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Liliana Heer
Narradores
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©2003
Liliana Heer
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Los detalles muerden estepas
Por Liliana Heer
Sobre el libro "Tómelo o déjelo" de Henri Roorda
Caburé Libros
-¿Por dónde te agarro, Henri?
-¡SUÉLTAME!
Me resisto, lo que canto no es ni mío. Estoy bajo magnetismo: “Vicio es algo que nos gusta demasiado”, Henri.
La escritura se vuelve acción a través del regodeo. Sendas, atajos, temporalidades.
Los rasgos axiomáticos suelen ser engañosos. Mejor fabricar ideas, despejar juicios evidentes hasta distinguir el surgimiento de orificios a través de los cuales sea posible contemplar alternativas disímiles, contrarias, siempre singulares. El Todo amenaza matar el recoveco de la alteridad; como la ballena blanca, el Todo -ajeno a cualquier vestigio de clemencia- mastica las extremidades creativas. Comprender implica estar de acuerdo y también estar en desacuerdo. Restar verosimilitud al determinismo estructural, huir de los lugares comunes aunque tengan máscaras supremas. Puede resultar interesante humedecer la superficie de vacilaciones, teniendo en cuenta que la vacilación no pertenece al universo de la duda y contiene en su marcha un tercer, cuarto, quinto devenir. Ese es el estilo de Roorda, un fértil laberinto poblado de lecturas, citas, desmenuzamientos, críticas elocuentes, ocurrencias y explicaciones que regalan al lector otro aliento, una respiración munida de ventanales, vendavales, espectáculos. Con este último significante el autor habitúa enunciar sus aciertos. Coincide con Pascal, a quien menciona a propósito de lo risible –dos rostros semejantes hacen reír cuando están juntos, justamente por el parecido, aun cuando por separado no produzcan efecto alguno. Para ambos, las oscuridades no son misterio y las claridades son estúpidas. <br />
“El adversario es el enemigo natural del fanático”.
Dicen que la verdad es extraña, más extraña que la ficción si pudiera ser contada.
Roorda parece decirnos: acepten pero hasta ahí, practiquen la objeción, perforen apariencias, encuentren ejemplos alojados en los bordes, continúen las líneas, atraviesen, sumen siempre algún detalle. Los divinos detalles, fue uno de los cursos que dictó Jaques Allain Miller. Estamos advertidos de la potencia que tienen esas pinceladas, ese policromático patchwork floreciente, el paneo serial fortalecido con puntadas de humor. Porque entre los numerosos adjetivos acuñables a Roorda -profesor de matemáticas y elocuente pedagogo- su humorismo es la mejor estrella. No solo La risa y los que ríen goza de octogonal ingenio, también Tómelo o déjelo y Mi suicidio.
Comenzaré con La risa, haré un picadito sobre ejes que el autor acentúa en su recorrido por teorías de distintos filósofos.
Si Hobbes sitúa la risa en el andarivel superior -sin huellas de daño-, R alude a la risa por admiración o por felicidad: ambas fuera de lo fatuo.
Si Kant puntúa la risa ante lo inesperado -ver salir espuma por una botella- R acota: aquello que nos hace reír también puede hacernos llorar.
Si Sully critica el juicio de Kant sobre el complot como eliminador de sorpresa, R acordona: hay risa cuando la reacción del complotado es la esperada.
Si Bergson afirma: lo cómico es lo mecánico calcado sobre lo vívido; R impugna: el hombre es una máquina.
Con Marcel Schwob, coincide: nuestra risa es signo de nuestra ignorancia, si alguien comprendiese todo seguramente no reiría jamás.
R coincide con Kant y Bergson en que los hombres reirían más si se alimentaran mejor.
R está convencido de que lo que hace reír es inexplicable. De ahí el regocijo de Shopenhauer ante el espectáculo de un círculo y de una línea tangente. La línea recta toca el círculo salteando la intersección, o sea rompe la idea que tenemos acerca de los ángulos. No responde a lo esperado.
Mi suicidio, iba a llamarse Mi pensamiento alegre.
Como si la muerte consistiera en adelantarse al tiempo, R escribe: ”Durante varias semanas intenté mirar el futuro con esperanza, pero eso no me duraba. Uno de mis resortes esenciales se había roto”.
Como si la muerte consistiera en adelantarse a la lluvia, al crimen, al héroe, a la fama, R escribe “Yo no le tengo miedo al porvenir, desde que escondí un revolver cargado entre los muelles de la cama”.
También, escribe “A mí me gustan los comienzos, los inicios, el impulso nuevo. ¡Ah, las primeras flores, qué perfumadas son!”
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