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Liliana Heer
Narradores
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©2003
Liliana Heer
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El “hay” del entre dos
Por Liliana Heer
Sobre el libro La espina infinitesimal de Silvia Hopenhayn
y Jorge Menéndez
Texto leído durante la presentación en Casa de la Cultura
Buenos Aires, 27 de septiembre de 2006
La pena va con la vida
como el arte contra la naturaleza
Vladimir Holan
En Nous est un autre, Michel Lafon & Benoît Peeters -sin duda evocando el verso de Rimbaud: Je est un autre,
con la potencia de verdad que el hallazgo sintáctico ofrece-
abordan el tabú que rodea a la escritura en colaboración.
Denuncian el mito que encierra la idea de obra como paradigma de una
sola persona y el riesgo que implica la tendencia a condensar a lo
largo del tiempo la autoría en un único escritor.
Esgrimen las diferentes variables que supone la decisión de
crear con otro, desde alianzas de unión absoluta a
configuraciones puntuales y asociaciones clandestinas. Analizan
así prácticas, misterios, métodos de trabajo de
algunas parejas de autores famosas: Borges y Bioy Casares, los hermanos
Goncourt, Marx y Engels, Flaubert y Du Camp, Willy y Colette, Deleuze y
Guattari entre otros. Más que un estudio de los textos, los
autores se detienen en los modos, las estrategias del escribir juntos,
óptica que me gustaría incursionar después de
referirme a La espina infinitesimal.
Silvia Hopenhayn y Jorge Menéndez alcanzan en esta novela una
escritura simultánea, imbricada rigurosamente al extremo de la
fusión fluida. Encienden el fuego de las palabras, intrigante
combustible que rescata la historia de un hombre, los escollos de su
embate con la demanda, los indelebles escalones de la diferencia
social, sexual, cuando el angular es lupa y el sonido alta voz.
Plot
La primera frase de “La segunda mirada”, capítulo
inicial de esta novela, conjuga la topografía del encuentro
inesperado: contingencia que no cesará de eludir la
inscripción.
“Una bala luminosa atravesó la oscuridad y el
joven soldado cayó sobre la nieve espesa… El futuro
se había cortado. Y una mujer lloraría hasta secarse por
el primer amor que perdió en la guerra.”
Condicional condicionante del porvenir.
Eros herido expande sus tentáculos, dibuja una caricatura de la nada.
El concierto de instrumentos equívocos se deja oír en las fronteras del alma.
Esa mujer que lloraría, vuelve a llorar una segunda muerte.
Ana cose el bolsillo del saco de un obrero y en la costura enhebra el vacío.
El obrero va a la guerra, vuelve, vuelve a partir. Nace un niño
que muere. El segundo hijo, Antonio, protagonista de la novela,
heredero de una segunda falta, lleva el nombre de su hermano muerto.
“Experimentar es hacerse preguntas y pensar de manera disonante” escribe Marcel Detienne.
¿Habrá fórmulas para saber si se está vivo?
“Yo era el verdugo matando todo vestigio de ellos en mí…se deslizaba la orden deshacé tu herencia de mierda...”
Obedecer, plegarse al ideal de perfección, formar parte
de promesas ajenas, convertir la lucha de clases en meta familiar
revertida: Si el hijo supera a los padres entonces los padres
estarán redimidos, es decir, abolidos. Cruento desenlace
inmigratorio del deber cumplido y sus innumerables adherencias, restos
que me recuerdan el shock, “la caída” narrada por
Oscar Massotta ante el féretro de su padre.
Origen, resonancia, duplicación
El tiempo prematuro de lo demasiado tarde se impone.
Reinan los grandes huesos conteniendo escasa espina. Las máculas
no viajan solamente por el espacio, también se expanden en el
tiempo.
Antiguos resentimientos, alertas, la ausencia como presentación
del mundo, ser de vuelto, suspendido, congelado. Extraños
derechos de sangre, extrañas vergüenzas.
¿Cómo negociar la paradoja? ¿Será factible diluir el carozo de una traición?
Supuestas virtudes heredadas, escondidas, pudorosamente desplazadas.
Supuestos defectos en su repetición temidos, evitados,
virulentos. No hay censura que alcance, asoman, asomarán. Del
santuario de los ancestros es difícil prescindir, la
lección sangrienta acecha, brota del cuerpo, seduce con agudeza
vampira. Combatir la muerte, saciar la insaciable hambre de comer
paseando por los jardines del pensamiento, perforar el telón de
fondo.
