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Quintas Jornadas de Literatura y Psicoanálisis
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Las series del acontecimiento MALVINAS
Agujeros en el tiempo
Horacio González
Bueno, buenas tardes o buenos días.
Quiero decir que esta reunión de Autopistas de la Palabra hace mucho tiempo se hace en la Biblioteca Nacional, mucho más tiempo del que yo estoy aquí. En realidad, antes de estar en la Biblioteca Nacional, yo he venido a reuniones de Autopistas de la Palabra, comprobación empírica de que estaba desde antes de que yo estuviera aquí, expresión “yo estuviera aquí” lo suficientemente ambigua como para no ahondar en la dificultad de mi situación. Siempre esa expresión me llamó la atención y no es momento para desentrañarla.
En realidad, lo que propone Liliana Heer en todas las ediciones de estas jornadas es la posibilidad siempre abierta de nosotros -y que tiene una nota de pudoroso escándalo- de comparar regiones diferentes del espíritu, del conocimiento, de nuestras profesiones, si es que las tenemos… En realidad, para mí el decurso de una vida es ir desprendiéndose progresivamente de la idea de una profesión, a ver lo que queda, pero no está mal que un decurso anterior de la vida sea el adquirir una profesión.
Yo -no sé Liliana- estoy en la etapa de desprenderme ya, llegué al idealismo total, más allá de Berkeley y de Hume y de otros sabios de esa naturaleza. Considero una evanescencia lo que dice en este momento, con la suerte dispar que cada uno tiene cuando habla, se puede o no decir cosas contundentes que tengan cierto valor colectivo o comunitario por lo menos.
Entonces, la palabra concebida como autopista tiene cierto clima o cierta posibilidad de resolución respecto a lo que sería la palabra como una forma de circulación, de vértigo, de encadenamiento de sentido, de prosecución, de infinito, de tiempo. Pero dicho en plural, “autopistas” -y si remitimos esta expresión a la compleja trama de una ciudad- evidentemente la expresión “palabra” ahí ya viene a colocar a la autopista en sucesivos dilemas: en el quiebre de lo infinito, en los aspectos derivados de una circulación, en la resquebrajadura de la idea de tiempo y por lo tanto, si podemos interpretar “autopistas de la palabra” de ese modo, evidentemente, estamos ya en el nudo mismo de lo que intento decir cuando me parece poder afirmar que una vida, es decir, la adquisición de una profesión y los progresivos pasos que se dan para desconectarnos o desmentirnos respecto a esa profesión. La Autopista de la Palabra sería ese ejercicio, una ilusión de circulación progresiva y al mismo tiempo un quiebre, en algún momento de la vida, de aquello que pensamos progresivo y que nos hace demorar la misma cantidad de tiempo que tuvimos oportunidad de construir ilusoriamente algo para pensar efectivamente en lo que hicimos.
En ese enclave están las Malvinas. ¿Qué es un enclave? Es un enclave sumamente problemático de la vida política Argentina, un enclave de la lengua entre otras cosas, porque aunque haya petróleo, es un enclave de la lengua; aunque haya grandes cantidades de pescado, de krill, ese pescado chiquitito, es un enclave de la lengua y aunque haya habido una guerra, es un enclave de la lengua como bien está presente en la novela de Rodolfo Enrique Fogwill, Los pichiciegos, que entre otras cosas quiere demostrar que una guerra es un enclave de la lengua.
Entonces, cada vez que decimos la expresión “Malvinas”, acude a nuestro espíritu una suerte de temblor de no saber bien lo que se está diciendo. Por supuesto que hay algunos personajes inverosímiles de la Argentina, no hay país sin personajes inverosímiles, un país, en realidad, es algo medio inverosímil. Lo que habitualmente llamamos “inverosímil” es un porcentaje de personas que hay en todo el país, en Argentina es bastante alto, un porcentaje inverosímil bastante alto. Pero eso no estaría mal, si dentro de esos inverosímiles… No estaría mal porque un país verosímil es poco creíble, como dicen los políticos. Un país que es, de algún modo verosímil, con zonas bastante fuertes de inverosimilitud es más interesante.
