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Fuera de serie
Estamos lejos de mi voz y el mundo, Estamos en el mundo y con los ojos en la noche. Hecho de estampas, Poema VI Tomaré como eje de este escrito una
investigación realizada por Diamela Eltit y Paz Errázuriz en el
Hospital Psiquiátrico Philippe Pinel, anteriormente asilo de
tuberculosos situado en Putaendo a 200 kilómetros de Santiago de
Chile. El infarto del alma1
es una intervención que contempla la psicosis en su potencia
testimonial; su búsqueda está orientada a mostrar lo
abismal del sujeto desanudado de la producción económica
y social, el sin red del universo de la caída.
La fotografía de una mujer y un hombre, ella y él miran la cámara, posan, improvisan, discurren, se abrasan, caminan, se ayudan a quitar la ropa. Imágenes suspendidas en una alianza que privilegia el estar ahí hasta el estremecimiento, son leídas, escritas, pensadas bajo la luz de una ética resistente al discurso de la ciencia y la moral. Prima el estado de exclusión: indigentes, sin nombre, residuos de la sociedad son rescatados simbólicamente del exilio para formar parte de un pensamiento crítico acerca de uno de los afectos más reprimidos de estas décadas: el amor. Curiosamente, la manía típica aunque no exclusiva de la psicosis es la erotomanía, palabra no mencionada en el texto por evitar cualquier tipo de reduccionismo. El libro comienza con la fotografía muy formal de una pareja de internados y una carta. “Te escribo: ¿has visto mi rostro en alguno de tus sueños?” Al dar vuelta la página aparecen dos figuras abrasadas (por detrás) con ojos angélicos y la enunciación de una antimelodía que fractura el mito del ángel. No es la criatura de las elegías de Rilke transformando lo visible en invisible, este ángel es un peso fuerte “... siempre vocifera escudado en la impunidad que le otorga su pureza. No te imaginas lo que es vivir con la voz de un ángel que te increpa todo el tiempo y te dice que no serás, que no serás, que no serás amada...” En el contexto de El Infarto del alma, el ángel y las cartas tuercen la dirección habitual, interpelan al lector a la vez que hacen temblar algunos paradigmas constituyentes de la retórica que nutre el decir y el maldecir amoroso más allá de las rejas. Las cartas hablan de historias en las que cuerpos encarnados en la ilusión de un porvenir sin límite, amenazan, reclaman, dan o reciben cuidados desde una fusión que remite a estados de posesión salvaje. También, las cartas podrían leerse como un estallido reflejo o “infarto” de pacientes-personajes sin nombre que dirigen sus confesiones, reproches, sueños y desencantos a un destinatario imposible. Están precedidas por un apartado que exhibe lo irreal del más acá de la angustia. “La falta” anticipa la escena del “Te escribo:”, se enuncia en clave de aion, tiempo del acontecimiento donde los días, las noches, los minutos, el instante diseminan privaciones en secuencia infinita.
En el Manicomio Philippe Pinel, asintóticamente al discurrir burocrático, impera un clima pasional que fractura los modelos esperables. Bajo el comando imaginario, un imán potencia la usinamorodiosa con partición de sílabas y palabras incompletas. El enigma del entre dos se rebela una vez más como construcción, invento, desmemoria del progreso. El Uno vuelto dos en el cuerpo de dos haciendo Uno, fenómeno de simbiosis o “correspondencia”, insiste. Una realidad violatoria, a contrapelo del enunciado “La relación sexual no existe”3 se expande a través de numerosas parejas convencidas de la existencia del otro hasta la obnubilación. Doble, espejo, complemento, origen, producto; esta entrega mutua regula y mueve a pensar que los pacientes, unificados por el afecto se inmunizan. Abolir la diferencia les ha costado el desgarro de perder lo que no tenían para poseer un duplicado visible de identidad en el universo translúcido del símil.
Los rostros de los pacientes miran como si no hubiese ningún objeto a evitar. Hombre y mujer igualados: madre-padre-hijo-hermano en fading despiertan una multitud de interrogantes. ¿Habrá similitud de estilo en el amor del hombre y la mujer en la psicosis? Cuando se ama como un loco ¿se ama como una mujer? ¿Es posible amar fuera del estereotipo freudiano que pinta al neurótico amando a una mujer mientras desea a otra -aun en la misma-, a la que si bien no puede amar, puede odiar? El odio, pulsión desbordante que roza las costas del paraíso, suele estar destinado al padre, su Nombre vacuna de salud al ser, enciende el deseo. ¿Es que no hay odio en la psicosis?
“El otro se levanta como fantasía de un deseo siamés en el que lo idéntico se completa con el requisito de lo inseparable para derrumbar quizás qué certeza, quizás cuál incertidumbre, qué intento por detener el instante inevitable de la muerte.” Eltit. El “deseo siamés” cobra distintos perfiles:
Heidegger define lo abismal, signo de la ausencia de un padre,
como “la huella de los dioses que han huido”. Continente
negro, prisión libertaria, rumor de fuga en ascenso hacia un no
lugar que expulsa, atrae, invita a perderse en una patria solitaria,
codicia y a la vez tormento del poeta:
1 Eltit, Diamela - Errázuriz, Paz: El Infarto del Alma, 1999, Francisco Zegers Editor, Chile.
2 Eltit, Diamela: El Padre Mío, 2003, LOM, Libros del Ciudadano, Chile.
3 Lacan, Jacques.
4 Joyce, James.
5 Pommier, Gerard: La Excepción Femenina, Ensayo sobre los impases del goce, 1993, Alianza Editorial, Madrid.
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