©2003 |
En la frontera del haiku
Ese tono epifánico, el cruce de una calle -lo eterno y lo instantáneo, lo inesperado- está presente en todos sus cuentos. Líneas en cortocircuito engendran causas nuevas. Transvasamiento de la ausencia al paisaje, arte de trazar cartas geográficas haciendo sentir al tiempo regido por una velocidad flexible. Un caracol nocturno en un rectángulo de agua, diría Lezama Lima. Los cuentos de Susana Szwarc son paradójicamente incontables. Lo que narra reverbera, erosiona, se cuela entre discursos, sucede a contrapelo de lo decible, de lo visible, en abolición de cualquier modelo. Hay percusiones, actos y acontecimientos, no en ese orden, tampoco en desorden, los registros danzan: contagiados se entrelazan. Advertida de rigideces y prejuicios, lúcida en detectar puntos de coágulo, ella despliega un abanico de opciones. La gran ciencia del deseo: out of joint. “Un crujido en la maleza: el pensamiento, el animal tímido; la cita: una pieza de la escena”, es una de las frases que Susana Szwarc elige de epígrafe ¿clave, figura del doble o su conjunción? A semejanza de Benjamin, no sólo escribe un pentagrama que incluye el malentendido, extrae del error la palabra poética. Muestra lo que no se escucha de lo que se oye, lo que no se sabe, lo que sólo cree conocer quien habla su propia lengua porque está prevenido, es buen minero pero el oficio reserva engaños, shhh: hay explosiones arbitrarias. Parece decirnos: sólo en la ficción de lo idéntico el bien y el mal curten un disfraz discernible ¿qué hacer con lo otro, qué hacer de lo otro? ¿No será el desgarro el puente de exploración? ¿Babel la única contraseña? Frases, pensamientos, sueños, evitar ser blanco del gesto mísero, de la mala conciencia, de la canallada, del machismo, del detective de "Los siete"... Si la moral tuviese orejas, le arderían sus pabellones. En "Real", la muerte es recuerdo: una bolita de colores. Lo grande en lo pequeño para conseguir su punto de esplendor, el detalle. No apelar al autorretrato de circunstancia, rodar, seguir, seguir hasta que las fuerzas del morder no muerdan, pedir, repartir, partir. El azar del deseo. Dieciocho veces la palabra pan repica en este libro. Del ritual a la fiesta, el azar cruje sin omitir dosis de humor: “Venir vestido al mundo tiene su encanto. Sabemos de inmediato cuál es gitana, cuál es india, cuál es monja, cuál es musulmana. No nos preocupa cuál es cuál porque nos gusta intercambiarnos, entre nosotras, la ropa”. "De lápida en lápida", a oscuras el teatro edípico, la usina del amor desmedido hace causa en una fraternidad de mujeres. Los engranajes de la risa, el llanto, las poleas del odio, del crimen, el apego a la magia mayor: hacer volver. Sólo el padre se ha ido y está. Muerto, o en los sueños. "El Pañuelo" cubre el rostro de la guerra grande, la gran guerra tiene cuatro vértices, cuatro mujeres circulan el viaje de la muerte, una travesía interminable por el pequeño pueblo. El profesor del cuento "Apelación" hace perder el equilibrio, sus razones parecen adherir a las Reglas de Paconio. El dogma latino rige una lógica de aislamiento, envuelve al cuerpo de distancia. Desprecio. Repulsa. En Apelación la protagonista sufre un proceso similar precedido por interés, sensualidad, espíritu de exploración. Ella se mira en las nubes, se siente una nube, una nube más, el mundo entra en su boca, sabe que el hambre del mundo acecha. "Este pequeño espacio junto a la ventana es todo lo que necesito, lo que quiero." "El aire justo". Van y vienen destinos, países, idiomas, pensamientos. A manera de condensación: El azar cruje, gesto verbal comprimido en su potencia atrapa ojos, atrapa vidas. Susana Swzarc enuncia en la frontera del haiku, un presente que violenta la ronda del tiempo desnudando lo que dice. |