéramos hallar el hilo de Ariadna que nos lleve fuera del laberinto.

LH: Querríamos pero sabemos que la metáfora del laberinto no involucra solamente a una figura angélica iluminando el derrotero sino también a un salvador y a un monstruo al que hay que vencer. Quien revela un secreto familiar como Ariadna, suele rozar la frontera de la traición. Históricamente algunos políticos fueron considerados por un sector de la sociedad monstruos y por otro, salvadores; en Argentina el ejemplo paradigmático fue Perón. Tenemos dos o más rostros en cada uno de los protagonistas, algo que también ocurre entre los políticos.

MV: El peronismo no casualmente sirve de emblema en cuanto a las paradojas de la representación en nuestra historia. El peronismo nunca se destacó por su adhesión a las formas republicanas de la representación, sí por el muy hábil uso que aprendió a hacer de ellas. Del 45 al 55 el legítimo fue Perón, el “tirano”, el “antidemócrata”, mientras los “demócratas” avalaban el golpe de Estado que fue la “Revolución Libertadora”, y después la proscripción del mayoritario peronismo durante los 18 años subsiguientes. Ahora bien, el peronismo se caracterizó precisamente por un liderazgo personalista y un funcionamiento vertical, la absoluta ausencia de sentido legalista del peronismo en todas sus vertientes es altamente “representativo” de una moral social argentina, pero “representativo” no en un sentido republicano. Dio para un fuerte sentido de identidad y de cohesión, dio para grandes rebeliones (como la Resistencia y después las organizaciones guerrilleras, ellas también verticales, lo que justifican en los requerimientos de la lucha clandestina), pero a partir de 1983 apenas da para la trampa, como en la actual convocatoria electoral. Y volvemos a esa sensación de encierro, de haber quedado atrapados.

LH: Me pregunto si existe una salida del laberinto distinta a la de volver a entrar, permanecer prisionero o reproducir el destino bajo otro cielo. Glauber Rocha, uno de los cineastas latinoamericanos más importantes a partir de los sesentas, a través de sus films de tesis esbozó la historia de los pueblos del Tercer Mundo en tres momentos.  En el primero -“Dios y el Diablo en la tierra del sol”-, ataca y pone en trance (congela, convierte en objeto de estudio) el mito que encierran las oposiciones entre la ideología del colonizador y la del colonizado. El segundo momento -“Antonio das Mortes”, “Cabezas Cortadas” y “Claro” (1975)-, marca el triunfo del pueblo sobre el mito. En el tercero -“La Edad de la Tierra”, 1980 -, en el que la cultura del hambre impera, el cineasta constata la imposibilidad de superar la contradicción porque el pueblo aun siendo mayoría está siempre en condición de minoría en relación al poder.
En un poema de Borges titulado “Laberinto”, el primer verso dice: “No habrá nunca una puerta” y concluye:
“No existe...
Nada esperes.
Ni siquiera
En el negro crepúsculo la fiera”.
Creo que Borges alude al horror de la muerte del enemigo, su inexistencia material (en la misma dirección que Derrida habla del crimen contra lo político).  “Perder al enemigo” constituye el peor de los crímenes porque sería entrar en lo que no se declara ni se pacta. Significa que ya no nos puede poner en cuestión porque ha perdido credibilidad y la credibilidad proviene de la presencia del fantasma de lo amistoso incluso en la enemistad.
Más que la figura del laberinto, me interesa la idea de seguir el movimiento expansivo de una espiral resistiendo la atracción del eje centrípeto. Esto implica situar a los hechos como puntos de vista, es decir, dejarlos hablar en lugar de impedir su comprensión a fuerza de aplicar modelos de desciframiento. Los hechos contienen, además de protagonistas y juicios, la puesta en escena que exhibe y delata la dinámica y la estática de nuestro país. Y en segundo, deberíamos categorías que permitan desmontar el punto de vista de los hechos en su insistencia y captar las mínimas diferencias.

MV: Sospecho que los procesos profundos, los que operan esas graduales diferencias, son subterráneos, que tardarán en manifestarse, y que resultará difícil reconocerlos. Retomando tu idea de la espiral, pienso en algunas cuestiones básicas que significarían “seguir el movimiento expansivo” o “ser atraídos por el eje centrípeto”. Una es cómo procesarán esos movimientos subterráneos el recurso al terror. En 1983 parecía haber quedado atrás, pero la restauración democrática que habilitó esa superación era de tan frágiles cimientos que hoy resulta difícil sostener esa superación. Conocemos por experiencia propia el terror de la derecha; y por referencias el impuesto por la izquierda, desde el régimen soviético a la Camboya de Pol Pot. Otra cuestión básica es cómo será procesada la condición de las mujeres, las más inmediatamente afectadas por la crisis, y también protagonistas de los movimientos civiles surgidos en el curso del 2002. Que de algún modo es preguntarse cómo procesará el movimiento civil al feminismo, uno de los pocos movimientos genuinamente subversivos del siglo XX. Los sectores feministas en Argentina han oscilado entre el plegarse y diluirse en instituciones y organizaciones políticas y una especie de purismo reactivo, una suerte de “que se vayan todos” anticipado.
No se me escapa que la coyuntura internacional (el belicismo de Bush, él mismo un fundamentalista en una sociedad cuya secularización liberal retrocede a diario, frente al integrismo islámico como máxima expresión de odio a Estados Unidos) es mucho más favorable a la potenciación tanto del terror como del machismo que a su superación. Ese marco internacional operará terribles presiones sobre Argentina, que no podrá eludir respuestas a esas presiones, sea avanzando en la espiral, sea deslizándose hacia abajo.

LH: Heléne Cixous en un texto llamado Obstetricias crueles repite: “Acuérdate y cuenta...Acuérdate y cuenta... Pol Pot ha muerto... es difícil escribir lo peor, pero es imposible decirlo. Escribir existe para lo peor”.
Hay una operación a contrapelo de la violencia que genera el horror, pero igualmente violenta, consiste en preservar las huellas de los traumas, el avasallamiento, las presiones. No ceder a su obliteración, no tropezar con la ingenuidad de pretender documentarlo todo, ir y volver, volver a ir una vez y otra y otra más, incansablemente, saber que somos testigos y eso significa que algo de la vergüenza del horror que presenciamos nos sobrevivirá.


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