Entre estos inverosímiles, dicho a la manera barrial, están personas que acusan de cipayo por cualquier cosa, no tienen la gracia que tenía un Jauretche, cuando decía “cipayo” porque además no lo decía todo el tiempo y había una cierta sorna y una cierta gracia de la desdicha que acude a la personas cuando tienen que elegir entre ser verosímiles e inverosímiles en un país. Yo conozco un montón de pavotes que andan por la Argentina en este momento, diciendo “cipayo de aquí, cipayo de allá”, midiendo a ver qué se dice sobre las Malvinas, de modo tal que sea algo que ellos saben que hay que decir sobre las Malvinas, que ellos saben que está perfectamente predeterminado no sé desde qué época remota y hasta qué otra época -es sumamente indefinible la historia de la humanidad- por la cual la palabra “Malvinas” sea una especie de peñasco interno del lenguaje, que nunca haya variado de significado, que siempre haya querido decir lo mismo, donde siempre haya habido la misma cantidad de petróleo, la misma cantidad de pescado y donde al mismo tiempo se pueda decir que hubo la misma cantidad de guerras y la misma cantidad de documentos… Esa “mismidad” sobre las Malvinas no corresponde.
Y si se dijese que la mismidad sobre las Malvinas es el contrato que tiene una población para decir que, a partir de un despojo y de una usurpación, hay que usar un lenguaje que tenga esa mismidad, esa identidad talmúdica, evidentemente, no es la mejor manera de pensar de una forma efectivamente imaginativa, el itinerario común que deben recorrer las dos partes de este territorio que llamamos “Argentina”.
Las partes de este territorio son muchas, pero la Argentina tiene una parte en las Malvinas, que es Argentina, pero este “que es Argentina” son dos o tres palabras que tienen que tener una fuerza tal en la demostración, de índole diplomática, documental, literaria y poética, que el que dice “cipayo” a cada rato no tiene. Por el contrario, nos aparta de la fuerza que hay que tener para decir que puede haber un destino común entre una porción del territorio y el territorio al cual pertenece.
No son fáciles las formas de decirlo, la expresión que sirve como apócope de toda esta reflexión es “Malvinas argentinas”, pero esta reflexión es un punto de llegada muy profundo o es una expresión de deseo que no tiene instrumentos en la lengua adecuados para configurarse. Lo que estoy diciendo no es fácil que lo diga el canciller ni cualquier empleado de la cancillería, no es fácil que lo diga un político ni la presidenta, porque para eso, me parece, se pueden decir en jornadas como estas, cuestiones como estas, en lugares como estos, que son figuras atípicas de la expresión, pero absolutamente necesarias. En un país tiene que haber figuras de la expresión y del lenguaje que digan lo atípico que deben ser las cosas para que, efectivamente, la expresión “Malvinas argentinas” no sea un pedazo granítico de la expresión que finalmente significaría una ahistoricidad del tema, cuando el tema tiene una profunda historicidad. Con “historicidad” quiero decir que la crea cada época, incluso, a veces la crea cada persona en la forma en que se expresa sobre esos dominios. Por eso, cuando se dice que la incorporación de las Malvinas… Esa incorporación también es un tema. Se dijo “recuperación”, se dijo “recobrarlas”, todas las expresiones que se usan son un hiato de la lengua respecto a una porción asegurada a la que habría que traer otra que corresponda a la porción que no está asegurada. Ese movimiento de traer lo propio al lugar donde el lugar ya asegurado declaró que aquello otro es lo propio son síntomas de la lengua de mucha profundidad, donde es posible decir que la política argentina que se hace hoy no está en condiciones de decirlo y otro puede decir que no hay por qué decirlo, pero a mí se me ocurre que sí hay que decirlo, quizás no del modo en que lo estoy diciendo yo.
