Liliana Heer

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Giacomo Joyce
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©2003
Liliana Heer

Presentación de Giacomo, el Texto Secreto de Joyce

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Maison de L’Amerique
París, Francia, 1993

A propósito de Giacomo, el Texto Secreto de Joyce
Por Elise Guidoni

Este libro presenta un texto secreto, un texto guardado en secreto, probablemente porque contenía un secreto. ¿Cómo es posible publicar un texto secreto de forma tal que lo siga siendo? Nosotros debemos a Liliana Heer y a J.C. Martini Real haber sabido dárnoslo sin entregarlo, haber puesto este texto en el corazón de una cámara de resonancias que construyeron para nosotros en el prólogo y en las notas, cámara de resonancias de su vida y de su obra, que se pone a vibrar y se puebla de ecos. Solamente una lenta aproximación, un largo trato, una escucha silenciosa multiplicando los registros para volver a Giacomo, a su integridad, a su intensidad, a su secreto íntimo, podía dárnoslo así.

Se trata de biografía, de un acontecimiento de la vida antes de quedar oculto, o de un acontecimiento de otra vida que nosotros buscamos en filigrana en la biografía, pero que se expone a nuestros ojos ciegos en los textos mismos, la otra vida hecha de aquello que tuvo lugar, de aquello que se abrió y de aquello que se cerró, de aquello que se perdió en el encuentro del cuerpo y de la letra. Liliana Heer y J.C. Martini Real, abren todos los frentes de este cuestionamiento, envuelven el texto de un halo de preguntas suspendidas, abriendo así, en nosotros, caminos de trabajo.

Yo no encontré una manera mejor, ni una mejor forma de agradecerles, que proseguir la lista de las cincuenta afirmaciones por las cuales se rodea el prólogo: afirmaciones problemáticas que son además preguntas que no exigen respuestas y que nos dejan suspendidos en lo desconocido de la obra y su esplendor secreto, en “las innumerables incógnitas y revelaciones que el texto sostiene en su esplendor secreto”.
       51) Giacomo es un texto inaugural, pertenece a los años inaugurales de la escritura de Joyce. Si uno puede decir que esta escritura se abre en abismo, Giacomo tiene una relación con esta apertura del abismo.
       52) Es una tentativa de encontrar una escritura de amor, una otra escritura para el amor, otra que los poemas de Chamber Music, otra que las cartas a Nora. Una escritura desnuda y agujereada de silencios, no dirigiéndose ni al amor, ni a ella, la no-nombrada.
       53) Para escribir Giacomo fue necesario ir al lugar del amor. La escritura es lo que permite quedarse en el lugar del amor, lugar insostenible, lugar de la exposición más grande al otro y de la derrota del cuerpo.
       54) Pasa algo en este texto, un acontecimiento, tal vez una catástrofe. Desplegando la presencia de una que no es nombrada hasta el punto de la catástrofe, algo pasa entre el cuerpo y la letra. El secreto es un misterio. Un solo nombre puede salvarlo, que él llama: Nora.
       55) Esta catástrofe es tal vez la apertura misma buscada y querida.
       56) El texto se presenta como una serie de epifanías separadas por silencios. Epifanías, apariciones. Algo se escribe, algo aparece -por donde se escribe el amor.
       57) Las epifanías arañan una masa de silencio, que ellas envuelven.
       58) Las epifanías son arrancadas al silencio.
       59) El amor escrito. Todo se hace letra por él, los instantes, los gestos, los encuentros, los cielos. El cava la resonancia.
       60) La escritura es un lugar para el amor, que no tiene lugar.
       61) El amor excede la escritura a la que da lugar. Los silencios que separan los trazos son ese exceso mismo.
       62) Aquello que excede la escritura es ella, she. Aquello que excede la escritura es lo terrible que el amor vela.
       63) Es un texto delicado e impiadoso. Escrito al estilete y suspendido como un soplo.
       64) El amor es velo. Joyce en una carta a Nora dice: “Tu amor me atravesó y siento ahora que mi espíritu es una especie de ópalo, es decir que está lleno de colores inciertos y extraños, de luces cálidas, de sombras rápidas, de jirones de música”.
       65) En Giacomo la palabra está desnuda. El velo se desgarra de silencios, el canto de disonancias.
       66) La intensidad, la necesidad de este texto son la  resolución misma de Joyce de ir hasta el velo y más allá. El es impiadoso para con él mismo.
       67) Ella, a la vez mujer y letra, endeble, al borde de la desaparición. Perfilándose detrás de ella el Padre, la raza, el exilio, la ciudad. Ella es la cifra de todas las confrontaciones que Joyce busca con el Otro, ellas mismas interiores a su deseo amoroso. El desea su sabiduría, unirse a su sabiduría.
       68) Ella es sacrificada por adelantado, consagrada a la caída. ¿Es ella solamente la que cae?
       69) La belleza de este texto es que por él Joyce pasa un límite, metiéndose en el lugar del amor hasta fracasar allí -y fracasando allí, encuentra otro cuerpo.

