Liliana Heer

Narradores

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©2003
Liliana Heer






Caleidoscopio
Por Liliana Heer

Sobre Niña nocturna de Eva Gasteazoro
Alción editora, 2019           

                

A la página blanca no le falta nada. Habrá que soplar, comprimir, disolver el murmullo insaciable y elegir entre mil ideas una: cristalina, pujante, mortal. Eva Gasteazoro diagrama una historia, escribe la geometría del parentesco, ese imaginario facial de potente pregnancia va aconteciendo. Breves signos hacen palpitar el cosmos, originalizan suspiros, injertan sobre la materia doble identidad: un padre al sentir los gritos de la niña vibra, sonríe, confía en sus latidos.

La niña gritó. En los gritos, el cielo de su paladar exhibía la Cruz de Caravaca. La profecía pregona que quien posee la Cruz no morirá de ciertas muertes; pero el significante muerte danzará sin tregua en un primerísimo primer plano. Espacio griego donde ante todo está la forma, no hay unidad aislada ni absoluta, el contorno encadena lo sublunar.

Niña de largo aliento, secuencia de intensidades jugadas orgánicamente: blanca negra alegre provocación, movimiento incesante, ritmo de ave carmín. Goethe consideraba el aclarar y el oscurecer no como dos contrarios, la naturaleza oscura del color es oscurecimiento de la luz. Quienes vieron nacer a la criatura, actuaron en medio de la noche, quienes lean esta novela serán espectadores de un penetrante alumbramiento poético: amor gota a gota apacigua incertidumbres. Brazos que abrazan alegres un destino nominando a la pequeña febril desenvoltura Maríagracia. “Será su niña hasta que alguno de los dos muera.”

Una tirada de dados, jamás abolirá el azar.

En bambalinas, otra constelación: el vientre de una mujer bellísima se dispone a despedir, a prisa, la escena del parto. Reposa la esposa hollywoodense, se sabe dueña de la película, ha jugado; jugará no sin desprecio con su indomesticable rival. La pirámide jerárquica moda/ rutinas/ carácter/ poder, es emblema de una comunidad; podría llamarse un sistema de cañerías que vuelve efectivo el control, la represión. Todo fluye a la cima, se digiere, se excreta: “Maríagracia, una potranca sin jaque… Cepillarle el pelo con toda la fuerza del mundo, era una orden. A pesar de los gritos y de querer correr, la nana tenía más fuerza. Había piñatas, primeras comuniones y un rigor de vestidos rosados y blancos de organdí; peinada y vestida, la subían a un armario de donde solo podría tirarse. El organdí le picaba en toda la piel. Quería rasgarlo, hacerlo trizas; pero había que obedecer. ¡Obedecer siempre!”

Fórmulas de engendramiento

En la trama, ese mandato opera de causal: ante la orden desorden; frente a lo lineal, atravesamiento de temporalidades. Una escritura vertiginosa abre sucesiones simultáneas, cero representación, las presencias se imponen: imágenes, aromas, espinas, escalofrío.

Niña nocturna es una obra caleidoscópica.

El tempo del narrador cabalga códigos paradójicos reinantes de inmediatez: “Hay otro niño en la casa, rubio y suave, tan dulce como el bollo de leche, tierno como un pan recién salido del horno. Es el niño de la madre. Se parece a ella: un primogénito que heredará ese volcán y sus creencias, manadas de caballos, ganado cimarrón…” El tempo de la protagonista disemina tembladerales, fugas, súbitos staccatos; a veces en primera, otras en tercera persona, alternando prosa y poesía: “No estoy frente a la pared como Bartleby, sino frente a unos inmensos cajones blancos, cubos de cemento, quince, veinte pisos de altura, tumbas que perfilan el último brillo.

“El miedo, ese animal vertiginoso un fuego, un trapecio o el dolor inmaculado de la muerte”. pequeñito que se defiende de un halcón.

Hay también diálogos, encadenamientos inesperados descubren la plataforma donde el altibajo profano/sagrado divide el borde letra del borde sentido dando lugar a voces interpelantes, insistencias míticas, fabulaciones.

Al leer Niña nocturna recodé a Duchamp ante sus “Grandes vasos” afirmando que gracias a ellos entraba en lo “veíble”, no en lo visible sino en una cuarta dimensión transformadora del nexo cuerpo-objeto a contemplar. Entonces, recordé su pregunta acerca de si un objeto al ser transparente sigue siendo un objeto. En esta novela –leíble además de legible- ciertos nexos significantes anticipan espesores, endiablados desenlaces, una radiografía del acechante devenir cristal: medio temor media caricia de vibrante fatalidad.

En un “jeep” descapotado el padre de Mariagracia subyuga universos. Es un hombre que engendra hijos, animales, dones, encantamientos. El padre está de viaje, ella se suelta de la mano de una mujer que cuida, y cruza la calle sin ver a un jeep doblar velozmente; el jeep tiene otro color, no es el del padre, él está de viaje. La diminuta cabeza estalla contra el farol, el cuerpo en vuelo, “La sangre un manantial. Así entró en la primera oscuridad.”

Cuando se captan los significados, siempre hay otro significado que permanece en la punta de la lengua. Afecto, infección, catástrofe.

“Un quejido. Un querer llorar. Un me duele. Quiere tocar la cabeza envuelta en gasas.

—Si el brazo repite el gesto… —dice el Dr. Montealegre que ha llegado de Managua—, es indicio de una meningitis. Si no le da, vive. Más hielo…”.

—Y sí, habrá que trepanar —dijo el Dr. Khül, el famoso neurocirujano de Managua.

Consultas, conjeturas, inspecciones, estudios, posibilidades. Ella es llevada en avión a El Salvador, investigan su cráneo, prescindirá de la boina, el cabello comienza a crecer. Ella juega con sus primas a hablar otros idiomas, recorre geografías, se divierte.

Una misma figura, atomiza varios cuerpos, esa serpentina de efectos prodigiosos da a la niña una posición dominante; carcome la narración multiplicando tonos, promesas, regalos, fama. Curiosidad óptica con resonancias impensables, la cicatriz instaura potestades, todos quieren ver su herida: un canalete de dos pulgadas. Ella, de tarde en tarde “volvía al lugar —a la cuneta, frente a la casa de la anciana que la había salvado—, detrás de la huella de sangre. Y preguntaba: ¿dónde se fue? Buscaba girando sobre sí, exprimía los contornos, y pensaba: ¿por dónde se habrá ido bajo el sol de mediodía ese recuerdo, ese temblor?"

La niña crece aprendiendo a perder lo más amado. Será mujer, gozará, sufrirá, tendrá artilugios compensatorios, vivirá en la memoria de los lectores como una fontana di grazia.

Aplausos mayores para Eva Gasteazoro!