La incorporación supone movimientos de cambio que implican el cambio también de la pieza que recibe aquello que le pertenece y le es extraño por razones históricas. Para declarar la pertenencia hay que reconocer de qué modo se produjeron elementos de extemporaneidad, de heterogeneidad, de alteridad y de extrañeza que suponen toda clase de teorías, por supuesto políticas y de la lengua, pero suponen teorías literarias también. Hay un extrañamiento -los rusos lo dirían con una palabra más interesante, “отчуждение”, seguramente la dije mal- que es una fuerza de conocimiento que puede llevar a la unidad de las cosas, a las interferencias mutuas entre las cosas, a la mancomunión. Y eso supone que el que dice esto se considera con derecho -como efectivamente tiene derecho la Argentina sobre las Malvinas-, tiene que abrirse hacia el mundo, abrirse hacia el ser -dirían los filósofos del ser-, abrirse hacia lo otro que también puede ser porque de lo contrario aparecen los paparulos que dicen “cipayo de aquí, cipayo de allá”, que no son pocos en Argentina. Entonces, este es un asunto de profunda importancia en relación a la cuestión Malvinas. Uno diría que el paparulo soy yo, que vengo a decir estas cosas… Yo creo que no es así porque, después de vivir mucho tiempo en la Argentina, condenados a la interesante argentinidad en la que estamos todos los aquí presentes, estamos en la obligación de pensar estas cosas por la profunda seriedad que tiene la cuestión Malvinas.
En ese sentido, la literatura que produjo Malvinas es una literatura de asombroso interés, a veces de mayor interés que la que han producido los políticos o los diplomáticos que han tratado la cuestión. Y si no fuera así -porque hay muchos políticos y diplomáticos que han dicho cosas muy interesantes sobre las Malvinas- evidentemente no se puede pensar una nación sin algún tipo de fusión, por más utópica que sea, entre su tradición literaria y poética y su tradición político-diplomática. Por más que no es obligatorio para el político citar poesía -porque el político que termina su discurso en la Cámara citando una poesía suele ser trivializado tanto en la política como en la poesía- no se trata de eso, de un régimen de citas ornamentales, se trata efectivamente de pensar lo que es una nación, que es una fusión problemática, no calculada, imprevisible, en general extemporánea de un conjunto de piezas que están sueltas en la historia de la memoria y que se van fusionando en ciertas unidades que tienen una operatividad válida a lo largo de la historia.
Puedo citar un librito de gran interés, que a mí siempre me pareció de los máximos libros que se escribieron sobre el tema en Argentina, que es El nombre de la Argentina, de Ángel Rosemblat. Lo escribió un polaco-judío que se enojó con la Argentina, se fue a vivir a Venezuela, donde fundó el instituto de lingüística hoy llamado “Instituto de Lingüística Ángel Rosemblat”, pero dejó una obra importantísima en la Argentina, como es el caso de muchos inmigrantes de la Europa posterior a la Primera Guerra Mundial. En este caso, como digo, Rosemblat, un polaco-judío, un apellido muy característico polaco-judío: Rosemblat. Y su libro a mí me parece conmocionante porque no deja de decir nada de lo que hay que decir sobre Argentina, pero hay un hilo de cómo la palabra -que hoy está como una suerte de supuesto indiscutible de lo que decimos todos nosotros- se fue formando a través de anónimos escritores, anónimos navegantes, gente codiciosa.
Ese tema de la codicia es muy interesante. Hay una crítica literaria, escritora muy interesante en Argentina, Silvia Molloy, que prácticamente interpreta a Borges como un estudioso de la codicia. Todos los personajes de Borges codician, codician el mando, ser otros, esa codicia termina arruinándolos. Es muy interesante esa formulación sobre Borges.
Y todos estos codiciosos, en Ángel Rosemblat, van formando algo de lo cual somos herederos no problemáticos, si nos llamamos argentinos. Hasta Sarmiento era problemático cuando decía ser argentino. En Conflicto y armonías de las razas en América, que es un libro terrible, tremebundo, él dice “quiénes somos y hasta dónde cuando argentinos nos llamamos” -con una construcción inadecuada de la palabra, poniendo el verbo al final, que no es la forma habitual de hablar o de escribir, salvo en inglés.
