Liliana Heer

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©2003
Liliana Heer

Identidad y Ficción
Por Liliana Heer


“Imantar, atraer, hacer recaer

sobre sus hombros las cóleras
errantes de la época...”
Antonin Artaud



Voy a dividir esta exposición en tres circuitos, uno autobiográfico, otro legal y el tercero ficcional.


Alfa

Un amanecer llegué a Buenos Aires por primera vez.
Venía de una colonia agrícola habitada por emigrantes esmerados en transmitir los valores culturales del viejo mundo.
Tomé el último tren de la noche; tenía la cabeza apoyada contra la ventanilla y repetía la letra de una canción: Far away/ People heard him say/ I will find a way/ There will come a day/  Something will be done...
 
Al principio estuve atenta al nombre de las estaciones porque temía haber tomado el tren en sentido inverso, como le ocurrió a la protagonista del film que había visto el día anterior. La actriz era el alma de un conjunto de jazz. Cubierta por una túnica azul recordaba al baterista, decía que era un ángel porque solía besarla mientras dormía.

Cuando los edificios comenzaron a crecer, sacudí esas imágenes y experimenté una curiosidad incipiente, suave como una telaraña. Miraba los barrios, las plazas, los bares, las fuentes, las calles, el cruce de avenidas; veía  hombres y mujeres caminando firmes como si supiesen hacia donde iban. Miraba como quien pretende descubrir en las retículas de un panal el ombligo que origina un reinado. Quería ver los matices que en adelante tendría mi vida, una alquimia imposible de asir: lo novedoso (próximo y distante), el extrañamiento, la aventura, parecían potenciar lo imprevisible. Libras de carne que muchos años después estarían al servicio de mis ficciones.

Esa perspectiva de turista sin duda era mi dote cultural. Esa óptica me llevó a desviar certidumbres, a ir y volver, a ir por Buenos Aires como cuando camino por Trieste, Belgrado o Estambul, empezando de cero, siempre extranjera pero absolutamente leal a un espacio, una torre, un ventanal, una plaza, un parque, que antes fue un inmenso baldío y donde todas las mañanas del mundo se dibuja el edificio de La Penitenciaría que fue testigo de una masacre, de un fusilamiento en el mes de junio del año 1956.


Beta

Lacan sostenía que si no es en el Derecho donde se palpa de qué modo el discurso estructura el mundo real, ¿dónde podría ser?

¿Cuál es la identidad de un país que se planteó tardíamente este problema?
Nuestra Constitución adoptó la religión católica como religión de Estado e imitó al mismo tiempo la forma legal norteamericana. Si tomamos en cuenta las jerarquías legales y la supremacía de la Constitución respecto de otras leyes, habría que pensar en una casi imposible conjugación entre las normas que regulaban la vida económica, política, administrativa y la Ley suprema de la Nación. Mientras se seguía el canon norteamericano (Pacta sunt servanda es un legado protestante, hay obligatoriedad de cumplir la palabra empeñada), la Ley Suprema, desde el Preámbulo, introducía a la Iglesia Católica como persona jurídica de derecho público o existencia necesaria (régimen teísta que valora la religión como factor de cultura).

Los  modelos extranjeros, como fuentes de legislación, provocaron un abismo cada vez más grande en la medida que no eran representativos de la sociedad. O sea, desde el origen, en nuestra tierra, la hiancia entre lo social y el régimen legislativo fue notoria.


Gama

Emmanuel Lévinas, afirma que el papel de las literaturas nacionales es fundamental porque en ellas se vive la verdadera vida, que está ausente, pero ha dejado de ser utópica.

Voy a referirme a una novela de Libertad Demitrópulos para puntualizar algunos vértices que muestran la fisura del origen. Río de las congojas es un reto a duelo entre varios protagonistas: víctima-victimario, español-mestizo-indio-naturaleza, agua-tierra, hombre-mujer, hija-madre, madre-feto.

Libertad  Demitrópulos escribe la travesía de Juan de Garay, sus vanaglorias, los emparentamientos con la iglesia, con la monarquía. Esculpe una ciudad, hace visible una época, recorre itinerarios perdidos, saturados de maltratos, decretos, injusticias, supuestas legalidades. Con esa materia destellante, como si necesitara hacer de la ciudad y los hombres un molde para descubrir la silueta de ese inmenso Golem que es la historia de un pueblo, esculpe el lenguaje imprimiendo tonos enriquecidos de miserias y anhelos; los tonos que suelen tener los seres cuando se revelan contra quien manda a poseer, a vaciar, a matar una patria. Demitrópulos transforma el crimen en canto, recobra expresiones verbales, vuelve la oralidad poemática, epifánica, crea núcleos de resistencia dejando la trama en suspenso, y en ese intento por mantener vivo el lenguaje _ recobrado pero también inédito_ la fuerza de la historia que narra adquiere dimensiones reales. Aquellas partículas que sufrieron el letargo de lo sepultado cobran vida merced a la incesante mordedura sintáctica.

En Río de las Congojas, la identidad de la protagonista, identidad en el sentido de raza, nombre y género, se revela en el momento de la muerte.


Omega

Para concluir, voy a referirme al doble movimiento, centrípeto y centrífugo, de estos circuitos compuestos de numerosos pliegues con retornos expansivos. Por una parte, hay una insularidad establecida en cada fragmento a través de ciertas marcas (lo rural, la fundación de una República, ser víctima de una conquista), y por la otra, hay una tendencia (amada, temida, odiada) hacia lo universal: la mezcla, lo extranjero, el modelo, la copia, las imitaciones, los injertos.
Los tres fragmentos discursivos _biográfico, legal y ficcional_ denuncian la tensión, el contrapunto, el encuentro con lo real de la diferencia, y la unificación progresiva, inevitable, con sus derivados y aleaciones. Como si lo universal se filtrara en toda gestación. Como si la identidad fuese un legado y los legados respondieran a reglas de progresión geométrica.
Paradójicamente, ese lugar de la identidad “pura” que no existe ni existió jamás (con sólo pensar un instante en el malentendido del mito de la creación, en la mujer salida del mismo cuerpo del hombre y, sin embargo, lo suficientemente autónoma como para ejercer el serpentino lugar de la tentación); esa identidad soñada es suplida por diferentes velos, rasgos, imágenes. Algunos actúan delineando, más allá de lo previsible, las huellas del devenir; otros forman parte del trauma, del crimen, de la muerte que funda una nueva identidad transformada en estilo, perdurable gracias a la lengua, es decir, vuelta múltiple, heterogénea, convertida en ficción.

Texto publicado en Literatura Argentina -Identidad y Globalización. Selección de textos del Congreso de Escritores realizado por la Comisión de Cultura y Comunicación Social de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Agosto de 2005.