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Liliana Heer
Poetas
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©2003
Liliana Heer |
Tábanos y Magnolias
Por Liliana Heer
Sobre El Meridiano, poesía, de Susana Romano
Alción Editora
Leído durante la presentación en el Centro Cultural Recoleta
Buenos Aires, diciembre 2004.
En la cubierta:
Sobre un mar color petróleo se encuadra el sol rojo de Ad Marginem de Klee. Los bordes rosadomarillentos acarician figuras cuasi geométricas.
Hay sobriedad, encanto.
Dos epígrafes preceden el poemario.
El primero es de la autora:
“Estos son los partes de enlace entre el decir de los poetas, de aquí y de allá, de antes, de ahora, y de después. Es la poesía resistiendo la tinta sangre que ordena el mapa, en el esponsal infinito que restaña, prohija, y nos hace hablar entre nosotros”.
El segundo es de Paul Celan:
“Es la contrapalabra, es la palabra que rasga el alambrado...Encuentro lo que liga, y como el poema, lo que conduce al encuentro. Atraviesa los trópicos: yo encuentro...un Meridiano”.
El título en adelante ligará Celán a Susana Romano. Compartida la vocación de encuentro, el decir que resiste en la poesía.
Así como hay libros dotados de niebla, que ocupan los innumerables escalones del espíritu y adormecen por su quietud, este es un libro del despertar, del movimiento de los sentidos, de las magdalenas recobradas (esta vez con gusto a menta e incrustaciones literarias).
Se mira y se ve la llegada, la partida, el atravesamiento: no estamos solos, “la ciudad va con nosotros”.
Una voz le habla al lector, anuncia paso a paso las noticias, el antes de partir, la procedencia, los detalles menores y los aromas todos: la materialidad de la ceniza, el calor de la aldea.
La voz, como un tejido espeso envuelve las palabras, cierne el desapego, la desunión, los roces, el cantar modulado de los acordes.
“Hay que cantar
Y cantar de nuevo...”
Las hojas de uva de Caravaggio, en racimos de soledad, se esparcen travestidas. ¡Oh, si alcanzara la época!
La voz confiesa, deriva, conjetura, se detiene en una imagen: la línea del mentón, el rostro, la piel, el parecido.
“...las fotos,
Ajadas en el sol
A la intemperie”
“...Los ojos de aceituna
Te hunden la mirada
Los ojos y los pies se internan
En la caminata
No querés saber nada
Sólo irte”
La superficie escrita: un pasaporte:
El Meridiano responde a una construcción encadenada, a una lógica del resto en su poder corpóreo, en lo fugaz de su incompletud. Los jóvenes de Kavafis alternan los destinos del padre, ese saber del órgano devoto que arranca sueños tristes y abrasa la piel.
El Meridiano es una red lanzada a las aguas del recuerdo y el olvido, una red que atrapa el desnudo de la lengua y de la piedra “como mandaba Miguel Ángel” (que también fue poeta, asevera Américo Ferrari en la contratapa del libro).
La cáscara sobrante, su desproporción, el brillo, hacen del dibujo de su sombra el entramado. El verso final de cada poema está escrito en minúscula y su repetición (en mayúscula) es el título del poema siguiente. Esto creí al empezar a leer, pero hay sutiles diferencias, núcleos en los que el sentido de este largo poema que es El Meridiano, prolifera, se multiplica. Cada pliegue es un punto de inflexión, encierra la potencia del pensamiento, su poder político.
La superficie del poema nunca es absolutamente precisa, lo convexo anuda lo cóncavo, las coordenadas atraviesan la ingravidez, oscilan alrededor de ella creando el acontecimiento de la letra, una singular tensión estética. Tensión que orienta el lugar de la ausencia hacia el hiato lógico temporal del devenir.
Con un estilo diáfano y al mismo tiempo de extrema complejidad, como lo son la música y las matemáticas, Susana Romano suma, resta, combina ciertas palabras sobregirando el sonido. A esto me refería al hablar de lógica del resto en su poder corpóreo, a ese plus que opera como objeto de deseo en el fantasma. Un sueño triste que nadie te va a arrancar de la frente, el sueño triste del suelo natal; ese sueño de opio que promete: “todo va a ser igual que en esta vida”.
Es ahí, en el más acá, en la incrustación textual donde el homenaje fluye, se despliega:
“YO NO DORMÍA,
Por boquear
En un río de congojas
Por cumplir
Los deberes de la estirpe
Y las páginas flacas, sin llenar
Igual que tu garganta partida
Libertad
Al compás de un violín obligado
De unas notas de margen
Y de la cuerda rota de la voz
Pulsada en el aire por las tardes”
Ninguna letra es ajena a Libertad Demitrópulos, más aún, Susana Romano presentifica el leit motiv de una de las escritoras argentinas más singulares, persigue un efecto de verdad, la verdad del estado de las cosas y su agenciamiento. Materializa el antes, el mientras tanto, la confidencia como proximidad imperdible. Música y letanía, desolación, combate, abismo del cuerpo insomne.
Escansiones:
En El Meridiano no hay puntos, tampoco punto final, una manera de sortear la interrupción, el corte; una manera de hacer crecer la historia, esa ceremonia que hace nudo en la espera.
La pausa menor está marcada solamente en cuatro poemas.
No es arbitraria la sobriedad de la grafía; al contrario, condensa el paradigma de la puntuación:
a) cuando llega el momento de ceder la voz,
b) cuando se enumera,
c) cuando se presiente lo inexplicable, como en el pasaje siguiente:
“MENOS LO QUE VENDRÁ
Queda en la cuenta todo
Dolor, como semilla
Un salto ciego que aumenta por la noche”
Menos lo que vendrá, diría Lezama Lima al enunciar el salto de lo tocable por lo inalcanzable, las imágenes posibles que forman parte de un intento imposible.
“El libro que vendría
No ha venido
A este espacio ralo
Ni lentes ni teodolitos
Van a dejar tranquila
La escritura del desastre”
El Sistema poético, concebido por Susana Romano, alterna inmediatez y lejanía, se expande, respira, tantea lo que se ha ido en las alarmas de la noche, dilata la imagen hasta línea del horizonte.
Texto publicado en el Diario La Capital, Mar del Plata, 5 de diciembre de 2005.
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