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Luisa Valenzuela, El chiste de Dios. Voria Stefanovsky Editores, 2019. Melodías Un seco golpe de cimitarra y la cabeza da vueltas en el aire y vuelve a caer entre los hombros del condenado; que todavía sonríe. Ovación y vuelta al ruedo. Atención: el circo continúa. Las ideas avanzan como plantas carnívoras, un pulpo de mil brazos te da besos viscosos, se pega a tu cuello, aprieta; desaparece tu garganta, respiras apenas tu pena capital. Difícil elección, implacable elección. Corazón del dilema. Oh Dios, lo que tenemos en común no es de común acuerdo. No olvides: en este ritual vacío nada deben hacerte sin tu consentimiento. Aún tienes tiempo para ver cómo ellos y tú nos convertimos en mito. Verdugo o condenado, no lo aceptes. Aunque sea inútil, no lo aceptes. Jamás des tu consentimiento. Luisa Valenzuela, autora de fascinantes novelas y relatos, en El chiste de Dios nos propone el desafío de intuir hacia dónde van sus personajes, por qué registros devienen sus historias. Ficciones construidas con saberes madurados de ida y vuelta, insospechadas transferencias. Voy a pasearlos por los laberintos de este libro. Mi pretensión es que experimenten el sabor de sus invenciones, la pulsión de los sentidos que somos capaces de gozar. Los significantes resuenan como si se tratara de una tirada de dados en la cual la suerte por instantes incide, y por instantes cede espacio al complot. Cada palabra es siempre más cuando sale de quicio navegando por el intervalo entre semblantes, cuando huye de estereotipos y anula expectativas primarias del lector. Por momentos seré descriptiva, por momentos apelaré a recursos críticos, psicoanalíticos, sintácticos, hiperbólicos, y siempre me abstendré de continuar, porque continuar sería dar curso a pequeños orgasmos. Ustedes sabrán de ellos, quiero decir, sabrán dosificarlos al leer El chiste de Dios. Ciertos tópicos insisten con diversidad de signos –el azar, la religión, el binomio cebolla culpa / castigo, la transgresión, el morir y la muerte, las colisiones. Cierto tono humorístico ilumina secuencias haciendo burbujear la trama. Hay hallazgos, en los que fiebre y donaire hurtan pródigos guiños, como sucede en “El encuentro”: ¿Qué hacer cuando se tiene o se quiere tener un cuerpo saludable o formas admirables? ¿Por qué caminar si el ritmo sobre ruedas permite encontronazos? ¿Por qué olvidaríamos aquella frase de Borges: ¿Todo encuentro casual es una cita? Luisa Valenzuela, absolutamente picasseana, logra hacer sonreír y volver a sonreír. No pierdan ocasión de valorar esta burla al voraz Super Yo. Las ocurrencias prosiguen a ritmo metonímico instalando bastidores que invitan a pasear por un próspero circo de creencias. Eje sintagmático contiguo con estallidos lenguaraces en busca del serpenteante deseo siempre en fuga. Esto acontece en “La marca”: un hombre llamado March, enfermo de mal de Chagas y de celos infidelidosos, está dispuesto a dejarse morir. En el mientras tanto viaja a Chile, consulta a un especialista, pero su destino es fatal. El azar, el azar siembra perdices. Algo distrae su angustia: en una librería se presentará Crímenes de mujeres. Lo compra, lo lee. Él, quien odió a su propia madre, cree poder vengarse de todas las mujeres. Huy huy huy huy, las ansias tijeretean montañas. Cómo olvidar que sarcasmo viene de sarx y significa carne: masticar, morder, escupir. Parodia en puerta, transposición de tonos solemnes. Cómo olvidar que grotesco viene de grotta: gruta, área extraña y a la vez familiar. En el relato “Cena”, pollo y sarcasmo son el motivo de conversación entre dos amigas. Nada nuevo, el marido volvió a llegar tarde. Pero, a diferencia de otras veces, el repetidor hizo una simpática broma. Boo boo boomerang: esa capacidad premonitoria del masculino generó en su mujer una brillantísima idea. Veamos uno más: “El dedo en la llaga”, tema disparador de una conferencia en Guadalajara: la protagonista degusta los tactos del placer que encierran el dedo y la llaga, poro a poro recorre indicios científicos y otros no tan santos. Percibimos las cicatrices simbólicas, cunas del desplazamiento entre lo Real y sus huellas. Y, en “La sal de la tierra”: Dicen que la sal conserva, puedo atestiguarlo, o no, porque llevo milenios pero conservar no sé si me conservo en verdad: yo soy la Sal. Dicen o dijeron que el agua tiene memoria, que si se te cae la llave en una costa del vasto océano, con un poco del agua recogida en la costa de enfrente abres la puerta de tu casa. Encarnada en la mujer de Lot, la voz expresa el desprecio hacia su marido, varias veces tildado idiota. Idiota, como algunos muchachos sometidos a la obediencia machísticamente debida, para decirlo mejor: hombres en escabeche fálico. Mientras ella, todas ellas se atreven, quieren ver y ven, el Señor Lot, cola entre las piernas, aceptó partir. Después de milenios, gracias a textos como éste, la leyenda del idiota se invierte gracias a los recuerdos de su mujer. Sería imperdonable no referirme a “Luna menguante”, escenario en el que la autora juega con las palabras, a borbotones y a cucharadas. Cinco desconocidos aburridos sofocados por estar sometidos a sus propios ombligos, se atreven a chapotear aunque las aguas estén turbias. ¡Ayyyy, ayyy, ayyy! Hay letras, el humor es contagioso. Todas y todos sabemos cómo Valenzuela es capaz de habitar mundos cuestionando la hiancia autor / narrador. En El gato eficaz, escribía sobre estar en todas partes transformándose. Un libro cuya anti síncopa prolifera en el cuento “El narrador”. El texto se vuelve motor de nuevos descubrires, la autora de la novela El mañana construye pasadizos, articula funciones entre el escribiente, el narrador, la protagonista, los personajes y la Zona. ¿Una feliz referencia al film Stalker de Tarkovski? Una oportunidad de ingresar en estas melodías. |