Liliana Heer

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©2003
Liliana Heer

Lo Incurable
a Néstor Sánchez
Por Liliana Heer



-Vida ¿quién eres?
-Una fuerza que practica el bien y siempre quiere el mal.

L. H.


Página nicho.
Aquí estoy Néstor, con los resortes de la imaginación alerta, buscando papeles, servilletas traslúcidas, leyendo lo leído.

Yo conocía tu rumor en mi alma y en mi alma eras libre de hacer quanto quisieras.

Tu letra, la “q”.

Vuelvo a leer tus novelas, las notas que tomé alguna tarde, cuando escribíamos de a dos.

Podría matarlos con un estilete de dos puntas. La presión sostenida y progresiva. El viejo subido a un banquito para homologar altura. De costado ellos envueltos en una funda de lona, a cabeza descubierta, oreja contra oreja facilitando la estocada.      

Ensayábamos tiradas cortas y menos cortas. Se llamaría Ménage à trois.
Pero en otra composición, sugerí: Dos hombres y una mujer.
Aceptado.

‘Ley del tres’ tenía una cita de Gregory Corso.

“Besides me, in all its martial pose, walks real opportunity.”

Otra vez tu letra: Ménage à trois.

Los nombres: Ella es Paula. A los muchachos los podés elegir.
Mauricio y Rafael.
Anotaste como primer capítulo: Ironía.
Hiciste una raya de margen a margen y debajo:
2 Paula Rafael,
3 Mauricio Rafael,
4 Los tres.

Lo demás aparte, escrito a máquina.
Paseabas por la habitación, llegabas a la ventana, parecías seguir.
Tan fácil como detener el mar, dije.
Todo está perdido.
Demasiado tarde.
Lo sabíamos.
Joyce lo dice mejor y empecé a leer:

“La primera noche que por primera vez la vi en lo de Mat Dillon en Terenure. Amarillo, encaje negro llevaba. El musical comanda. Nosotros dos los últimos. Destino. Detrás de ella. Destino. Alrededor y alrededor lento. Rápido rodeo. Nosotros dos. Todos miraban. Alto. Ella se sentó. Todos los expulsados miraban. Labios riendo. Rodillas amarillas…”

Sale de ahí, ¿lo sabías?
Carcajadas.

 

Primera escena
Parte I


La riqueza que apareció en ella en los últimos tiempos (riqueza de percepción, de lenguaje) hizo que al recibir la noticia, Mauricio no se sorprendiera. Era evidente que Paula se sumergía en la interioridad de otro hombre. Por supuesto, se encontraron en el bar que designó Paula con extrema gravedad en el teléfono.

Siete de la tarde, el crepúsculo, en el venturoso mes de septiembre. La mesa al fondo, sin dar a ninguna posibilidad de perspectiva salvo el mismo bar. Primero sombra en un idilio caracterizado por la infrecuencia.
Importante la elección de alcohol por parte de Mauricio, Paula repitió café, se abrió el pelo en dos, aproximó en parte su torso, hecho que tal vez le hizo pensar a Mauricio en la devoción necesaria que requiere todo verdadero secreto.
Se trataba en realidad de otro hombre, no reciente, lo había precedido como única reserva y ahora la confesión se hacía impostergable. Tal vez Paula ya presentía el presentimiento de Mauricio. Él no había hecho más que estar con Rafael, el otro hombre a punto de ser relevado en la mesa del bar.

Un verbo de ambigüedad absoluta, violenta el contexto. Podría entenderse exaltar, pero también absolver o destituir o sustituir.
Tampoco ellos saben lo que desean. Todavía.

En lugar de callar, Mauricio preguntó: Es posible que me adelante al secreto. ¿Es posible que cierto rasgo de belleza te pertenezca de una manera oblicua? ¿No he hecho más que estar con otro hombre?
Paula encendió un cigarrillo con el resto de su cigarrillo y respondió: Él sería más benévolo, mañana lo sabrá.
Mauricio también fumó. No entraría en comparaciones, no ha sido su arte hasta hoy.
¿Acaso Rafael no ha hecho más que estar conmigo desde que me conociste?
Y Paula: En principio, su pasión aumentó, es justo reconocerlo.
Mauricio pidió otra copa: Cuesta presentir por qué has elegido este momento, pero se supone que sería el momento perfecto.

Hasta ahí la primera tirada. Fuimos interrumpidos por un amigo lenguaraz y celoso, desordenó papeles, descreyó, despreció. Distrajo.
En sus ojos la comedia del pecado.

