Liliana Heer

Narradores

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©2003
Liliana Heer

Cera Negra
Por Liliana Heer
Cera Negra , relatos, de Andrea Rabih
Ediciones Simurg
Leído durante la presentación en “Notorious”
Buenos Aires, 11 de diciembre de 2000



Una prosa que parece avanzar en línea recta, sin versículos: concordia scripturarum, correspondencia entre dos escrituras, la expuesta y aquella que en el momento justo dejará la línea para expandir esquirlas en el ojo del lector.
La escena no siempre es la misma, es otra y vuelve a ser una distinta en cada relato y dentro del relato mismo. Andrea Rabih tiene el don de utilizar el látigo, que obsesiona a todo escritor, para exhibir lo tortuoso diáfanamente: perforar transparencia, crea vértices inquietantes, multiplica las aristas de lo posible. Podría afirmar: estamos ante una narradora que desnuda la otra escena (literaria, subjetiva, social, sexual), con amplio manejo de las diferencias; no me refiero solamente al nivel temático sino al tono, la voz de los personajes, ese hilo de plata que atraviesa la anécdota y confiere vida al texto.
Uno a uno, los mitos del lugar común son expuestos y corroídos. El museo de cera muta, las figuras cambian o pueden cambiar de nombre, de imagen, de posición. En este sentido, las historias reunidas en Cera negra son historias de suspenso; el lector no puede llegar a prever el desenlace, así como no podría llegar a prever el desenlace de un cuento de Salinger.
Se me ocurre presentar a este libro como delineado entre dos sistemas: el de la pantalla y el de la ventana. Una imagen a la que se superpone el tempo de lo cotidiano. Aquello que el neorrealismo logró capturar filmando “la vida”, con el aliento del devenir de las acciones. Pero, a ese tempo, Rabih sobreimprime la secuencia del doble y la duplicación: lo que es, puede también no ser o ser la prueba de lo contrario, y quien es puede también ser otro, ocultar, fingir, especular, mentir, haber mentido, o no tener nada que ver.
”Recibió el ramo (de fresias, también título del relato) atontada y no atinó a comentar palabra sobre ese traje gris que hacía de Fernando y el francés la incomprensible continuidad de una misma persona.” Otra de las tantas duplicaciones, esta vez interpelada, corresponde al relato “El círculo del silencio”: “Vos te hacías la que no te importaba y no sé por qué ese empeño en aclararle a las maestras que tu apellido era Chiruzzo con doble z. Como si esa repetición de la última consonante del abecedario la más postergada te concediera alguna importancia”.

“Cera negra”, y ahora estoy aludiendo al relato que da título al libro, podría tomarse como un entrenamiento, un método de abordaje o fórmula de lectura: ceremonia de arrancar hasta el último pelo, para quienes quieran dejar de tener pelos en la lengua, porque debo advertir que el narrador no los tiene en ningún momento y esa cualidad produce una atracción singular. Ni el vértigo de los acantilados ni la substracción del imán, la habilidad para tensar una fantasía al extremo de lo insoportable, construir un puzzle de fichas que en su equivocidad podrían corresponder o no a un cuadro que tiene como en un film de Cassavetes el fuera de campo incluido.
Con el carácter de epígrafe, por fuera de la narración pero conteniendo su clave, Rabih elige tres frases. Para el relato “El pacto”, elige una cita de Baudelaire: “...la voluptuosidad única y suprema del amor consiste en hacer mal.” Cifra poética (más cercana a Donatien Alphonse Francois de Sade que a Platón) que insiste en la trama y en los personajes para develar el solitario “corazón de la juventud”, provisto de una belleza cuasi metafísica y a la vez invadido por códigos de marcas, tipos y signos mundanos, absolutamente contemporáneos, atentos al buen usar, al buen lucir, al buen decir para agujerearlo por maldito.

En “Claramente dormida”: “...¿Signo erótico? Parece no entender. Así que ella debe mover la mandíbula: “Tengo mucho sueño. Voy a seguir durmiendo”, le dijo en voz baja. “Bueno”, le dijo él, mientras intentaba llegar con la lengua persistente al lóbulo derecho. Ella se imaginó qué pasaría si, de pronto, con todas sus fuerzas, lo empujara y lo estrellara contra la pared recién pintada de satinol blanco”.

“Los corredores del cuerpo”, sintagma que da título a otro relato, está precedido por una frase de Norman Mailer: “Yo no sentía nada, lo que no equivale a decir que no me estuviese ocurriendo nada. Las emociones, como los fantasmas, pasaban invisibles por los corredores de mi cuerpo.”
Y ahora, una frase de “El pacto”, más que relato un texto escrito por fragmentos, escrito en las hiancias la ruptura: “Habían hablado de una despedida. La verdadera había exigido ella. Sin embargo, ahora que ha llegado el momento, se pierde en la insignificancia abstracta de consonantes y vocales amontonadas. Le busca un cuerpo a la palabra e imagina la prolongación azul de una mujer ahogada en un lago”. Opaco el devenir de lo sentido, surcado por innumerables cuerdas: música del azar que posee fuerza convocante: las estampas literarias advienen, circulan por esos corredores multiplicando la significación de lo vivido.
La tercera cita es de Calvino “...basta que empiece a insinuarse la duda de que todo lo que a ti se refiere es puramente accidental, susceptible de transformaciones, que podrías ser completamente diferente y no importaría nada, para que por ese camino empieces a pensar que, existas o no, da lo mismo...”  Quebrar la duda es un fuerte vector en la narrativa de Andrea Rabih, los personajes de sus relatos son atravesados por la duda de ser reconocidos, de ser amados, de amar. Se debaten en ese margen, sufren (sin escándalo, con sordina) pero no se dejan atrapar. Con gestos diminutos, desafiantes en la inmediatez, imponen su existencia.

Andrea Rabih, nació en Buenos Aires, 1967. Es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. En 1991, dos de los relatos que integran este volumen, “La diferencia” y “Claramente dormida”, obtuvieron el primer premio en la Bienal de Arte Joven y, en 1994, “El polaquito”, ganó la primera mención en el Concurso de Cuentos Eva Perón. Tiene dos novelas inéditas: El anhelo y la sonrisa imperial. Andrea Rabih murió en 2001.

Texto publicado en la revista Apofántica nº3, Mar el Plata,
mayo de 2005.