Liliana Heer

Ficción crítica

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©2003
Liliana Heer

Estilo indirecto libre 
Por Liliana Heer 
Texto escrito como prólogo para la Antología del VII Premio Iberoamericano de Cuento "Julio Cortázar 2008",  
Editorial Letras Cubanas,
La Habana, Febrero de 2009.   

Participar como jurado de este premio me ofreció la posibilidad de acceder a cientos de historias, versiones más y menos veladas del cuerpo social iberoamericano, testimonios de una época con alto espectro de movilidad imaginaria.
La tuerca gira una vez más. Los códigos se multiplican alrededor de la clásica temática sexo-muerte-memoria, con un denominador común: la vía porosa del desencanto en clave experimental. Ficciones que ponen en marcha un arsenal de estrategias a través de las variadas defensas subjetivas de los personajes, ya sea mediante un actuar emboscado o partiendo de posiciones solitarias con picoteos eróticos. Francamente conjurado el lirismo, se hacen visibles las construcciones irónicas, los resortes satíricos y los artificios que encuadran la trama en un intento de revertir la leyenda atornillada de los planteos genéricos. Una manera de interactuar con el lector atravesando convenciones, bien acentuado el quiebre de modelos y su consecuencia: el  naufragio de la relación con el otro. Búsquedas innumerables de sobrevivir en las que el auxilio artístico opera de legado como voluntad de recuperación y nexo entre generaciones pasadas.  

Espléndida aventura textual: tres palabras definen a “Skizein (Decálogo del año cero)”. Polina Martínez Shviétsova siembra diez epígrafes en su cuento. Números y letras orientan la trama esculpida bajo shock, énfasis de escritura a diestra y siniestra, intervenciones, citas, ensayo de guión y sabiduría del corte. Como si el montaje formara parte del plot.
“Skizein” comienza mientras la historia mundial continúa, teñido por la resonancia de aquella frase (inmencionada) de Descartes: “Una sola persona posee juntos un cuerpo y un pensamiento”. Este concepto permite que materia y espíritu sean usinas complementarias. “Los textos desfilan entre mis dedos y siento las contorsiones de la muerte”, escribe Shviétsova, como si le hiciera un guiño a Julia Kristeva: “Hay que haber sido amada por la muerte para nacer y pasar a la escritura”. Guiño, sonrisa, risa que estalla de inmediato con el tambor alegre del sexo vivo, extenso. “Soy yo… Estoy loca, pero soy yo.” Goce del ser sin exigencia alguna, aún habiendo enunciado la frase de Nietzsche: “Cada uno es el ser más distante de sí mismo”. Porque justamente ahí, en la locura de esa distancia aparece la fórmula del misterio. Los interrogantes filosóficos desfilan ensortijados por la habilidad de fluir, condensar, hacer presente la realidad: Spinoza y Diógenes al alcance de la mano, sin olvidar el tono Bataille y su aroma pulsional.   

Oliverio Coelho elige en “Sun Woo” exponer la vida de un escritor argentino ante los efectos de traducción. Visitante en trastorno: lenguaje y cuerpo mutados, ajenos al secreto extranjero. Un devenir fortuito irrumpe el previsible pasar burgués del protagonista, lo desvía. De París a Seúl, como si toda ciudad contuviera la nostalgia de la Torre de Babel. Abierto desde afuera permanece expulsado, en auto-entrega progresiva: fuera de sí ante la seductora prisión del rapto.  “Cualquier otro escritor habría buscado su cuaderno de notas, Elías en cambio buscó un espejo…” Más y más cerca del vacío, pantalla donde hurto y donación conviven.

Y si de Cortázar es la convocatoria, un estilo de homenaje es delinear travesías por el Sena recordando lecturas, desde Los Miserables a Rayuela. El paisaje americano desplegado en simultáneo. “ La Diabla en París” o Ladi Abla o la joven que recibió una flor de mano del festejante -herido por una de las espinas de la maldita flor, con infección, dedo amputado y degradante desenlace-, además de inventar su nombre, dibuja un final en pretérito perfecto. Gran hallazgo de Patricia Jiménez su “He amado”. Gesto cómplice, contrapunto y vencimiento de la persecución pueblerina en el hacer de narradora experta en doblajes.   

El asombro ante un limonero crecido es la primera señal de reconocimiento en el amanecer de un protagonista -narrado en tono becketteano- que no sabe quién es y observa con mirada de scanner el ámbito que lo rodea. “Un lunes cualquiera” de Carlos Costa, cuento escrito en tiempo presente, con una primera persona puesta en abismo. Despierto en el momento de percibir -esse est percipi-, diáfano de impaciencia, el hombre reconoce su malestar, el dolor, el miedo, pero lo acompaña una certidumbre no formulada: comunicarse a través del silencio, callar, atar cabos, fiel a la línea del proverbio “El buey solo bien se lame”. Abierta una ventana sobre lo real, confía en el hábito, aquella planta entre todas las plantas humanas -según Proust- que exige menos cuidado y es la primera en brotar de la aparente desolación de la roca más árida.  

El cambio de aliento de un viejo Buick es la oportunidad del chofer, que atraviesa una “Isla a mediodía”, de consolarse auxiliando a una mujer que hace autostop en la ruta y no se llama Consuelo como la esposa, pero él prefiere -en el diálogo fantaseado que mantiene con ella- llamarla igual. Las preguntas acerca de los parecidos y los reproches a la ausente se alternan con breves diálogos con la pasajera. “-Chofe, ¿hasta dónde llega? –Al fin del mundo.” Hay sorpresas en el camino, Anisley Negrín compone una singular trama triturando el canon del ternario amoroso mediante la incorporación de un personaje objeto. La pasajera obsequia al conductor una muñeca inflable: Juliet será testigo y parte de un vínculo nuevo, o casi. Como decía Levi-Strauss: lo  esencial en una sociedad es la circulación y el intercambio.