Liliana Heer

Poetas

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©2003
Liliana Heer

La poesía argentina: la letra que se re-cita
Por Liliana Heer y Ana Arzoumanian



Esbozar un mapa de la poesía argentina de las últimas décadas obliga a tener una mirada cuyo apetito atraviese el eje que la lectura del sentido imprime a la sintaxis. Invita a recorrer los mitos fundacionales y sus cortes. Insta a situar a aquellos autores que se perfilan con una voz propia, que son huéspedes de la letra.

La voz poética, su particular tono multívoco, es definida según sus diversos registros: la vía de la tradición, la vanguardia, y aquella que algunos coinciden en llamar la teología negativa. Esta divisoria tiene efectos de naturaleza política, puesto que la voz se inserta en un mundo histórico. La transferencia entre lo social y lo poético es constante. Al mismo tiempo, existe un reservorio que la letra no negocia; hurta, trufa, repite, deforma como el resto diurno de una pesadilla.

            “Señor/ La jaula se ha vuelto pájaro/y se ha volado/ y mi corazón está loco/ porque aúlla a la muerte/ y sonríe detrás del viento/ a mis delirios// Qué haré con el miedo/ Qué haré con el miedo...” Alejandra Pizarnik. Una manera de expresar que la letra en su mudez canta, implora, confiesa: “Señor/ tengo veinte años/ También mis ojos tienen veinte años/ y sin embargo no dicen nada.”



Carne argentina
País ganadero. Una vaca y algo más per cápita. Un ágape de entrañas donde la carne roja es metáfora central. De la comida a la sangre de las pampas como lugar de cautiverio, la literatura refleja lo inestable de la urbanidad frente a los márgenes de troperos, de lecheros. Una voz imperiosa habla de un arrabal miserable y violento. La muerte a cuchillo reza el culto al coraje de un Borges que elige lo blanco de un arma para su Juan Dahlmann. A tal punto que la carne aparece como objeto de una dieta que no colma, o bien, como estallido de una escritura que abisma despedazándose.

El mito de la carne recorre la lengua, escribe la desestructura de un pueblo que amanece carneado. La configuración histórica política de un país agropecuario descubre el otro gran mito: el granero. Una tierra que asila inmigrantes.

El sitio, lugar subterráneo destinado a depósito de granos, de forrajes, de hombres. En esa construcción hecha de almacenar, se empaqueta lo que no tiene nombre. En la ausencia, los versos asumen la voz urgida del nombrarse.

            “Toda muerte es por crimen,/ aquí, ahora,/ se sabe,/ mueres porque se te mata./ como al inclinarte, ladearte,/ sabes qué haces,/ vas y vienes,/ y lo sabes...” Alberto Girri.

Una gramática que ha perdido la fe descorre los párpados y se muestra in-fiel. Cuando la lengua “carnosa” del poeta se escapa de la vaina y blande su filo, escribir poesía es una gran traición.



Consonancias
El verso o la prosa tienen como órgano de escritura el cuerpo. La mano que acaricia instala un combate y se convierte en empuñadura. Una fuerza que pugna es siempre una forma de resistencia ante el discurso dominante. La poesía reclama, es el espacio del agere político en el que su ética pule la materia viva del deseo. El poeta sabe que un deseo sin mundo y sin historia se consume a sí mismo. Esta lengua adversa, no idealizada, lengua de lo in-forme, de la materia pura en su grafía, está más allá de lo épico. Aun cuando el contraste del lenguaje hable siempre de una polaridad, hay un innato, un inoriginario, un increado, y si no existiera sería imposible concebir el mundo de lo nacido, de lo escrito.

            “Ver, sin serlo, suele la operación del verso./ El verso: algo que está muy lejos./ Y si una papa hay en el centro del cráneo/ se la puede (bien atravesar)/ con un palo: sin ningún acaso,/ sin jamás estar/ ni diciéndolo...” Osvaldo Lamborghini.



Paciencias de la fe
El ensimismamiento, el padecer el sobre sí, la confianza gozosa anidan en el corazón del poeta clásico. En esa lucha el escritor es fiel a lo que recibe como don, aquello que las palabras expanden.

            “...Alguien debe pasar como un grano de trigo bajo la rueda de piedra,/ iluminado por la luna de los lobos,/ en busca del sagrado ritual de los cuatro elementos,/ para proclamar su adoración por la tierra...” Enrique Molina.

