©2003 |
Victoria Lovell --------------------------------------------------------------- Instantes del don Uno de los aciertos que descubrí en el último poemario de Victoria Lovell fue la sutil gramática del contra discurso, el caro estilo de materialidad escénica/ hipérbole del último-primer temblor. En Olvidante, la afirmación gana consistencia exhibiendo una escritura sin accesorios: caligráficas huellas subrayan una y otra vez el brillo hurtado a lo imposible. Suplir memoria, zarandear el pasado, eliminarlo lenta-súbitamente; aun cuando sus metástasis retornen habrán perdido aquel envoltorio simulador de signos. Basta de explicaciones pueriles, en el lenguaje salido de gozne asoma ese umbral negro, ese singular eclipse enunciado por Mallarme en la frase: “La destrucción fue mi Beatriz”. Si ojos leyeron agudezas en clave menor, hoy están ciegos, transmite Victoria Lovell en Olvidante. Adiós faro, adiós brújula origen del disfraz Don Juan prometedor/ de maremotos. La tentación de salir impera, lo inicial tiende a la fuga, es necesario romper enlaces, extraviar membranas, tener la precaución de no contaminar. Estamos ante un convite más allá de ser o no ser: donde hubo habrá, habrá abandono: abandono sin demanda. “No se cura la vida” La hoja sigue la sal desnuda. “Con todas tus ofrendas ofrecerás sal”, versa el Levítico 2:13. Lovell hace tintinear ese concepto: Tan siempre es abundancia/ alimenta el olvido. Ásperas capas/ para escapar de la peste… Vestiduras cubiertas por la ambigüedad de una ironía poética sin adversario. Sabemos que en la ficción trágica la lengua se desdobla, es pasiva al acontecer mientras activamente configura el acontecimiento. Así, Bocaccio, a partir de un grupo de hombres y mujeres que huyen de la peste, erigió su Decamerón. El final, momento extenuado, agonizante lógica del nosotros amarra compases/ de una futura partitura. Vemos doblegar al extremo los meandros del drama, hasta que la palabra muestre el único espacio donde la magnificencia se derrita, hasta que lo dicho/ no signifique/ ni en lo visto. La operación de remplazar Misterio por Vodevil, suele ser menos corruptible que la ley del gasto, consumo, muerte del dios animal de los amantes. Lupa sobre el personaje Los verbos en cercanía a Olvidante conservan las marcas del amarrar, ignorar, sospechar, descomponer, resolver el desarme. Con George Perec, Lovell rinde homenaje a ese saber sabido y no sabido. Algunos objetos, con espejeantes matices ya no pululan por la atmósfera, su invisible continuidad del devenir fetiche son arrancados mediante una técnica infiel de formas yuxtapuestas. Olvidas que has aprendido a olvidar/ que un día te forzaste al olvido. Citaciones Olvidante recuerda -junto a Beckett- los mundos sin nombre: pergeña retorno/ equivoca regreso// asido al aroma// del// nostos perdido. Ansias de nostalgia de cero a mil, simplemente construir una herejía mayor, la copa de los árboles será sustituida por jugadores de cartas, por manzanas con sabor a Cezane. Un plus del olvidar forma parte del único epígrafe en bis; tal vez para evocar el decir de Lewis Carroll: “Lo que se repite es verdad”, Lovell inscribe una epifanía de María Negroni: “Olvida. Olvida más// No hay mejor puerta// para la única memoria que cuenta.” El instante de la voz continúa, la peripecia está donde se espera: ”Bendito sea el que olvida// porque a él pertenece el paraíso”, cita a Nietzsche la autora en su epígrafe final. Letra por letra, Victoria Lovell dona su condición de poeta, siempre sin cesar, recomenzando.
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