Liliana Heer

Ficción crítica

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©2003
Liliana Heer

Tráfico de lecturas
Por Liliana Heer
Leído durante el Homenaje a 100 años del nacimiento de Simone de Beauvoir por el Día de la Mujer, Casa del Escritor, 8 de marzo de 2008.



Despierto a mi Simone, una suerte de flash back, coqueteos literarios juveniles, recuerdos potenciando el torbellino de textos que su obra ha generado en estos meses, y experimento cierto escollo. Observo la repetición de loas, agradecimientos, veneraciones, “Madre nuestra que estás en los cielos”, también leo algunos ataques extemporáneos, injustos, inconsistentes, y una sospechosa incomodidad me recuerda la pulseada de fines de los años 50 entre la pareja de los Sartre y Albert Camus. Retornan recortes de discusiones estudiantiles con diversas marcas: políticas, literarias, amistosas, eróticas, sexuales (todavía no circulaba la palabra género fuera de lo textil). Tensión entre una libertad costosamente sostenida bajo el vaivén: elección, supresión. Esquirlas de azoro ante el enunciado “mala consciencia” (como si la consciencia no estuviese condenada a un lugar de engaño paulatino).

Obviamente, mi precoz anarquismo me inclinó hacia El hombre rebelde y, por supuesto hacia la sintaxis del vacío. Siempre preferí el “No teníamos nada que decirnos” de Mersault evocando a su madre, al sistema panóptico desplazado de La familia a La pareja.

Sin embargo, los homenajes exhortan y voluntad de relectura no me falta.

Comienzo por El Maqués de Sade o ¿Hay que quemar a Sade?, publicado por Ediciones Leviatán en 1956 y traducido por J. E. De La Sota. Bien, abre fuerte me digo: "Imperioso, colérico, impulsivo, exagerado en todo, con un desorden en la imaginación, en lo que atañe a las costumbres, como no hubo semejante; ateo hasta el fanatismo, heme aquí en dos palabras, y algo más todavía: matadme o aceptadme tal cual soy, pues no cambiaré. Prefirieron matarlo… -continúa Beauvoir-… ese culto, basado como todos los cultos sobre un malentendido, divinizando al divino marqués, lo traicionaba a su vez, pues, cuando en realidad desearíamos comprender, se nos obliga a adorar".

¡Voilá, tengo la venia, será cuestión de acceder a su demanda!

Anclada en el humanismo, Simone de Beauvoir, intercala fragmentos escritos por Sade y los interpreta. Un análisis textual pre derrideano, con acento en el contenido, le permite incorporar al marqués en la gran familia de quienes más allá de la trivialidad de la vida cotidiana quieren conquistar una verdad inmanente. Desde esa perspectiva, el crimen aparece como un deber: “Dentro de una sociedad criminal, es preciso serlo”. Esta fórmula resume una ética, la misma que se extiende a las relaciones amorosas de la protagonista de La Invitada y conduce a Francisca a matar a Javiera. En el momento de hacerlo, se recurre a una disyunción en términos poco dialécticos: “Ella o yo, y bajó la palanca” (del gas).
La ficción permite dobleces, ¿Quién es ella? ¿Quién es “yo”?
¿Catarsis, espejo o contaminación?

Pero, ¿ La Invitada había sido escrita antes que Fau-il bruler Sade?
En Diario de guerra, momento de gestación de este libro, Beauvoir hacia el final, titula un apartado: “Sobre la novela”, refiriéndose a La Invitada, y afirma, “Cada uno no puede ser para el otro más que exterioridad, facticidad.” Así define el carácter de lucha, lo imposible de adoptar un punto de vista moral sobre el otro, incluso en el más generoso de los amores. Frase que señala lo quimérico de la comunicación, el reverso de la transparencia, siguiendo la premisa lacaniana: “La relación no existe”.
Acaso, estilísticamente, el punto inconciliable entre ficción y realidad, entre los pensamientos y la propia vida de su autora, se expresen en la mixtura de géneros, algunas veces dentro del mismo libro. Ficción, testimonio, diario, ensayo crítico, flujo que capta innumerables estados e interioridades en los que la reflexión y lo asociativo convergen. Hay en Beauvoir una afirmación que evidencia su postura en relación a la “existencia” y el “ser”, por la cual su singularidad se basa en el desafío político y viceversa.
 
El segundo sexo
No voy a referirme a los efectos de escándalo o escuela que esta obra produjo, ni a la polémica sobre si Beauvoir  tuvo un papel revelador pero no original, si es o no la fundadora de la crítica literaria femenina, first o second en mostrar el lugar de poder, cómo fue construido el mito de la mujer y cómo es factible de ser demistificado el instinto maternal, simplemente menciono algunas puntuaciones para un posible debate posterior.

Una aristócrata francesa venida a menos, en ruptura con el  catolicismo, profesora de Filosofía, fiel a la perspectiva existencialista, durante la post guerra proclama el derecho a la igualdad entre hombres y mujeres y sostiene: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Libro-acontecimiento que convulsionó al mundo occidental y aún hoy promueve interrogantes. ¿Alcanzará el optimismo de “llegar a ser”, tributario de todos, también en lo relativo a cualquier habilidad, cualquier oficio, eliminar las marcas en el cuerpo, los rasgos de identificación, las mochilas heredadas? ¿En qué consistiría ese llegar a ser, en una mutilación bajo el modelo-complemento-faro donde todas seríamos iguales o se inscribiría como ruptura de la serie?

Innegablemente, en la mitad del Siglo XX, la causa de las mujeres fue atravesada por su pensamiento. A través del desafío a la Naturaleza y a la Biología, Beauvoir apunta a descubrir la “verdadera humanidad”, la mujer como sujeto trascendente, el combate interior que implica tener un lugar de sujeto en el mundo.

Era poco común, entonces, referirse al hombre y a la mujer en los términos hegelianos de sujeto y objeto, del Uno y del Otro, es decir, pensar la relación entre los sexos sobrepasando términos empíricos. Ella toma de la teoría marxista, el concepto de humanidad como realidad histórica, y cuestiona al psicoanálisis freudiano el sostener que “La libido, de manera constante y regular, es de esencia masculina, ya aparezca en el hombre o en la mujer” asumiendo las consecuencias que implica homologar lo diferente.

La razón que llevó a la autora a postular por un lado la igualdad de género y por el otro la autonomía del goce sexual, seguramente escapaba a sus objetivos y a la época en que estos conceptos fueron planteados. Por ese y otros motivos, no debiera ensombrecer su fundamental legado. Sí, quizá enfrentarnos con un vértice que obstaculiza los derechos de la sujeto, objeto de su defensa, en aras del universalismo fálico.


Creo que la contradicción es una vía del pensamiento, enriquecedora para reflexionar y advertir las tensiones que imponen ciertas ideas en el intento de avanzar en zonas fronterizas. Hoy, los desajustes parecen estar más asimilados, y esta connivencia no necesariamente significa encuentro sino quizá reducción de la compleja secuencia de excepciones que constituyen al Otro sexo.