©2003 |
Espía de mi causalidad
Diagrama de interrogantes: lo ficcional abre paso al knock out por desposesión. El montaje, en sigilo. Su eficaz funcionar irrumpe configurando un arco iris reflexivo. Otros brillos multiplican las membranas del abandono, el vacío multicolor. Palabras en pugna, respuestas en pugna, triunfo inefable con piedad fuera de gozne. Entonces volver, volver a preguntar, abrir el mapa en solitario conociendo las reglas, su doloroso ritornelo. Voz pidiendo saber más allá de la respuesta, queriendo conocer motivos imposibles. ¿La perversión del origen? Voz deseando franquear el umbral roto del discurso, intentando elidir los barrancos del caos. Volver por donde no se ha ido. Agua en las manos. Madre, hija de una madre sabia en enseñanzas sobre piedras, sobre tumbas, sobre la densidad, el peso, la razón de las tumbas sin flores. “Coloqué sobre su terreno una piedra, porque así me lo enseñaron mis abuelos judíos: las flores arrancadas llevan más muerte a la muerte.” Hacer crujir la lengua. Sin guantes. Mitad león-mitad mujer. Cuerpo bordado en el silencio de madrugadas sin sombra, en las encías, arena, pesadillas de traducción. Entonces, el lenguaje, sus arpegios exiliados de soplo producen un resto igual a Cero entendimiento. Mundo quimera, líneas, fugas. Siempre, un oído al margen. Inclinada sobre la inclinación, la protagonista de este vibrante libro sorbe trago a trago el malestar generado por lazos sin nexo, ese cursus a través del cual pasa lo disyunto. Isabel Steinberg denuncia el desasosiego ante el falso puente donde no saltan alas entre el espacio espaciado cuyo prefijo aleja. Bifurcaciones, curvas oblicuas alrededor de algunos nombres, marcas, territorios, erótica en diagonal: la familia: esa pluralidad de ritmos desconectados, más allá de las variaciones oníricas. En algunos versos hay plumas, instantes de iluminación besando el depósito sensorial escurridizo y aun así, localizable. “Mi padre -Lo que más quiero es dormir- Repetía. -Porque cuando duermo veo." II.- Mutantes “Mis hermanos y yo nacimos en cuatro años… Ahora es como si cargáramos siglos encima. Nos separan epopeyas, odios historias de sangre, distancias de muerte. Esos cuatro años podrían ser cuatrocientos… Íbamos a envejecer juntos porque nos mirábamos jóvenes, entre túneles señalizados por libros y revoluciones… Íbamos a envejecer juntos porque nada mejor se nos ocurría”. Si leo el Génesis, encuentro que sólo contiene invenciones mediante las cuales los deseos se comunican. Nudos. Alianzas. Torbellinos atados a su inevitable fracaso. Encuentro un espiral saturado de restos reacios a la perforación. Hay opacidad, opacidad rebosante de envoltura; acaso una de las razones por la cual, al ser ilegible, la letra del Génesis no cesa de leerse. Isabel Steinberg, dotada de una conmovedora lucidez poética, resalta una y cada vez el maldiciente rumor de la inocencia; ese juego vacante de ilusiones devastadas. ¿Quién abandona, torpe, perversamente, y vuelve a abandonar una y mil veces el abrazo cegador de los impulsos? Si respondo, engendro acusación. No solamente acusación, al mismo tiempo regalo origen, dono tinieblas, multiplico aguijones, por no llamar régimen pasional inter significante a la denuncia contenida en el quién. Daniel Sibony se refiere a esa tentación diabólica a la que no se resiste la topología literal del deseo. Cuando esa dominación encuentra trabas, asoman calamidades, salidas imposibles. Primeros anclajes La sucesión se desencadena. El exceso de presencia será el aguafiestas del fallecimiento sexual. Angustia diferida hasta el desgarramiento. “Y entonces desperté al lado tuyo y supe que no podía envejecer porque ya había muerto de juntos”. Dialéctica del nombre propio y otras formas de matar “Los judíos creen que los nombres roban la vida. No puede haber entonces dos parientes de distintas generaciones con el mismo nombre. (Sería sacrílego que el nuevo ser matara con el nombre a su ancestro)” Conjurar es también anticipar el mapa cruzado por labios menores y mayores; circuitos pródigos en glándulas esteparias donde la amenaza gana la partida. “El ascensor quedó detenido. -Un escalón más arriba-dijo él. -¿Un escalón más arriba?-preguntó ella. -Un escalón más arriba-repitió. -De tu cobardía-contestó ella. (y aquí salta para que él no la empuje) Le sacaba el jugo hasta el final (forma plusválica del desamor)”. Diva diván /diván diva “Macedonio duerme. Me digo: las elecciones de pareja habría que hacerlas al modo de Kafka, en un tribunal de mujeres. -Macedonio, ¿me escucha?... Desde el final de los tiempos. Macedonio despierta. -Me dormí. Lo lamento. ¿Va a volver? (Silencio) (Silencio)”. ¿Habrá una escucha abierta a la inscripción? ¿Una escucha opuesta al abandono? Los aptos oídos sin párpados de Macedonio, conjugan el soñar del personaje paterno más la sordina de su mujer. “Morir. Dormir. No más, y con un sueño pensar que concluyeron las congojas, los mil tormentos, de la carne herencia, el término debe ser apetecido. Morir; dormir. ¿Dormir? ¡Soñar acaso!” Dormir donde no se duerme viste plumas de cisne octogonal. Acto cuyo efecto podría leerse en clave de interpretación. Podríamos estar ante un caro ocurrente testimonio de pase. Más aun, siendo Isabel Steinberg además de escritora psicoanalista cabalgante del entre dos. Dejo una constancia abierta: estamos ante un libro en el que todas las reiteraciones aderezan la semiótica mixta del afuera y del adentro: régimen pasional o subjetivación permeable a la poesía más plena. |