|  | Liliana Heer 
Artes combinadas
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 ©2003Liliana Heer
 |       Intervención a la letraPor Liliana Heer
 Sobre el libro de  Matín Alomo y Vanina Muraro Las tragedias  del deseo –Antígona, Lear, Hamlet.
 Texto leído en el Museo del Libro y de  la lengua, en marzo de 2014.
 Las tragedias del deseo es un  texto que redistribuye el orden de la lengua con foco en la transmisión, un  texto generoso en enunciados abordables a través de categorías psicoanalíticas,  literarias y filosóficas. Confronta el saber de lo intertextual al saber hacer  clínico, expone operaciones interpretativas demostrando los argumentos de esa  lógica. Estamos ante un libro fiel a la ética del bien decir, ajeno a cualquier  desliz aplicativo. En este sentido, responde a una hermenéutica nueva que  invoca la disolución del tráfico misterioso ante lo irresoluble. Vanina Muraro y  Martín Alomo,  partiendo del estudio de  algunos personajes teatrales, proponen recentrar diferentes tipos de elección. El  deseo, paradójico y errático, custodio del campo discursivo, irreconciliable  como la tragedia misma, además de ser el lugar del sujeto en el inconsciente,  vascula el ser para la muerte. La muerte libera de la muerte o quizá sólo del  morir, se lee entrelíneas en la introducción, una manera distintiva a la del  pensamiento clásico que apela a esa instancia como esencia. Nada contiene  dentro de sí la muerte, sin embargo, de la posición ética que se escoja, de la  relación del sujeto con la acción, el “llegar allí sin ceder” potenciará un  buen vivir, más allá del umbral de beneficio frecuentemente consistido en el  ideal de felicidad demandado al analista.
 El  cruce entre literatura y psicoanálisis, ofrece generadores incesantes para  localizar modos específicos de elección ante la contingencia: lo que puede ser y lo que puede no ser.  En esa línea, los autores articulan textos a través de las cuales Freud y Lacan  plantearon las implicancias de elegir.
 El  arte no reconoce la realidad al reproducirla, sino al expresar lo que está  velado por las formas empíricas de la realidad.
 Irrumpen  alarmas, digresiones, términos isabelinos, escenas de ruido y conmoción. Dar al  plomo la brillantez de la opacidad, apelar al paradójico valor de las sombras  es el motor del decir de Bassanio en su “elección correcta” del cofre, y en  consecuencia de la mujer codiciada. El  Mercader de Venecia. La estructura de los acertijos -construcciones simbólicas  análogas a la del lenguaje natural-, responde a la ductilidad del lenguaje que  posibilita el discurso poético, con amplia acepción de los significantes y los  complejos sémicos.
 Una  palabra dos veces palabra -es decir muda- metaforiza el amor de una hija por el  padre, negado en su reclamo de lisonjas a escuchar otra verdad que la falsa.  “Irrisoria elección” la del “viejo cretino”, suponiendo dar cuando en realidad  pedía. Tardío dolor, pérdida irreversible, locura cobrará su nula dádiva. Rey Lear. Los autores advierten  agudamente que si bien como señalara Freud, la elección recae siempre sobre la  tercera, se vuelve evidente que el viejo rey es excepción.
 Con  acordes precisos, en Puntualizaciones  sobre el problema de la elección de la muerte en psicoanálisis, se sitúa el  concepto de segunda muerte, esa zona donde la muerte se insinúa en la vida  exponiendo el nivel radical del ser por efecto significante. Puesta en juego la  segunda muerte, se abre el espacio ético del “entre dos”, expuesto por Lacan  mediante la relectura de Antígona, Edipo Rey y Edipo en Colona.
 En  espejo, Antígona, inflexible -anti “al revés”, “en contra”, goné “nacida”. El coro la nombra “cruda hija de un crudo padre”. Sin duda servida  por un rasgo, dignidad doblemente optada; más allá del Otro. Primer plano de  hermana, un aleph enarbolando belleza  en-cripta, la duración del exceso es el tiempo sin duración de la muerte. Sí,  sí al deseo prometido: morir muriendo.
 Telón  de fondo, Edipo: mito, sueño, fantasma, paradoja, trama del crimen original. El  héroe trágico, en demorado zigzag delinea su deambular hasta advenir cero.  Querer saber, decidir perder, perder todo menos el ser alojado en la nada de  ser. No haber sido. Grabado universal de la excepción ante el desierto.
 El hombre común chupetea el límite de los  abalorios, su película de odiar y atormentarse lo entretienen. Nietzsche en su  filosofía de orientación política, afirmó: “Es preferible morir a odiar y  temer. Es preferible morir dos veces a hacerse odiar y temer, tal ha de ser,  algún día la suprema máxima de toda sociedad organizada políticamente”.
 ¿Y  Hamlet? Se le ordena al príncipe que haga justicia a través de un crimen. La  venganza en la antigüedad era un atributo de los dioses, emulado con orgullo  por los gobernantes. Al pensar la pieza como una tragedia de acción, definible  como el arte de combinar los actos a los tiempos, nos aproximamos  asintóticamente a entender la afirmación del protagonista: “El tiempo está  fuera de quicio”. Vértice desde el cual la tragedia del deseo no es sino la  tragedia del lenguaje.
 Hamlet, pieza de tres mil  ochocientos ochenta versos, quinientos de los cuales Shakespeare puso en sus  labios.
 ¿Y el resto? Dos tercios se refieren al príncipe.
 Hamlet  ficcionalmente vive entre dos lógicas, dos estilos de pensamiento, dos  estéticas, las del ocaso del Medioevo y los comienzos de la Modernidad, el  renacimiento y el barroco.
 Hamlet  cuestiona el imperativo paterno, fractura el concepto de obediencia. “Rechaza  en lugar de consentir y lleva a cabo esta operación gracias a la estrategia de  la locura fingida”, afirman los autores. El recorrido se expande, un abanico de  hipótesis en tensión. Las causas exteriores -el reino - la política - la  época-, y la Causa, son arbitradas en la medida sin gozne de la complejidad  reflexiva sobre los ritos de la muerte, así como en las “extravagantes”  intervenciones del personaje -a la letra.
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