Carbón al fuego. La vez siguiente hablaste de Paula, tu pequeñísima hija mujer. Habías tenido una hermana, la fotografía sobre el respaldar, en el marco una cinta negra, te arrodillabas en la cama para besarla, siempre niña de blanco con un moño en el pelo.
Tenías pudor de ver a tu hijita desnuda. Estabas en España, a pesar del General Franco eras feliz, escribías sin parar “Cómico de la lengua”. La escritura me había sido dada, dijiste. Vencido el pudor, el cuerpo de Paula. En la niña crecía una condena, consultas, diagnósticos, dilaciones. No. Primero dudas, después el sacrificio. Perder y perder.

El ojo del cielo revela escasa gentileza.

Por afinar tono leemos a Rihaku. ‘Carta de la mujer del mercader del río’:

“Cuando usaba aún el pelo corto sobre la frente
Y jugaba en el portón recogiendo flores,
Viniste montado en una caña de bambú
Y trotaste alrededor de mí, sentada, jugando con                                                      ciruelas azules.
Y seguimos viviendo en la aldea de Chokan,
Dos chiquilines sin antipatía ni malicia.
                        ……………………………………………………….
Arrastrabas los pies cuando te fuiste.
El musgo crece ahora en el portón……………….
Envejezco………………………………………………………”

 

Primera escena
Parte II


Paula pareció exaltarse: tal vez conozcas a Rafael, la mirada de Rafael, la quietud de las manos de Rafael, la melancolía de Rafael, lo llevo, es cierto, en mi cuerpo. A él te asomaste al tratar con mi cuerpo.
Mauricio, tras descruzar la pierna izquierda, también inclinándose: ¿Y qué es lo verdaderamente tuyo?
Ahí, ante esa pregunta apareció la urgencia de confesarme a ambos.
Mauricio, después de un trago: ¿En qué se basaría su benevolencia? ¿Le harás un recitado de lo que llevás de mí?
Paula, apoyándose en el respaldo de la silla, lloró.
Primero una mueca, después ocultó su cara entre las manos con cautela, sin la menor arrogancia: Tal vez sea nada más que la historia de un nexo entre dos hombres que de otro modo no se conocerían. Separados por una especie de abismo de lo remoto. Mauricio imitó la posición de Paula, apoyado contra el respaldo volvió a fumar.
¿La admiraba? Quintaesencia de la trivialidad. Durante años en esa caja de carne un alma femenina entró en correspondencia.

Corte a negro.
Subrayamos ciertas construcciones sobre el pasado.
Decís: Te presentaste como autora de una novela pornográfica, Bloyd.
Escuchaste eso, no creo haberlo dicho. De cualquier manera, nos conocimos antes. Mario Espósito hizo una reunión cuando salió El amor, los orsinis y la muerte. Tengo la estampa de un Néstor alto, grande, oscuro de verano. Fumabas, te reías con el cuerpo. Empezabas a partir. Cada uno con su Heriberto, dijiste al despedimos.
Lo recordás. ¿De qué signo era tu Heriberto?
De Tauro.
Estabas más sola que sola.

Comemos y bebemos. No importa quién hable, es siempre igual: libros, viajes, drogas, amigos, películas, el suicidio. Estar trabajando con enfermos terminales en un hospital público promueve la ilusión de acceder a esa secuencia sin ningún obstáculo. Morir de a dos ante un paisaje marino. Morir como quien contempla un recuerdo, sin futurología, caminar descalzos por la arena.
Había tantos ahorcados como en el hueco de mi mano, repetís intentando convencerme.

La tercera mitad es un cementerio.
Argentina también.

Dos décadas de ausencia.
Hasta llegar a Artaud:

“Volverse a encontrar en un estado de extrema conmoción, esclarecida por la irrealidad, con trozos de mundo real en un rincón de sí mismo”.

¿Era el epígrafe de Cuaderno del peyote?

 

Segunda escena
Parte I


Fue al día siguiente que Paula visitó a Rafael en su casa. Permaneció allí sólo una hora, durante la cual Rafael se obstinaría en evitar lo inevitable.
Cada vez que Paula empezaba a decir, la interrumpía, le tomaba la cara, partía en dos su pelo, enumeraba las ciudades que había conocido, parecía tender a subyugarla. Pero en realidad había otro hombre.
Entonces, el cambio experimentado al regreso del último viaje -inquiere Paula.
Si hubo cambios, no fueron de mi exclusiva pertenencia. Sería un desprestigio repetir la trama. Mauricio confió en mí la traducción de Schopenhauer. Intercambiamos opiniones sobre la farsa menor, la elección final, la renuncia wash. Resolví optar por plenitud de crueldades e injusticias.
Paula observó sin entusiasmo una dificultad progresiva. El centro de equilibrio se había desplazado. No tuvo reservas en acusar impacto.
Hay algo distinto, afirmó con sinceridad mirando la habitación en apariencia absolutamente idéntica.
Es la luz, comentaría Rafael abrazándola.