Para terminar, quisiera evocar aquí, en París, este espacio de la multiplicidad de lenguas donde Joyce vivió y que es también el lugar donde Liliana Heer y yo nos encontramos.

Jacques Aubert, en el prefacio de la edición de la Pléiade, refiriéndose al poeta Mangan, que Joyce admiraba, escribió: “Es una voz sin lugar, que no puede ubicarse. Mangan no sobrevive, en tanto poeta, más que en el lugar de traductor. Punto solamente aquel del poeta patriota resucitando y renovando las glorias pasadas pero aquel del traductor esencial, cosmopolita por función, en el que poco importa, en el fondo, que comunique un mensaje, con tal que acepte ser el lugar de desgarramiento, el lugar donde las lenguas se hablan”.

Texto publicado en la revista Tokonoma, Buenos Aires, 1997.

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Por Emeterio Cerro

Si en los rincones de una letra mimada hacen ecos los sueños, así el Giacomo de Heer-Martini Real anda arrinconando y deambulando entre los conos de una sombra perlada. Maravilla y goce, los de ellos, poder hacer conjuros, enredos, restos de recuerdos en la alameda de una reminiscencia, por suerte, ebria. Así esas anotaciones, esos otros párrafos hilvanados, esos devaneos, casi rostros pegados al borde del texto, este Giacomo -y hablo del Giacomo de Joyce-Heer-Martini Real, por cierto el único que adviene allí tieso y descubierto en la espiada, está hecho de bellas, minuciosas curioseadas, puntos donde la vista deslumbrada alumbra contornos, muslos del escrito. Este Giacomo está hecho de curioseadas que a veces son cadereadas, barquinazos donde el galeote llamado impúdicamente Lector se pierde con fruición, se cae prematuro, se tumba a los coscojones, se desbarranca entre los vericuetos de esa «versión anotada».
Este Giacomo es una trampa para sabias endomingadas, en suma las damas de nuestra literatura, damas por cierto que por falta de damero ya son gallinero del huevo ausente. Este Giacomo anotadito es una trampa para el magisterio, pues brinda insidioso en un bocadillo las tajadas, los caligramas del lenguaje, las fetitas hechas de esa tan noble y particular forma joyceana de engrudar, hacer reojo, hacer andar la lengua mirándose el ombligo; repito, las tajaditas de un Giacomo -quizá de Joyce- entre dos trozos de pan y cal, luego el bocadillo de prólogo secreto y anotadito, luego el coito, en suma el atadillo -ojalá fuese atadito-; repito, el atadillo donde pierde el frenillo hasta el más casto catedrático, hasta la más casta maestra, ¡todos mascan y son indigestos!
Este Giacomo atadillo es una trampa pedagógica, promete una clase y subvierte en un laberinto llevándonos, eso sí -mayor engaño aun-, con mano segura, clara. Nos arroja a una carcajada. Este texto es un homenaje, por lo tanto, una dulce, amorosa traición. Si ya tan bien conocido es el jesuitismo del «hombre de Dublín», la polémica sana del patio al aula. Ese gusto enfermizo por el realismo ibseano, por las Noras y norias dándole al exilio; si ya tan bien conocido es el culteranismo de Don James, que hasta admiró el fastidioso fastidio de Flaubert y habló y comió y fornicó como el más puro imberbe, y se enamoró dándole manzanitas a los poemas; si ya es tan bien conocido que Don Joyce