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Liliana Heer

Reseñas sobre Dibujar un elefante en base
al recuerdo de los mirlos

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Dibujar un elefante en base al recuerdo de los mirlos
Por Ana Arzoumanian
Buenos Aires, noviembre 2002

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El título encierra una metáfora satírica. El elefante podría representar al peletero, y el recuerdo de los mirlos, la música que transmiten las imágenes de los papeles sobrevolando la ciudad mientras la protagonista rememora su relación amistosa con Gerty.

“Mi mejor amiga se llamaba Gerty” articula el pasado y el futuro, el engranaje que le da a la púber violada la  posibilidad de atravesar  una iniciación que es trauma. Pensar en Gerty es dibujar un legado: su amiga- de niña- había sido víctima de abuso, alguien eyaculó en su vestido nuevo; sus padres nunca le dejaron volver a usar ese vestido. Los adultos desmienten el ataque, y prohíben. Las amigas intentan en vano reconstruir una escena sexual abusiva, misteriosa, vedada.

Guardiana de lo corporal, la genealogía femenina conserva la identidad. La Gerty del texto le dice al lector- espectador que una no se salva sola. Opuesta al rito canibalístico pronunciado en las palabras eucarísticas “Éste es mi cuerpo, ésta es mi sangre”, Gerty hace recordar que es a la mujer- madre a quienes se ofrece como alimento cuando así procede el ministro del Dios- padre. Según la soberanía de los dioses- hombres, ellas deben reducirse a no ser más que tierra reproductora. Sin embargo, la protagonista- imagen es un modelo de resistencia luchando para no perder su relación con la producción (recuérdese las imágenes de ella en la naturaleza, y las de ella cosiendo). La protagonista gracias  a la función de Gerty como testigo- memoria politiza su vida, pero no en la línea de los discursos políticos, sino en la del descubrimiento de palabras, gestos, lugares, cuerpos habitables.

El peletero es el hacedor de lo que viste y desviste. Ella tiene un cuerpo de carne y un maniquí. El maniquí la exorciza, pone distancia entre las manos del peletero y su propio cuerpo. De ahí que Rubén Guzmán haya elegido como imagen de un pecho el busto de un maniquí manoseado por el peletero. El equívoco es perfecto. De esta manera se delinea la heroicidad de la protagonista: no es a mí.

En la escena del abuso sexual la protagonista del encuadre fílmico de Guzmán ataca con un palo al peletero; creando  una disrupción, así, mientras es violada, parece ser ella la que ataca en el video. Este contrapunto imagen- texto en el que por momentos se invierte el sentido, expresa una conquista. El violador es reducido a “paquetes de carne muerta”. La pura acción está en el atacar. De manera tal que en la violación la protagonista no es la palabra, sino la imagen de esa joven actuando. No hay metáfora posible, aquí se muestra el vértice de lo innegociable.

Cuando va al cine y recuerda las nalgas del peletero en sus pupilas, ella no lava la mancha, la incendia. No se trata de lavar el cuerpo como si fuese culpable, se trata de encarnar otro cuerpo. Este cuerpo deviene cuerpo textual; la Gerty de Joyce. Así como Joyce escribiendo en inglés rompe con la tradición y crea una nueva lengua dentro de la lengua inglesa, el video dice: el cuerpo femenino no necesita de otro cuerpo  para transformarse y transformar el mundo.
Mientras él la invita a ser su muñeca; ella se lleva un maniquí. Segmentos contiguos de una máquina de poder que describen la normatividad tal como aquellas máquinas kafkianas. Se juega con la obediencia, el insulto y la humillación en la metáfora de la bombacha sucia. Recordando a Faulkner cuando describe a Cady Compson en El  sonido y la furia en el momento en que, subida a un árbol la pequeña trata de espiar por la ventana el revuelo de la casa paterna donde están velando a la abuela, y tiene la bombacha sucia, escribiendo una de las escenas más tiernas de la literatura americana. La referencia a la suciedad de la bombacha, es el elemento “elefante” del peletero.

Los mirlos representan la música, la diversa intensidad, la polifonía, la armonía, el espacio- tiempo del goce femenino.

Rubén Guzmán recorta las imágenes con pantallas negras que actúan como silencios dentro del relato contra el asedio de la mirada. El ojo, más que los demás sentidos, objetiva y domina. Las mujeres conservan estratificaciones sensibles más arcaicas desvalorizadas por el imperio de la mirada. Mirada que guía la mano del cazador, confrontada a la fluidez del tacto, a los labios de un sexo que se rozan sin cesar.

La elección de esos blancos de silencio se conjuga con la visibilidad y el goce, basando su crítica en el estereotipo de la  imagen petrificada, representación acentuada de la erección como fijación, como obsesión. Así aparece la oscuridad de la grieta. ¿Será la grieta el anagrama de Gerty? Signo ciego, impenetrable, imagen viva de lo inaccesible. La discontinuidad y la irregularidad de las tomas montadas por Guzmán expresan lo heterogéneo irreductible a la norma, a la uniformidad. El espacio muerto, insinúa la imposibilidad de llenar el vacío, de colmar eso que es ausencia, acogiendo en su intimidad ese afuera último que rehúsa toda interpretación. Zonas de oquedad no representadas, lugar crucial, para cruzar, donde crucificar; la autora y el cineasta saben de la cruz y la ficción. Superficie que se cierra sobre sí misma siguiendo el itinerario de las miradas cruzadas.


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