Nos parece bien, sin embargo hay coincidencia negativa en optar por la expresión “crueldades e injusticias”.
¿Será el pesar bilingüe?
Algo más, rechazo al codo a codo, hasta el límite de arrojar bombas en los mingitorios.
No hay riesgo, Rafael vive aislado.
Además, nunca Mauricio acordaría la demanda de ese mecanismo. Es un aristócrata, el populacho lo estremece.
Tampoco acordaría en abandonar la idea de suicidio por contemplación.
Allí entra Paula. Entre sexualidad maldita y arte.
¿Y si Paula vio algo más que una tonalidad de luz en la habitación?

En ‘Ley del tres’ hay una fotografía de la madre y poco después una apelación bíblica. Los personajes se contagian.
Ménage impone las ‘Impurezas legales’ del Levítico 15:

“Y si el que tiene flujo escupiere sobre el limpio, éste lavará sus vestidos, y después de haberse lavado con agua, será inmundo hasta la tarde”.

Salimos a caminar. Hacemos unas cuadras, entramos a Virgilio. Pedimos vino tinto. Hablamos de las novelas que estamos leyendo para un concurso.
Hay poco, casi nada. Una.
El título es muy sancheano, sin categorías previsibles, hay impacto-extrañeza, se abren circuitos sensoriales, el lector está invitado a darse vuelta.

Argentina opaca. La televisión muestra a De la Rúa, jefe de gobierno, dando un discurso lamentable en la Feria del Libro.Su retórica destinada a las instalaciones sanitarias nos devuelve a los mingitorios destruidos.

 

Segunda escena
Parte II

Paula con soltura inesperada pone sus manos sobre los ojos de Rafael. Imágenes dispersas en un armazón invisible. Un mismo impulso, premura de bocas.
Rafael: Desconozco palabras mejores, las desconozco también en significado.
Paula confiesa necesidad, resalta cierto fervor imperativo de búsqueda, no puede concebir sordina sin imaginar un dolor intolerable. Soñó haber llorado en un espacio baldío, una pared armada con botellas rotas la separaba de él.
Rafael niega suavemente con un gesto, ese mover los acerca y los aleja.
No hay obligación específica, sólo merecimiento. Ten cuidado con lo que deseas en la juventud porque lo conseguirás en la edad madura. Era Goethe, ¿verdad?
Sin miedo, antes de la madurez también se consigue, concluye sin exageración de ímpetu Rafael.
Paula sonríe avergonzada, una diafanidad dificultosa la suspende. Sacrifica sus ansias de hablar, frena la compulsión a la ternura, el ritornelo de una intimidad inobjetable. Se despide con la certidumbre de no poder olvidar aquella tarde. Siente la expresión de Rafael en trance de impedir su fuga. Baja por escalera los dos pisos y camina, cruza las calles sin pensar, sus pasos agregan una pausa a la pausa, perdidos en una inmediatez acogedora.

Tu fragilidad, a la que Simone Martini
hubiese dado un golpe de gracia

¿Esperabas sangre?
Tal vez una violencia a lo Urondo, menos decorosa. Estos hombres se comportan como señoritas en la figura de una sensiblería...
Remotísima.
Risas.

El rasgo melancólico de Rafael marca esa disposición al merecimiento, no quiere desprenderse de ninguno de los dos.
En definitiva él ha sido pionero, permanecerá.
También el intruso, ¿o formularías una apelación en su contra?
Convengamos en su poder seductor ¿preferirías acompañar ese rasgo del adjetivo irreprochable?

Se impone interrumpir. Sabemos que El lenguaraz puede llegar en cualquier momento, es miércoles, día de encuentro con amigos. Antes de ir a El Cuartito guardo las hojas en un almanaque viejo.
¿Creerías, Néstor, que siguen ahí desde entonces?

 

Tercera escena
Parte I

El ritmo no es una continuidad, es una oscilación. Mauricio y Rafael se reúnen en el mismo bar, los inconvenientes previsibles de la espera añaden confianza. Llegan juntos. La puntualidad no les concierne, uno y otro sabe que es Paula quien insiste en el desplazamiento de la órbita. Un afán aséptico adquirido por deliberación prolongada.

Con precaución de cirujanos escribimos las cinco frases de esta escena, en realidad fueron varias más, una y otra antecedida por desencadenamientos y retenciones.
El tiempo y el tiempo, mortalidad superlativa serruchada. Leemos a Daniel Sibony:

“El rostro es un borde del tiempo, en él la orientación, inhallable, se desempeña en todo sentido y desconcierta a todos los sentidos…
Antes, delante, son lo mismo en hebreo en singular: se dice a la faz de;  también por temor a. Como por temor a que no aguante; en el no de la angustia donde aflora el tiempo…
Ninguna simetría entre el antes y el después; es un buen signo”.

