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Tráfico de lecturas
Obviamente, mi precoz anarquismo me inclinó hacia El hombre rebelde y, por supuesto hacia la sintaxis del vacío. Siempre preferí el “No teníamos nada que decirnos” de Mersault evocando a su madre, al sistema panóptico desplazado de La familia a La pareja. Sin embargo, los homenajes exhortan y voluntad de relectura no me falta. Comienzo por El Maqués de Sade o ¿Hay que quemar a Sade?, publicado por Ediciones Leviatán en 1956 y traducido por J. E. De La Sota. Bien, abre fuerte me digo: "Imperioso, colérico, impulsivo, exagerado en todo, con un desorden en la imaginación, en lo que atañe a las costumbres, como no hubo semejante; ateo hasta el fanatismo, heme aquí en dos palabras, y algo más todavía: matadme o aceptadme tal cual soy, pues no cambiaré. Prefirieron matarlo… -continúa Beauvoir-… ese culto, basado como todos los cultos sobre un malentendido, divinizando al divino marqués, lo traicionaba a su vez, pues, cuando en realidad desearíamos comprender, se nos obliga a adorar". ¡Voilá, tengo la venia, será cuestión de acceder a su demanda! Anclada en el humanismo, Simone de Beauvoir, intercala fragmentos escritos por Sade y los interpreta. Un análisis textual pre derrideano, con acento en el contenido, le permite incorporar al marqués en la gran familia de quienes más allá de la trivialidad de la vida cotidiana quieren conquistar una verdad inmanente. Desde esa perspectiva, el crimen aparece como un deber: “Dentro de una sociedad criminal, es preciso serlo”. Esta fórmula resume una ética, la misma que se extiende a las relaciones amorosas de la protagonista de La Invitada y conduce a Francisca a matar a Javiera. En el momento de hacerlo, se recurre a una disyunción en términos poco dialécticos: “Ella o yo, y bajó la palanca” (del gas). Pero, ¿ La Invitada había sido escrita antes que Fau-il bruler Sade? Una aristócrata francesa venida a menos, en ruptura con el catolicismo, profesora de Filosofía, fiel a la perspectiva existencialista, durante la post guerra proclama el derecho a la igualdad entre hombres y mujeres y sostiene: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Libro-acontecimiento que convulsionó al mundo occidental y aún hoy promueve interrogantes. ¿Alcanzará el optimismo de “llegar a ser”, tributario de todos, también en lo relativo a cualquier habilidad, cualquier oficio, eliminar las marcas en el cuerpo, los rasgos de identificación, las mochilas heredadas? ¿En qué consistiría ese llegar a ser, en una mutilación bajo el modelo-complemento-faro donde todas seríamos iguales o se inscribiría como ruptura de la serie? Innegablemente, en la mitad del Siglo XX, la causa de las mujeres fue atravesada por su pensamiento. A través del desafío a la Naturaleza y a la Biología, Beauvoir apunta a descubrir la “verdadera humanidad”, la mujer como sujeto trascendente, el combate interior que implica tener un lugar de sujeto en el mundo. Era poco común, entonces, referirse al hombre y a la mujer en los términos hegelianos de sujeto y objeto, del Uno y del Otro, es decir, pensar la relación entre los sexos sobrepasando términos empíricos. Ella toma de la teoría marxista, el concepto de humanidad como realidad histórica, y cuestiona al psicoanálisis freudiano el sostener que “La libido, de manera constante y regular, es de esencia masculina, ya aparezca en el hombre o en la mujer” asumiendo las consecuencias que implica homologar lo diferente. La razón que llevó a la autora a postular por un lado la igualdad de género y por el otro la autonomía del goce sexual, seguramente escapaba a sus objetivos y a la época en que estos conceptos fueron planteados. Por ese y otros motivos, no debiera ensombrecer su fundamental legado. Sí, quizá enfrentarnos con un vértice que obstaculiza los derechos de la sujeto, objeto de su defensa, en aras del universalismo fálico.
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