©2003 |
Identidad y Ficción
Un amanecer llegué a Buenos Aires por primera vez. Cuando los edificios comenzaron a crecer, sacudí esas imágenes y experimenté una curiosidad incipiente, suave como una telaraña. Miraba los barrios, las plazas, los bares, las fuentes, las calles, el cruce de avenidas; veía hombres y mujeres caminando firmes como si supiesen hacia donde iban. Miraba como quien pretende descubrir en las retículas de un panal el ombligo que origina un reinado. Quería ver los matices que en adelante tendría mi vida, una alquimia imposible de asir: lo novedoso (próximo y distante), el extrañamiento, la aventura, parecían potenciar lo imprevisible. Libras de carne que muchos años después estarían al servicio de mis ficciones. Esa perspectiva de turista sin duda era mi dote cultural. Esa óptica me llevó a desviar certidumbres, a ir y volver, a ir por Buenos Aires como cuando camino por Trieste, Belgrado o Estambul, empezando de cero, siempre extranjera pero absolutamente leal a un espacio, una torre, un ventanal, una plaza, un parque, que antes fue un inmenso baldío y donde todas las mañanas del mundo se dibuja el edificio de La Penitenciaría que fue testigo de una masacre, de un fusilamiento en el mes de junio del año 1956.
Lacan sostenía que si no es en el Derecho donde se palpa de qué modo el discurso estructura el mundo real, ¿dónde podría ser? ¿Cuál es la identidad de un país que se planteó tardíamente este problema? Los modelos extranjeros, como fuentes de legislación, provocaron un abismo cada vez más grande en la medida que no eran representativos de la sociedad. O sea, desde el origen, en nuestra tierra, la hiancia entre lo social y el régimen legislativo fue notoria.
Emmanuel Lévinas, afirma que el papel de las literaturas nacionales es fundamental porque en ellas se vive la verdadera vida, que está ausente, pero ha dejado de ser utópica. Voy a referirme a una novela de Libertad Demitrópulos para puntualizar algunos vértices que muestran la fisura del origen. Río de las congojas es un reto a duelo entre varios protagonistas: víctima-victimario, español-mestizo-indio-naturaleza, agua-tierra, hombre-mujer, hija-madre, madre-feto. Libertad Demitrópulos escribe la travesía de Juan de Garay, sus vanaglorias, los emparentamientos con la iglesia, con la monarquía. Esculpe una ciudad, hace visible una época, recorre itinerarios perdidos, saturados de maltratos, decretos, injusticias, supuestas legalidades. Con esa materia destellante, como si necesitara hacer de la ciudad y los hombres un molde para descubrir la silueta de ese inmenso Golem que es la historia de un pueblo, esculpe el lenguaje imprimiendo tonos enriquecidos de miserias y anhelos; los tonos que suelen tener los seres cuando se revelan contra quien manda a poseer, a vaciar, a matar una patria. Demitrópulos transforma el crimen en canto, recobra expresiones verbales, vuelve la oralidad poemática, epifánica, crea núcleos de resistencia dejando la trama en suspenso, y en ese intento por mantener vivo el lenguaje _ recobrado pero también inédito_ la fuerza de la historia que narra adquiere dimensiones reales. Aquellas partículas que sufrieron el letargo de lo sepultado cobran vida merced a la incesante mordedura sintáctica. En Río de las Congojas, la identidad de la protagonista, identidad en el sentido de raza, nombre y género, se revela en el momento de la muerte.
Para concluir, voy a referirme al doble movimiento, centrípeto y centrífugo, de estos circuitos compuestos de numerosos pliegues con retornos expansivos. Por una parte, hay una insularidad establecida en cada fragmento a través de ciertas marcas (lo rural, la fundación de una República, ser víctima de una conquista), y por la otra, hay una tendencia (amada, temida, odiada) hacia lo universal: la mezcla, lo extranjero, el modelo, la copia, las imitaciones, los injertos. Texto publicado en Literatura Argentina -Identidad y Globalización. Selección de textos del Congreso de Escritores realizado por la Comisión de Cultura y Comunicación Social de la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Agosto de 2005. |