Entonces, esa pregunta que hasta Sarmiento estaba abierta, hoy parece que no está abierta. Y yo propongo que siga abierta esa pregunta de quiénes somos y hasta dónde, cuando argentinos nos llamamos, porque es la forma más segura de retomar el camino común con una porción del territorio que nos pertenece y al decirlo así, estamos marcando la alteridad en la que está ese territorio que nos pertenece.
Entonces, toda la literatura interesantísima que se escribió sobre el tema -ya dije, Los Pichiciegos, de Fogwill. Fogwill se pasó pensando sobre esto toda la vida, pensando una manera totalmente provocativa, quiso ser un infame, como los grandes personajes infames y hasta cierto punto lo logró, cuando nos enojaba. Pero apenas nos enojaba y nos dábamos cuenta que era una gran construcción literaria de él mismo y su cualidad de personaje, terminábamos viendo la enorme potencialidad pedagógica que tenía su construcción literaria, de su personaje llamado Fogwill y todo lo que escribió.
De modo que a Los Pichiciegos, la considero una novela fundamental y no desdeño ninguna otra que he leído, no he leído muchas. La de Gamerro también me parece una elaboración más lateral, pero sumamente interesante respecto a que las Malvinas es algo roto en nuestras vidas.
Y quiero citar otras dos cosas más, para terminar, que son las que a mí más me gustan.
Una, el libro de Paul Groussac sobre Malvinas, que es un personaje que no es fácil pensar en la Argentina. Dije mucho lo de cipayo por un pequeño enojo personal y uno habla de estas cosas para tratar de que se le pase el enojo. Hay unos pavos que me han dicho cipayo por citar a Groussac. Bueno, son personas que no entienden qué está pasando en Argentina.
Groussac, por supuesto, fue un liberal, conservador, en el caso Dreyfus estuvo totalmente en contra de Dreyfus. En Francia, una porción muy importante de la vida literaria estuvo totalmente en contra de Dreyfus y una porción -con los grandes escritores de la época- minoritaria estuvo a favor de Dreyfus. Es el caso de Marcel Proust, que no le gustaba a Paul Groussac porque era alguien a quien no le gustaba nada, era enemigo del mundo, ataca a Víctor Hugo, a los Goncourt. No le gusta Proust evidentemente, pero tiene algo de Proust él, cuando rememora la historia Argentina, trae cosas de la modalidad francesa de la historia a la memoria, que son de profundo interés.
Escribe un libro sobre las Malvinas, hace muchísimos años, que es el primer libro documentado sobre los derechos argentinos. No lo problematizó tanto como lo hice yo, para Groussac está tan claro, porque surgen de los archivos históricos de España, de Francia y del lugar que se empezaba a llamar Argentina, a través de los balbuceos con los que se iba poniendo nombre a las cosas.
Ese libro es tan importante que le acrecienta su importancia el hecho de que es el libro de un liberal. No sería para nada asombroso que alguien que es un nacionalista, no liberal -y que sabe perfectamente bien que el liberalismo es una porquería, que entregó el país y demás- escribiera un libro diciendo “las Malvinas son argentinas”.
Yo estoy en condiciones de asegurar que para que las Malvinas se fusionen en un destino común con Argentina -vulgo: Malvinas argentinas, la recuperación de las Malvinas- el libro de Groussac es una pieza poderosísima, hoy, para el lector argentino y para el europeo y tanto es así que lo vamos a presentar en Francia y, con la colaboración de la embajadora argentina en Londres, Alicia Castro, también en Londres. Porque si uno es embajador argentino en Inglaterra hoy, no se puede dar el lujo de pensar livianamente y Alicia Castro no se da ese lujo, entonces lo sabe perfectamente bien. Ese lujo se lo dan las personas que acá, en Argentina, repiten viejos clichés, así que se van a apartar de cualquier pensamiento más profundo sobre el tema.
