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A los lectores que no saben lo que buscan Johanna Puyol: ¿Qué impresiones se lleva, en cuanto a calidad, temas y participación, de su experiencia como jurado del Premio Julio Cortázar? ¿Qué ha implicado ser elegida para decidir el ganador de este prestigioso premio, homenaje al gran narrador argentino? Liliana Heer: En primer lugar, quiero expresar mi agradecimiento a los organizadores del Premio Julio Cortázar, especialmente a la coordinadora general, Basilia Papastamatiu, y a los miembros del jurado, los escritores César López y Alberto Guerra Naranjo, por el espíritu con el que atravesaron esta convocatoria. En todo momento, lejos de cualquier formalidad, las reuniones estuvieron signadas por un entusiasta compromiso. Logramos construir un verdadero laboratorio de síntesis en el que la experiencia, la observación y el contrapunto de lecturas además de enriquecerse pudo ser acotada a la elección de cinco finalistas. El número de cuentos presentados fue muy numeroso, diferentes versiones de una época con alto espectro de movilidad imaginaria en los que uno de los ejes centrales fue el desencanto: la falta de confianza, las diversas estrategias para padecer en grado menor. J.P. ¿Qué historias narra en su más reciente novela, Neón? L. H. Quería escribir una novela con muy pocos personajes, dos hombres y una mujer. “Hacer de tres, no un cuarto sonido, sino un astro”, dijo el abate Vogler. El Narrador reúne a los personajes dando algunas claves, introduce un paulatino suspenso, alerta por evitar encuentros; a la vez, se convierte en comentarista desdoblándose al punto de aparecer en contra de él mismo, transformado en crítico interpelante que no duda en anunciar desvíos o falencias de plot. Los personajes no tienen nombre ni apellido, se conocen por lo que son, por lo que hacen o dicen. El Alcalde de la penitenciaría es Tutor de una niña -hija de su amante asesinada- con la que ejerció una paternidad abusiva. La Niña vive en el complejo penitenciario y con los años se convierte en Celadora y Costurera. Un Estafador es condenado, sus relaciones de privilegio le confieren una celda individual y posteriormente un extraño indulto que le permite trabajar como Viajante. Rota la convención, el mejor escenario de libertad es una cárcel. Las referencias a lo pictórico son copiosas, se plantea una pugna entre escribir y pintar equivalente a la establecida entre el poder y la virilidad de los hombres. El Estafador/ Viajante narra, dibuja. El Alcaide/ Tutor esculpe, aprieta pomos, cubre la superficie de la pantalla con su presencia. La Niña/ Celadora/ Costurera mira los ventanucos de la prisión, escucha al joven improvisar, al viejo maldecir pero privilegia un programa de música radial: “Tiene la visión de un clásico…el tímpano frágil, atento a la resonancia”. La lucha del vale todo descentra al débil y al fuerte. En marcha las estrategias de la víctima, se trata de pisar el cepo sin miedo. Ante el acoso, la Niña finge jugar, nombra un animalito y en la ceremonia del diminutivo des-potencia al abusador: “Dónde estará, dónde estará la lombriz”. Más allá del tópico carcelario, Neón es una pieza entusiasta, la ascensión está dada por el crescendo del ternario y el humor a la carta, a la letra. Leónidas Lamborghini, en el texto de contratapa se refiere a “el filo irónico que bucea en el horror buscando en éste su escondida mueca cómica”. El título Neón responde a un festejo con Severo Sarduy y Emeterio Cerro en Paris. Recuerdo haber dicho que algún día iba a escribir una novela partiendo de un verso de Cobra: “Fruta y neón. / Pedalear” J. P. En la Feria del Libro de La Habana dedicada a Argentina, realizó una ponencia sobre el erotismo en la literatura escrita por mujeres. ¿Es este un tema de peso en su propia escritura? L. H. Sí, creo ser fiel a mis obsesiones con ciertas variantes. El erotismo es un abanico de poderes. Cuando comencé a escribir, desde una tercera persona encarnaba personajes masculinos, bisexuales, mayores, perversos. A medida que pasaron los años y las páginas, mis protagonistas femeninas se desplegaron más y más. Ciertos núcleos persisten pero el lugar de enunciación es otro, a diferencia de Bloyd y La tercera mitad, las novelas Frescos de Amor, Ángeles de vidrio, Repetir la cacería y Pretexto Mozart fueron narradas desde una primera persona. Mujeres púberes o jóvenes ante el primer tijeretazo, cómplices y testigos, unidas o enfrentadas más allá del Nombre del Padre o cualquier subalterno.J.P. ¿Cómo entrelaza en sus narraciones la desgarradora, a veces sórdida atmósfera de la trama con el cuidadoso estilo, lo pulido del lenguaje, donde lo poético asoma una y otra vez? L. H. Esta pregunta me hace volver a Neón, paradigma de la tortura ejercida en el lenguaje. Escasas palabras, blancos netos, vigilancia, control, sustracción y al mismo tiempo desmesura. Desliz de un género a otro mediante recursos analógicos, instantes epifánicos y dichos bestiales: “el semen es un arma blanca”, “un cuerpo extraño puede ser verga o bastón”. El relato deviene poema, deviene guión cinematográfico, pieza teatral, decálogo, deviene ensayo y texto crítico para volver sobre la trama y repetir la historia desde otro ángulo. Así, el territorio de la justicia es tensado mediante la presentación del más antiguo de los códigos: “El largo otoño del malestar en ciernes/ Sobre las piedras de la acrópolis de Susa/ Hammurabi esculpe el orden de los cuerpos/ Lo primero hace historia/ (legalidad a la intemperie)/ éxtasis represivo”. J.P. Ha dicho que es en primer lugar una lectora, antes que escritora. ¿Cómo ha influido esta perspectiva en su quehacer literario? ¿A qué tipo de lector dirige sus relatos? L. H. Veamos, he sido muchas lectoras, desde aquella que tiene una relación con lo escrito semejante al ideal concebido por Proust –es decir, con una caja de herramientas-, hasta la anestesiada Madame o el cafishio mirón que pretende incorporar un texto antes de abrirlo. Nunca he sido una lectora obediente que empieza por el prólogo y concluye acomodando el ejemplar en la biblioteca; prefiero dejarme sorprender, juego con las páginas, espío, coqueteo, experimento efectos de beatitud similares a los producidos por vinos espumantes. Me gusta leer párrafos en voz alta y regalar los libros que descubro. Como lectora comprometida con la escritura, soy rumiante, me adhiero al texto, lo releo, subrayo, traduzco, memorizo, transformo, reescribo. No sé a qué tipo de lector me dirijo, mientras escribo no pienso en la realidad, pero, seguramente me gustaría llegar a lectores que no saben lo que buscan y están dispuestos a tener una experiencia. Kafka decía: “Un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos dentro”.
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