Liliana Heer

Poetas

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©2003
Liliana Heer

Poemas no domesticados
Por Liliana Heer
Sobre Zoo de Anahí Mallol
Editorial Paradiso, 2009
Leído durante la presentación en Casa de la Cultura,
Buenos Aires, 4 de noviembre de 2009



¿La poesía? Un caracol nocturno
en un rectángulo de agua.       
Lezama Lima

Ellos, siempre enteros, solitarios, purísimos,
vacíos de aburrimiento, dados a ser más acá de la tentación.
Sobre animales trata Zoo, una excusa por mantener a flor de piel la distancia
entre unos y otros. Lo uno y lo otro, heridas sintácticas, descomposiciones, sonoridades explosivas. Asunción del escándalo paradójico.

En el vasto horizonte de los universales, emerge la excepción -caballo, libélula, hormiga, perra, mantis, cocodrilo, araña, aves, oseznos, ranas diminutas, tortugas, cigarra, felino, miel. Una palabra verso epopeya melodía tatúa recuerdos que fueron carne en la primera infancia, cuando también sobrevivía el misterio, cuando la dialéctica de la letra en vuelo zen rompía estructuras aseverando la afirmación, la negación, la afirmación.
La potencia de un impersonal avanza en zigzag, tono deseante: alguien quiere, alguien se interroga, alguien posee en estilo indefinido, alguien responde a la demanda de un animal que agoniza, descarta facilismos,
escoge uniones fosforescentes.
Anahí Mallol atraviesa zonas de vecindad imprevistas, construye modos de invocar la experiencia, dispara carozos de emoción -magia felisbertiana en devenir constante.

Inmensidad, abundancia de sensaciones, esplendor.

Hay inventos, deslices metafóricos ajenos al costumbrismo, intuiciones que adoban creativamente toda frialdad cientista. Las palabras omitidas asumen aura tabú, las preposiciones al repetirse, al variarse instauran la escena dentro de la escena:

“un caballo
parado
debajo de la lluvia
como si no
lloviera

así quiero estar:
desnuda entera
debajo de la lluvia
como si nada
como si nadie
me hubiera tocado nunca…”

Que nunca termine, dije al comenzar a leer, en la mitad del libro, en la anteúltima página.

Deleuze cuenta que la literatura empieza con la muerte del puercoespín
según Lawrence, o la muerte del topo según Kafka: “nuestras pobres patitas rojas extendidas en un gesto de tierna compasión”.

Anahí Mallol recurre a pocos signos. El paréntesis adorna ocho poemas, ¿táctica para llegar adónde? Del campo endoxal al campo de la oscilación. Tiempo vibrado, estar, no estar, estar vivo. Pausa, suspenso, cese, digresión, proximidad interpelativa.
En el poema dieciocho una voz íntima se aproxima al lector, lo tutea:

“(¿observaste alguna vez
las raras huellas
de una serpiente en el desierto…?)”

En el poema veintinueve, un ritual lujurioso se abre en simultáneo.
Imagen movimiento leve, sonidos heterogéneos, desafío alocado por capturar con el gritoa la hembra, Molly presta al sí, mascarada e impostura en acción:

“en la puerta de su magnífica enramada
con pedazos de vidriecitos
de parabrisas que brillan como
diamantes si el sol les da de pleno
(y les da de pleno en el nido) y otras
chucherías trozos de alambre…”

En el treinta -único poema donde el paréntesis está duplicado- hay procedimientos conjuntos, despliegue acariciante de pares en deriva.

“…las polillas con sus alas
de apariencia metálica
las malvadas hermanastras
de las más bellas mariposas…”

y en el biombo:

“(se recomienda dejar
ventanas abiertas
y luces encendidas como señuelo
para capturar su gracia
y aprender
secretos
de esplendores efímeros
nocturnos y extraviados)”

Antes, estuvieron alojados por ese signo
“(anacrónicos dibujantes
rusos exiliados
a quienes madres amorosas enseñaron
la maestría de las acuarelas
y otras finas artes)”

 

Hiancia. Suspenso. Salto
El regalo vacío.
Lo que no está reverbera, engendra sorpresa, empuja al epicentro del dilema a ritmo ciempiés. Humildad del total hundimiento, apéndices de nuevas series, injertos, el mundo de la alegría a develar.
Cuando se adivina, enamora.
¿Quién sería el animal del poema veintisiete que Mallol tuvo la sutileza de esconder?
¿El racional o aquel terrible y potente animal plano de las superficies?
Ese al que Diógenes nombra cuando le preguntan qué es la filosofía.
Un arenque en el extremo de una cuerda, bestia oral que plantea el acertijo de la mudez, consonante en elemento líquido, el enigma del lenguaje.