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Liliana Heer

Textos

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©2003
Liliana Heer

 

 

 


Feliz Viaje
Por Liliana Heer

Estamos en la frontera serbia, lo que ocurra tendrá demarcación, incertidumbre. La actualidad zarandeada por chisporroteos, igual a sí misma no, síncopas: palpar y reconocer, advertir el preludio de visitantes en tierra extraña.
Desde una base plana cae el eje de gravedad. Ancho y oscuro, el Drina baña los pastizales, se derrama porque tiene vida propia.

Jota ancla la barcaza junto al terraplén; atento a posibles trastornos repite un aserto cabalístico: Los pasaportes generan sospechas en el Este y en el Oeste. Habla por extracción, delinea, construye maquetas verbales, pregunta si conozco la ficción de Andrić. Mi negativa lo complace, funciona el estereotipo de la mujer frágil y el varón protector, ¿o será cuestión de gustos?
Inicio la prueba: dejar hacer, ver actuar, oír decir, entender entre líneas.
Sobre el río un puente Andrić lo convierte en testigo Una historia de piedra blanca con terrazas simétricas se expande a lo largo de siglos Finaliza en la Segunda Guerra Es otoño Belgrado bajo la ocupación alemana El séptimo pilar del puente salta por los aires Sin embargo el cronista decide pasar omitir acontecimientos Nada suficientemente digno ni buenos ni malos ningún juicio
Sostener dudas manchas de luz

Una pelusa entra en mi ojo izquierdo, Jota ve el puño restregar y se arrima. Sopla. Es un cocodrilo de tanto dormir con la cabeza más baja que los pies
Un torbellino de pelusas me invade.
Si pudiera acostumbrarme digo, pero estornudo.

Por la noche observo el bosque, los prados, las aguas negras. No sabía que mirar me gustara. Arrecifes entre nubes de hierba. Pinos de la época glaciar. Más allá, la cordillera del Tara. Todo se ha vuelto exterior, tentación despabilada, hasta cuando duermo veo el barro espeso entre los dedos. Amaso sensaciones, mis pensamientos rebotan, se mezclan en desorden, persiguen otra voluntad. A los ruidos se agregan imágenes igualmente nuevas, los recuerdos parecen superfluos, me he vuelto carnal, tengo necesidades leves, bisagras entre un cuerpo y otro.

En el pueblo más cercano hay una iglesia. Cañones convertidos en campanas, cúpulas, torrecillas. Prevalecen los ornatos orientales, la mixtura, el cordón milenario de conquista y asentamientos. Trilogía ortodoxa: un zar un imperio un credo. Dios en la tierra, vibración. Bizancio.
Sobre un altar la Virgen de tres manos, una sostiene al niño.
Otras veces pende del cuello, remarca Jota.
A un defensor de iconos le cortaron la mano derecha Los rezos a María las tallas las ofrendas llevaron al milagro Entonces más fe más votos más miembros Carne madera y fábula
Bajo los muros se alientan deseos, frecuentemente concedidos con escasez y sin ningún miramiento. Hechizos. Ante el rectángulo de las súplicas vemos encender velas; la tendencia es colocarlas en la parte inferior, la tendencia es llorar.
Estamos rodeados de lápidas Desde la infancia hasta que fueron asesinados
Qué pedirías?
Clarividencia.

En el pueblo más cercano hay una taberna, bebemos y comemos acompañados por un cicerone delirante. Humor diestro y siniestro. Nos ofrece vino. Al ver que le echo agua ríe. Ríe y tira el líquido en una jarra.
Dice: Es al revés, el agua antes así se ahoga el mal. Los taberneros, los constructores de molinos, los fabricantes de vigas, los cazadores, los peleteros, hasta las masajistas, todos lo saben. Mis amados visitantes, dejemos que persista la vieja era. Hace unos meses murió en este río un hombre impaciente por alcanzar lo nuevo. Murió de odio, toda su vida practicó el mal a estilo antiguo. Quedamos pocos y tampoco están.
La ausencia vigoriza el corazón, afirma Jota entrechocando vasos.
Movido por un resorte instantáneo, Cicerone cuenta que de muchacho era juglar, trabajaba en un comedor famoso: El buen diente. Sacaba de su boca pañuelos de seda color verde, violeta, anaranjado. Hacía sorteos, funciones para gordos.
Baba en las comisuras, comenta jocoso. Distraía a los comensales mandíbula batiente arengando impudor. Las mismas bocas que comían tarareaban bebían declamaban volvían a comer. Sin cubiertos, los cubiertos remplazados por pinzas garras dedos. Porque la gula se apodera de los sentimentales, exclama incorporándose con gestos tigrescos.

Volvemos tarde, dichosos, sesgados por una tibieza firme, los brazos alrededor de la cintura; fácilmente adquirimos el molto vivace. Una pareja vernácula.
Los cuerpos: espejismos, alegría resuelta a contaminar.

Escucho un batir de toldos, por el Drina navegan chalanas de distinta proa. Los tablones del muelle crujen, por momentos se cubren de agua. Algunas ramas
giran en remolino, se hunden y emergen a la deriva. Aspiro el oleaje, desprende olor a yodo, a brea. Miro hasta donde puedo ver.
La mujer que amo está al otro lado del río, dice Jota inclinando mi cabeza para que lo mire. Grises. Brillantes. Febriles. Tiene los ojos cruzados por el ave Fénix.

Cicerone viene a buscarnos a la hora prevista, está más serio que en la taberna. Desgarbado y tenso, su expresión delata cierto tenor amenazante:
Voy a mostrarles el casi nada.

Conocemos un fortín medieval junto a la orilla. Sólo quedan ruinas, incrustaciones, raíces de piedra.
¿Estás ahí razón? Confío en tus recursos. Los bombardeos desmienten la armonía. Me siento una intrusa: parcelas de mansa incomprensión. Cualquier otro afecto sería miserable.  

Volvemos caminando en silencio como si no tuviéramos lengua.
De repente, Cicerone: Una madrugada fui arrancado del sueño por un estampido. Mi mujer, ¿muerta? Al levantarla tuve impresión de levantar un cordero. En las persianas había manchas frescas. Desde que nos casamos dormimos en el mismo colchón, íbamos a escardarlo pero el momento no llegó. Aún está el hueco de su lado. Mientras vivía no lo notaba, cosa de bruto ignorar algo así. Lo hizo porque quiso, es el único atenuante y siempre falla. Intento convencerme pero todo asume la forma de un combate. Tengo inyectado un rufián en el cerebro, perdí las ganas de dormir, siempre me alcanza el tiro. 

En el anillo del horizonte sobrevuela una bandada de pájaros.
Los picos mudos.
Avanzan con furia desprendidos de la creación.

Fragmento de la novela El sol después, Paradiso Ediciones,  2010

La versión en portugués de este texto fue publicada en la revista Página Aberta, Brasil, agosto de 2010