 

Tercera escena
Parte II

No hay mesas contra la pared, la preferencia de ambos se desplaza. Oyen por la ventana a un diariero vocear. Los amigos sonríen, imaginan la noticia, parodian: Noche de sentimentales. Por un momento larguísimo el desasosiego parece desvanecido. Los amigos hablan de traducción, Shopenhauer opera de intermediario, pesadez y resistencia: una columna redonda es mejor que una columna cuadrada.
Humor, acuerdo, entusiasmo. 
Beben alcohol, repiten el trago, fuman, prometen reflexión, olvidan. Saben que es mejor callar, fuera de síntoma la farsa del lenguaje, esa conspiración de alegrías minúsculas.
¿Vida o palabra?
Mauricio llama al mozo y pide otra botella. Rafael intuye el estupor abominable de la sobriedad y lo acompaña. Se taparía la boca para no gritar.
La demencia funcional del ambiente, el desfile caótico de proveedores entorpece la fluidez.
Intentaría un rezo, admite Rafael, sólo por conjurar a la especie, el desenfreno devorador del pío pío ¿cómo decirlo?
No queda otra prerrogativa.
Rafael delibera: Siempre hay maleficios defensivos. A evitar, concluye Mauricio y se dirige al baño.                      Cuando vuelve, antes de tomar asiento, deposita arriba de la mesa un sobre. La letra de Paula, su inconfundible caligrafía en el costado derecho. Sus nombres. Rafael, a instancias de Mauricio, corta con los dedos la punta izquierda del papel, lo desgarra. Mientras realiza minuciosamente esta operación repite la misma famosa frase que suele repetir ante situaciones que lo superan: Meto una bala en mi pecho la noche de mi muerte.

Corte a negro.
¿Y tu corazón?
Inconsolablemente triste. Un día supe que la aventura del conocimiento había llegado a su fin.

Nunca más escribimos. Como si hubiéramos olvidado la historia sin lamentar el olvido, sin intento alguno de continuidad.
Esa carta escrita por Paula sobre la cual conjeturamos variados desenlaces nos condujo a otro sitio. A las cartas que le escribías a tu madre desde New York, al ‘Diario de Manhattan’, los géneros menores, Kafka.

Lo fragmentario ocupó el interés de Ménage. Trunco.
Instalada la sospecha, el artificio de narrar en contrapunto a las vivencias duraderas parecía un argumento inobjetable.

Se cristaliza el silencio textual.

M, P, R, “emeperra”.
Los tres en convivencia, la fórmula “palito y botón” en busca del desierto orgánico es considerado obsceno. Juicios contra la especie no por adhesión al borgismo sino por rechazo a la finitud.
Necesidad perentoria de abominar todo impulso basado en la fe en la vida, reinado de obviedades, estafa sin atenuantes.
Ella elige matarse.
Ella elige matarlos.
Ella se aburre.
Los deja,
huye,
viaja.
Sol sucio.
Nostalgia.
Plan sádico.
Influencia.
Planeta vergonzante.
Como en la Perinola, al final, todos pierden.

Las cartas a tu madre, extensísimas notas, puntos de vista sobre la experiencia del despojo, la disyuntiva ética, los ejercicios acorralantes de la consciencia, la imposibilidad de asombro. El inexorable atajo por responder a interrogantes esenciales, por detonar ese estado. Es que existe alguna remota posibilidad de consuelo, preguntabas.

Entonces comenzó a proliferar mi oficio de animadora del vacío. Atacaba el modelo épico, tu supuesta adhesión a lo vivido, proponía lecturas, ironizaba sobre ciertas formas de inhibición disfrazadas de poética oscura. Misiles contra la página en blanco, contra la inspiración, contra el olvido de felicidad incomparable que genera el escribir. Por instantes minúsculos, volvías a creer, sin embargo, el telón de fondo era irreversible, se instalaba de inmediato acompañado de estiletes ocurrentes, divertidos:
¿Y yo qué soy en tu vida: Walt Disney?

Sabía que algunas estocadas estarían dirigidas a la voluntad, otras a la apícola condición femenina, a la irresponsable maternidad generadora de muerte. Contra el psicoanálisis no te pronunciabas, el lema de hacer consciente lo inconsciente te había marcado a fuego.

Durante algún tiempo fue distinto. Singularidad como principio de filiación a la orden.
Si nos hubiéramos criado juntos
hubiese sido siempre así.

Extraño las maneras, Néstor, tu delicadeza ante el dolor. “La maldición privada” dejó de ser el título de la novela incestuosa que escribiríamos juntos. Leíste el manuscrito, la imagen fue ganando espacio, empezamos a ver películas. Dos voyeurs silenciosos exhumando latencia.

Si un cuerpo es posible es posible cualquier derivación.

Texto publicado en Visiones de Sánchez