En el clasicismo, la “oración -lazo inquebrantable con la fe- se constituye en ese lugar donde la lengua manifiesta su ternura. La singularidad es el verbo que se “encarna” en un sujeto edificado sobre la conciencia de sí, con estrechas relaciones hacia la naturaleza y el lenguaje.

            “Su firme ausencia es el mejor caudal./ Yo me perfumo de su carne huída/ Si acerco el divagar hasta sus labios/ mi corazón se agranda como el día.” Carlos Mastronardi.

Mientras los poetas de la tradición entienden la zona fecunda de la lengua como el encuentro matricial del afecto, su gestación y gravidez, las nuevas corrientes ven en el lenguaje el artefacto que desgarra, deshuesa y multiplica, lo que pugna por aparecer o, en último término, repugna.

            “...El olor de la vainilla no está./ Está lejos el olor de la vainilla./ El olorcito del vómito agrio sobre la cara de/ yeso y el corazón blanco. No está./ Se fue el olorcito agrio. No está.” Arturo Carrera.



Paisaje
Una mujer, un pájaro, la calle, el río se adueñan de la palabra hasta la saturación. El río marrón, ese cuello-conducto-pasaje, puerta de ingreso de miles de inmigrantes a la Argentina, figura de la promesa de un regreso incumplido, graba y agrava el tono “nostálgico” de estas pampas. Un río que devora y es devorado.

            "Fui al río, y lo sentía/ cerca de mí, enfrente de mí./ Las ramas tenían voces/ que no llegaban hasta mí./ La corriente decía/ cosas que no entendía..." Juan L. Ortiz.

A comienzos de los setentas el poema baja la mirada y privilegia el grado cero de la indiferencia: el desencanto. Poco a poco, la geometría de la ciudad se vuelve invasiva. En las zonas fronterizas despedaza, en los centros, la hiperrealidad de aquello que ya no puede ser simbolizado arremete con su escalpelo. La vigilancia atenta del poeta se desplaza, ya nadie vela el paisaje que hubo de morir.

            “Bajo las matas/ En los pajonales/ Sobre los puentes/ En los canales/ Hay cadáveres// En la trilla de un tren que nunca se detiene/ En la estela de un barco que naufraga/ En la orilla, que se desvanece/ En los muelles los apeaderos los trampolines los malecones//hay cadáveres...” Néstor Perlongher.



El sujeto subvertido
Mientras la lira órfica pacificaba monstruos, el lirismo de oximoron, el quiasmo, la antilogia, los mot-valise, diversos tropos de las tendencias más recientes presentan al mundo como caos. Superada la dicotomía forma-fondo se anida el sujeto en el espacio del desorden. El paradigma se transforma, apela al sin sentido, allí donde antes se exigía verdad, los poetas experimentan con nuevas figuras, hurgan en los accidentes de la vida cotidiana.

            “de la nuca a la cintura/ nada se sabe/ en esa índole rapada/ aún; ese sudor, rezo indecente/ no hay jinete ni lomo desbocado: ni cientas águilas/ ni acaso pértigas violadas ni aprisa abrocharse/ tampoco puñados de tierra en la cara” Laura Klein.

La subversión del lenguaje da lugar al quiebre entre sujeto y objeto. Lo cristalino se vuelve opaco, difícil de pronunciar, ilegible o refractario a la voz.
Resolver el desafío por medio de una meta-imagen es el juego poético de estos días. Las reglas cuestionan la puntuación, la escritura seca o barroca, el uso de las mayúsculas, los hiatos que conformaban el lenguaje de la tradición.



Más allá del logos
La muerte de la metafísica vacía las relaciones gramaticales, la lengua revela una ausencia que consolida a la palabra como voz-nicho de la cosa. Ese tono amodal refleja la discontinuidad del lenguaje al mismo tiempo que genera un terror al vacío. Sordina. Estética de puro goce que marca la fe de la negatividad y su distanciamiento del nihilismo.

La teología negativa erige al sustantivo como límite disolutorio del yo poético. Esa pulverización saca la poesía del libro remitiéndola a la voz y al cuerpo, tan público como uterino. El trance se instala sobre una mirada oblicua. La prisa en mostrar más y más deviene extravío, desbarata el sentido.

            “ Jamás tome un chocolate/ dónde poner la ensalada con tanta ingrata haciendo...?/ Dónde fueron a por las chauchas de Don Casimiro?/ Nunca tres la arveja viajera!...” Emeterio Cerro.

La versión en inglés de este texto fue publicada en la revista Poetry Ireland Review, número 73, verano de 2002, editada por Michael Smith.

 

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© Liliana Heer y Ana Arzoumanian