Entonces, el libro de Groussac es un poco la exposición que los invito a ver en el primer piso de la Biblioteca Nacional, ahí están los documentos originales, sobre todo los de Bouganville que son de 1750, en los que se basa Groussac. Son documentos emocionantes, incluso más interesantes que los que producen hoy los políticos argentinos que están involucrados en la causa de Malvinas. Estos documentos tienen argumentos, a veces, más interesantes. Si uno lee los argumentos de Manuel Moreno -el hermano de Mariano, que es el cónsul, el embajador argentino en Londres, mandado por Rosas-, todas las argumentaciones de Manuel Moreno a Groussac no le gustan, pero a mí me parecen exquisitas, son argumentaciones desde un presente universalista, del pensamiento del hermano que escribió los grandes textos en 1810.
Y después quiero citar un poema de Borges. El poema de Borges es un poema extraordinario y difícil también, que rehuye cualquier connotación en relación a tratar fácilmente el tema Malvinas. Malvinas es el alma desgarrada de un escritor cosmopolita y al mismo tiempo muy argentino. Jorge Abelardo Ramos había dicho que Jorge Luis Borges es un escritor inglés. Bueno, ese es un tema muy profundo, algo de inglés tiene Borges, evidentemente, en los temas que lo preocupan. No lo tiene en medias líneas, en cómo respira su lengua, una lengua enrarecidamente criolla, pero es absolutamente criolla en su rareza. Y tiene toques de barnices -seguramente algún lingüista podrá aclararlo mejor- de algunas sonoridades que vienen del inglés que es el idioma en el cual también se educó, simultáneamente al castellano.
Eso no lo hace menos interesante, lo hace mucho más interesante. Y todo este tema, no precisaba Ramos decir que era un escritor inglés, lo dice él en todos sus libros y cuando lo dice, lo dice en términos que el inglés es una forma de alteridad -dije ya muchas veces esta palabra, que es más bien del existencialismo que Borges odiaba- que hace mover al sujeto, que presuntamente tiene una identidad, de una manera mucho más creativa. Ese es el valor que tiene el poema “Juan López y John Ward”. En realidad es un poema totalmente delirante, pero si lo escribe es porque siente el absurdo de la guerra.
Y ese absurdo de la guerra es un elemento interesante también. Hay un tema de la guerra que es necesario decir que es absurda. La guerra es totalmente absurda.
El otro día lo escuchábamos al general Balza -es un general de formación liberal e interesante cómo relata la batalla, hay que escuchar un general narrando una batalla- y también dice que la guerra es absurda.
El general está obligado igual que Borges a decir que la guerra es absurda. O sea que por ese lado no vamos a obtener ninguna crítica interesante al poema de Borges, porque no dice “Malvinas argentinas”, dice “la nieve y la corrupción los albergaron” a Juan López, que era el argentino que había aprendido inglés para leer a Cherteston creo… a Conrad, perdón, justamente a Conrad, que es casi un historiador latinoamericano y John Ward, que había estudiado el castellano para leer al Quijote.
Juan López había estudiado en la calle Viamonte, donde daba clases Borges, la vieja Facultad de Filosofía y Letras, con lo cual no tenía edad para ser conscripto en las Malvinas. A lo mejor un oficial del ejército argentino que hubiera estudiado en la calle Viamonte al 400. No puede ser ese caso, no puede ser eso ¿no? No existía ese caso ni existe ahora tampoco. De modo que sólo podía ser un conscripto de 40 años… Tampoco era un conscripto, por más demorado que se hiciera la conscripción en esa época, con 40 años, no podía ser un conscripto.
Todo ese anacronismo de Borges es muy interesante porque son dos arquetipos nacionales que lo que tienen de profundo es que son dos arquetipos literarios. “La nieve y la corrupción los conocieron”, quizás no sea la mejor interpretación, pero es lo que más pudo acercarse Borges a algo que era escandaloso para él, la guerra entre Argentina e Inglaterra. Sin rebajar la noción de lo escandaloso y de lo absurdo que es una guerra, queda para nosotros y quizás para estas jornadas, ver qué intervención tiene el mundo retórico en la comprensión de esa guerra. Para mí también fue una guerra absolutamente innecesaria, como lo son todas las guerras, pero esta declaración del humanista no puede cegarnos al hecho de que las guerras tocan a nuestra puerta permanentemente y que muchas veces nuestros pensamientos son pensamientos de guerra.