El sentido negado
Hay una negación del sentido -según Jean Luc Nancy- que
está tan cargada de sentido como el sentido más pleno,
una negación que confina con la verdad en cuanto puro abismo de
sentido: Muerte expositiva más que exposición a la
muerte. “El olor de la distancia”. Lo que no fue dado
enlaza el origen de lo irreversible. Antonio se debate acerca del
sentido de lo viviente, su tendencia es perseverar en la duda de no
haber sido deseado:
“¿Mi madre quiso tenerme o vine al mundo por su empeño de recuperar a un muerto?”
Antonio busca su unidad fuera de la mirada de la madre, busca
su propia visión, los tonos, el cómo, y en esa
búsqueda gana distancia paso a paso. Diversifica los medios para
encontrarse, ensaya, despeja variables, agudiza la vigilancia. Por
momentos se sacrifica, se apropia de sí mismo en una pura
negatividad: Antonio por Antonio deviene mimesis subjetiva. Bataille
habla del sacrificio como de una actividad libre, una suerte de
mimetismo a ritmo del universo.
Liberado del afuera, la mirada permanece fija, el sistema
panóptico dolorosamente construido tiene el poder de controlar
sutilmente hasta las partículas más elementales, proyectando en la pantalla del sueño una secuencia giratoria, cambiante, extraña y propia.
De A a E
Elvira es secretaria bilingüe, milita en un partido de izquierda,
vive sola, parece libre. Una esperanza de romper la carcasa de Antonio,
un trofeo: tan blanca, tan suave, tan fina que casi no la
merecería. Júbilo y desconfianza conviven. El
júbilo desaparece, la rivalidad se instala, sorpresa contra
reserva, espontaneidad contra procrastinación.
Del encanto al desencanto una membrana indeleble tiñe a la novel
pareja de recién casados. El fuera de lugar anida en Antonio, la
potencia de fuga crece, los tironeos entre su origen y el de Elvira van desabriendo la vida
cotidiana en la doble acepción de cerrar y quitar sabor. Como si
aquella frase de Proust “Nuestro más exclusivo amor por
una persona es siempre nuestro amor por otra cosa” estuviera
lejos de ser concebida por el protagonista.
Antonio se ha hecho dueño de su facultad de padecer,
coleccionista de “privaciones y fugas” rondando en la
insatisfacción perpetua. Como un Virgilio nos guía con
lucidez y desesperación por los círculos de la
extrañeza, recorre pliegues, púas, aguijones, muros:
“Mis conjeturas pueden derivar en un sinfín de
hipótesis paranoides que me hunden más de lo que me
previenen y me llevan a suponer una espina infinitesimal”.
Duplicada la inicial
Un encuentro imprevisto, Emilia, compañera del secundario a
quien no veía desde hace años, abre la dimensión
del futuro anterior: tiempo verbal de la anticipación
simbólica. Una permanencia conjugada sin premeditar. El acto de
enunciación de este personaje penetra los anestesiados
oídos de Antonio. Algo le está dedicado, algo de ese
decir espontáneo -borboteante, generoso testimonio de una
travesía femenina- tiene la virtud de volatilizar su pesadumbre.
Ni el tiempo fuera del tiempo ni el presentido orden tradicional.
“En el diálogo se iba estableciendo una doble
helicoidal que reproducía el sentido de la historia de Emilia en
la vida de Antonio.”
Regalo
Algunas veces, donar responde al centro del equilibrio del contraste.
Regalar palabras tiene la fuerza de un desafío: Soy tu
Señor y también Satanás. Dos puntos ígneos
deslizándose en cascada, pureza de los descifradores. Ciertas
combinatorias volverán una y otra vez a lo que Goethe llamaba
justicia poética. El narrador plural de La espina… conduce al protagonista hacia una encrucijada: ¿qué regalar?
De entre todos los regalos posibles, Antonio elige un libro: Cuentos reales.
Entonces, mientras leemos comenzamos a percibir los vértices
constituidos en el arrebato de un gesto sin engañosa
ilusión de esperanza. ¿Qué quiero decir? La espina infinitesimal es un regalo para siempre. El arte del lector estará en abordar la filología de lo intraducible.
Publicado en la Revista de Cultura Ñ, Diario Clarín, 4 de febrero de 2007.
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