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Liliana Heer
Narradores
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©2003
Liliana Heer
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Juan Jacobo Bajarlía, El placer de matar. Editorial Alción, 2007.
Presentación Biblioteca Nacional, Homenaje a Juan Jacobo Bajarlía. Liliana Heer, Federico Andahasi, Juan José Delaney, Víctor Redondo. Septiembre 2019.
Humor turbulento
Por Liliana Heer
La solemnidad, el patetismo, los laureles, el mármol, siempre fueron muy ajenos a nuestro querido Jean Jacques. La palabra homenaje forma parte del requien -honra, ofrenda, cumplido, dedicatoria, recompensa, testimonio, demostración…-, preferiría elegir uno de los antónimos: rebeldía.
Escritor y amigo, biógrafo de sí mismo, introductor del vanguardismo en Argentina, padrino y guía de numerosos escritores, entusiasta, ingenioso, alegre, brillante, leal, creador prolífico de más de treinta libros de poesía, ensayo y narrativa. Recibió premios en diferentes géneros, Municipal de Teatro, Mistery Magazine Ellery Queen´s, Konex de Platino en ciencia ficción y Boris Vian ´96 por Poema de la Creación. Habrá un próximo Adán, vaticina en este libro Bajarlía.
El placer de matar es un libro que motivó intensos y agudos encuentros con Jean Jacques. Recuerdo haber compartido -en los noventa- largas conversaciones sobre algunos de los personajes y especialmente sobre su arquitectura, es decir, la materialidad de la construcción. En esta obra el cruce de diferentes disciplinas transmite de una manera prodigiosa la aventura del pensamiento y el sorteo de fronteras, un verdadero juego que pone en pugna los conceptos de mito y logos a través de significantes de notoria pregnancia vicio-instinto-poder-sexo-codicia-libertinaje. Un oscuro universo enlazado con tonos de alto y colorido humor, característica que siempre nos regalaba el autor.
En la contratapa, acentué algunos rasgos:
La fascinación ante la muerte, el fuera de Ley, la pulsión sin límite son puestos en juego con estilo reality show. Juan Jacobo Bajarlía narra en clave apasionante un conjunto de textos sobre criminales famosos. Gran banquete literario: los maestros de la orgía cometen sus crímenes una vez más. Conductas dionisíacas y demoníacas: locura, erotismo, mafia. De Gilles de Rais a El Petiso Orejudo, de Los Caballeros de la Noche a Nuestra Señora del Arsénico, los casos son expuestos mediante secuencias que integran referentes estéticos, históricos, sociales y jurídicos. Este original enfoque cristaliza un gesto político ajeno tanto a la condena como al dulzor identificatorio, hace justicia en la exhibición misma de la muerte.
Antes de pasar la palabra a Federico Andahasi, Juan José Delaney y Víctor Redondo, voy a leer uno de los textos de El placer de matar para presentificar el espíritu y la letra de nuestro inolvidable Jean Jacques. Me gustaría también y muy de acuerdo con la sugerencia de Gabriel Bajarlía, intercalar entre las exposiciones de los escritores que nos acompañan algunos textos, así cobran fuerza los ecos de su escritura.
CATALINA DESHAYES Nuestra señora del Sacrilegio
- Quiero que no me desprecie.
La dama de negro (ojos grandes, penetrantes, escote desorbitado) miró a la joven. Calculó su edad. No tenía más de quince años. ¡Pero ya tenía algunas canas!
-¿Cómo te llamas?
-Aurora Lecouvrier.
-¿Y por qué te desprecia?
La joven no pudo evitar que el rubor le invadiera el rostro.
-Ama a otra.
La dama de negro tomó la mano derecha de la joven y la palpó un instante.
-¿Siempre tienes húmeda la mano?
-Siempre.
La dama quedó pensativa un instante. Luego repasó las líneas de la palma. Se detuvo en la línea del destino, en algunas rejillas y en el monte de Venus, en el pulgar.
-Lo tienes muy abultado este monte –dijo casi inaudible, sin que la joven entendiera ese lenguaje.
