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Liliana Heer
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©2003
Liliana Heer
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Antonio Di Benedetto, breve homenaje
Por Liliana Heer
Texto leído en Librería Gandhi, 1995
Era 1985, Antonio Di Benedetto acababa de llegar a Buenos Aires después de un largo exilio y había publicado su novela Sombras Nada Más. Como jurado del Boris Vian, tuve el privilegio de hablar sobre ese libro el día de la entrega.
Recibir un premio en la calle Corrientes, dijo Antonio aquella noche, es sentirme convertido en un verdadero escritor. Desde pequeño y después, siempre que viajaba a Buenos Aires, recorría las librerías y soñaba con ser alguien reconocido en la calle de la literatura.
He leído a Di Benedetto a lo largo de los años. También lo he conocido, hemos tenido conversaciones acerca de sus relatos, sus novelas, el oficio de escribir, los gustos por ciertos escritores; eran conversaciones que no llegaron a convertirse en entrevistas porque nos ganó la amistad, es decir creíamos que el tiempo estaba de nuestro lado.
"LLOVÍA, NO AGUA; llovía, no nieve: cenizas."
Socavar por negación, hacer existir en su densidad pura la palabra justa, única, exacta, que imprime a la materia no sólo el nombre, también el tono. Frase construida por desposesión. Partida la esfera de la doxa emerge una criatura: taladro y corteza.
Un consejo de Wittgestein: No busques el significado de una palabra, encuentra más bien el empleo que de ella se hace.
Llovía no agua: negación revertida, libertad en un contexto opresor. Llover no agua, no nieve, es, más acá de la materia, forzamiento de la naturaleza, toma de poder. Ni sumisión ni homenaje, venganza. Venganza sin vencedores, confrontación pura. Igual ocurre con los objetos y los seres vivos.
Venganza e ironía:
"¿Por qué me festeja el perro. Por mis perradas?"
La burla parte el topos dramático; no permite héroes pero tampoco víctimas. En Cínico y Ceniza, X, después de asistir al velorio del amigo a quien ha traicionado, recorre, precedido por el perro del muerto, el terreno que antes estuviera cubierto por ceniza. Ante el afecto del animal, se pregunta:
¿Por qué me festeja el perro. Por mis perradas?
Razonamiento que implica una lógica azarosa; al depender del azar, el bien y el mal pierden sentido.
Ironía y tragedia:
En la pampa no hay columnas pero Aballay escuchó el sermón de un fraile sobre los estilitas. Aballay ha dado muerte a un hombre y él también quiere hacer penitencia. Ha decidido despegarse de la tierra, pasará el resto de sus días montado a un caballo.
El mito vive como puede. Si no hay pilares, se inventa el sustituto que aleje los pies de la tierra para acercarse al cielo. Aballay no huye de los hombres aunque los evite. Al pecador lo único que le importa es no volver a pecar. "Sueña que interpreta. Ha de ser mi remedio, el tiempo soleado, ya que la flor se abre con la primavera."
Di Benedetto trasmuta los mitos fundadores al cruzarlos con el devenir cotidiano -el Nombre del Padre, el Juicio de Dios, el Fratricidio.
Una sensación recurrente:
Los personajes no están a la altura de la propuesta dramática. Esta los supera. Como si la debilidad humana los excediese y por esa misma razón, en la línea de toda la obra de Kafka, Di Benedetto esculpe los vértices de una impotencia inevitable, el sino mortal de inocentes a perpetuidad.
Lo ridículo se vuelve trágico. Pa-pa dice la niña ante la gorra del jefe de estación de trenes, y este balbuceo precipita sobre el hombre un juicio similar al que Durrenmat escribe en El Desperfecto. Cualquier instante trae la prueba que confirma la sospecha de una culpabilidad que busca destinatario. Estamos en el reverso del slogan jurídico: Somos culpables hasta que no se demuestra lo contrario.
La estructura dramática en la modernidad, sea novela o sinfonía se sostiene en base a una dialéctica de lo imprevisible y su síntesis armónica final. El autor suele garantizar el orden y el lector participa de ese poder divino que salva la crisis imponiendo premios y castigos. Di Benedetto nos arranca de esta tranquilidad. No hay dialéctica de lo imprevisible porque impera lo arbitrario y su justicia anárquica.
"Yo cualquier cosa menos soplón. Ni por un amigo. Total, ya está muerto. Y no hay más allá, ni, por consiguiente, castigo.
(¿No hay?...)"
Grandeza y miseria no son dos caras, entonces sobra el hombre y sobra Dios. |