fue uno de los mejores alumnos del siglo XX, un abanderado de las guerras de religiones, un gran profesor de inglés. Qué mejor homenaje, entonces, que abrazarlo, esos carnetitos descubiertos por el hermano Stanislaus, bajo el almohadón de plumas, y subrayárselos, prometerles una introducción y una salida ético-pedagógica: en fin, ¡brindarlos a una orgía de bachilleres! Pero alto ahí. ¡Oh! ¡Desgracia! Este Giacomo es un homenaje, digo traición, engaño y carcajada. Y por principio vidente no es helás! -traducción posible «¡ay de mí! o ¿hay algo de mí?»-; repito, por principio vidente este Giacomo no es un resumen o una ficha, es decir un robo, la novela rosada de un caliente prurito estudiantil, manado en los pasillos insalubres donde se dijo que Colón descubrió América; que Beckett encontró a dios; que la subconciencia era demasiado baja; que Dadá no quiere decir nada y que la puta Molly Bloom es puta.
¡No, no. no! Este Giacomo desanota y desprolija, es aquel “mar escrotogalvanizador” que quizá, para traducir a Borges, leyera en un Ulises, ¡quizá de Joyce! Y aflora -perdón, desflora- en un placer inusitado, ese remanido meollo -perdón, bollo- de la traducción. Y sí, este Giacomo de Joyce-Heer-Martini Real demuestra que finalmente la traducción es posible y que no hay más traición que la del homenaje al enlazar un texto para su cintura, sostenerlo, mecerlo y dejarlo remover con la dulce elegancia, la única esperanza humana y mortal, que nunca acabe, que nunca acabe. Ese "escríbelo, carajo, escríbelo" que nos brindan estos Giacomos. Ahora sí, lo cual es demasiado alivio, podríamos decir que llegaremos a la lectura del Finnegans pues traducirlo es posible. Basta sentarse a escucharlo y dejar que nuestro ojo caiga goloso, y leyendo nos desangremos imponente perdiéndonos, anotándolo y desanotándolo, haciendo versión vertida inversión. Ahora sí podemos exultar con el subjuntivo del fuese, fuelle inmanente donde todo socio capitalista pierde pie, garra y horizonte por único tesoro nos queda esa incertidumbre de haber creído leer un nombre, una página piadosa y jesuítica ilusión, cuando este Giacomo de Joyce-Heer-Martini Real nos demuestre que todo fuese trozo de letra haciendo destrozo, un secreto del cual ya seamos inútiles cómplices.
Escritura en escritura; cuaderno de escuela; mujer, aquella dobladura; la hoja manto biográfico, guiño de mortaja; pocas y tantas voces que Giacomo profiere.
La letra en intento de ser cápita de mortaja, la mujer su ojo enceguecido: el héroe brinda mujer umbilical: por Joyce-Heer-Martini Real viene esa letra sucia, espermada, a escondida. Así lo mejor de Joyce, imposible estiramiento posible del habla. Lengua maculada, mascullada, casi misa por difuntos. Insisto, pues va es poco repetir, amar escrotogalvanizador. Y al fin, este Giacomo puede decir «caiga a manos de», pues trae la solidaridad de tres escritores -quizás escritos- perdidos, faltos en la memoria mortal, fecundamente inacabados, en álgida y funámbula erección, incansables traductores, un trío criado a la vera del cuarteto, ¡a la vera del ojo de Ustedes!

Texto publicado en la Revista La Gandhi Argentina, Buenos Aires, noviembre de 1997.


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