Después, soltó la mano, se levantó y dio unos pasos hasta la toilette. Se miró en el espejo, bostezó y se acomodó los bucles que le invadían las mejillas. La atmósfera, misteriosa, estaba cargada. Los muebles, los cortinados, las alfombras, contenían una gravidez llena de complicidad. No era fácil que la dama de negro hablara abiertamente. Era parca, medida, y cuando por fin se decidía a decir algo, su juicio era veraz, inapelable.
La joven conocía estos antecedentes. Llevada por una amiga a casa de la maga, como le decían en el París del siglo XVII, esperaba temblando la decisión y el remedio que necesitaba para doblegar la voluntad de ese hombre que la despreciaba por otra mujer. La maga, habló por fin, y sus palabras cayeron como un alud.
-Eres demasiado sensual. Un vértigo. Has perdido la honestidad a una edad muy temprana, cuando otras niñas juegan a las muñecas, y ahora, convertida artificialmente en una mujer, pretendes recobrar a un hombre inconstante. Yo puedo darte un filtro para que se lo hagas beber. Pero te seguirá siendo infiel. Y algo más, lo perderás irremisiblemente a pesar de todos los esfuerzos.
La joven se levantó turbada.
-¿Cómo lo sabéis?
La dama de negro sonrió.
-Lo he visto en mi propio rostro al contemplarme en el espejo.
Tres días después, en una callejuela de París, a pocas cuadras de Le Chateau, Aurora Lecouvrier asesinaba de un pistoletazo al hombre que la engañaba. Fue una noche fría, neblinosa, no hubo testigos. Pero Aurora Lecouvrier no volvió al mundo, no permaneció, al menos, en esa ciudad donde ella creyó que podía ser una gran dama. Se encerró en un convento, en el que terminó sus días en el más terrible de los anonimatos. Vivió para expiar su conducta.
Pero la otra, la dama de negro, la que había instigado al crimen, permaneció en París, preparando filtros y realizando misas negras para someter a los caballeros que creían en la magia y el destino.
Esa dama fatal, impúdica, capaz de jugar con la voluntad y el espíritu de las cosas sagradas, se llamaba Catalina Deshayes, más conocida por La Voisin, a quien podríamos llamar Nuestra Señora del Sacrilegio.
Mariana Enríquez, en el ensayo Caballero de la noche, sobre Juan Jacobo Bajarlía -Radar Libro, diciembre 2007- cita en un par de fragmentos a Liliana Heer.
Un breve repaso por el índice de El placer de matar es suficiente para dar cuenta de la condición de arqueólogo tenebroso de Bajarlía: “Los profanadores de Tumbas”, “Lesage, el Mago de Satanás”, “Sexo y antropofagia”. Un fragmento también puede dar cuenta de su estilo: “El crimen es la convocación de las sombras, el placer de diluirse en las tinieblas. El victimario es el hijo ignorado del viejo Harpócrates, el dios homicida que se alimenta de oscuridad y silencio”. Sin embargo, no es posible encasillarlo. “Es difícil elegir una faceta”, dice Liliana Heer, “por momentos en su obra resuenan diferentes zonas, registros, disciplinas, géneros. Su curiosidad permanente, el entusiasmo investigador hacen que sus poemas estén atravesados por detalles y escansiones del buen periodismo”.
Bajo el título La niebla del Olvido, concluye la nota con estas palabras:
La suerte de estas obras es todavía incierta. Liliana Heer lamenta esa oscuridad, pero no se sorprende: “Bajarlía tiene un lugar muy importante entre los escritores no reconocidos. Pienso en una serie improvisada que incluiría a Libertad Demitrópulos, Leopoldo Marechal y Néstor Sánchez. Han tenido un mísero reconocimiento, sobre todo comparados con otros. Creo que innumerables razones intervienen en la exclusión, desde marcas políticas, exilios ‘voluntarios’, ruptura de jerarquías hasta una singular relación con el arte fuera de la infatuación, experimentalista. En pocas palabras, ajena al canon y al bronce”. |