En ese sentido me parece que hay un toque de atención, en la poesía de Borges, realmente interesante. No limita para nada los derechos argentinos sobre las Malvinas el hecho de que el máximo escritor de la lengua castellana se hubiera sentido sorprendido y se hubiera sentido acongojado. Son hechos a favor de los títulos que tiene la Argentina sobre las islas. No hubo un poeta inglés que escribiera eso mismo al revés.
De modo que esos títulos a favor pueden surgir de la práctica política, del pensamiento diplomático y surgen, exactamente, de los lugares donde se fabrica el idioma, o sea el lugar donde se discuten las metáforas, se descubren las biografías de cada uno en relación a las lecturas.
Por último, no sé si estoy interpretando lo que pensaban Liliana y también Frydman -me olvido que Frydman siempre colabora o es coorganizador de las jornadas- al darle este giro, pero es una introducción apenas, ya Liliana dirá lo suyo.
Al ponerla muy politizadamente -digo, Liliana- se me ocurrió que a todos nos “atraviesa” -esa palabra creo que se inventó en Argentina, en alguna facultad argentina se inventó- Malvinas de muchas maneras y elegí ponerle este tinte político, un poco inquieto por cómo escucho hablar del tema, cómo me escuché hablar a mí del tema y cómo escuché que estos personajes que mencioné, pavotes de la Argentina, se mueven apartándose si se quiere, mucho más de lo que acercando la cuestión Malvinas a lo que nos debe obligar, inevitablemente, a pensar de nuevo la Argentina, ese es el valor profundo que tiene, a pensarla otra vez. Muchas cosas obligan a pensar de nuevo a la Argentina: un corte de calle en la Villa 31… YPF obliga a pensar otra vez la Argentina. Los tres o cuatro grandes temas que hay hoy en la Argentina -Islas Malvinas es uno de ellos- es sólo bajo la condición que obliguen a pensar el país, que los podemos considerar propiedad de nuestro propio lenguaje.
Muchas Gracias
Liliana Heer
Cuando los márgenes entre ficción y realidad se estrechan, los interrogantes comienzan a formar parte de la zona interior del mundo en brete, ese extenso túnel donde las palabras no se deslizan, trituran los acontecimientos, algunas veces para proteger, otras para completar o manipular. Ante el veneno mediático, Fogwill modula esa materia en erosión -otoño del 82- y escribe Los Pichiciegos. Novela “contra una manera estúpida de pensar la guerra y la literatura”. Otra nieve: horizontal, pastosa, amarilla, marrón. Otros códigos: del mandar, del obedecer, de la capilla, de tierra adentro. Goces y hábitos insertos por púas de pertenencia. Una sola consigna: subsistir, desertar, repeler placebos patrioteros. Adiós a la memoria moral, a la trasmisión “ciruela” y sus variados uniformes. El humor de Los Pichiciegos sostiene un cauce ético sin relax, abre a martillazos el debate sobre la tortura -agua electrizada de la época. Cero secreto del Polichinela, cero certeza, un torbellino de voces.
Escribir violenta.
Llevar al lenguaje más allá del cierre, ni cálculo ni espectáculo, voluntad poética de cifrar el engaño, la imposibilidad, el silencio. “Cuatro estacas clavadas en la tierra negra roja de Malvinas ….Y todo lo que no sabemos, todo lo que no queremos saber, todo lo que no imaginamos se expande … ”, Mario Sampaolesi.
El vacío, el espacio donde impera esa NADA de soberanía que Bataille pulsa cuando alude al cuerpo ante la muerte. Ser fuera de sí, exterior, irrecuperable, ser sólo tanteo, agujero, borrador en disolución. “Los rincones de la noche / no son de la noche / ni rincones / ni sueños / ni pesadillas / Los rincones de la noche/ son tan sólo / ensayos de la muerte. Hugo Sánchez, Sobrevida.
Esos bravos impulsos, la inmediatez de la carne, sus resortes cuasi religiosos abiertos al devenir, expuestos al esplendor enigmático del estremecimiento. Todo y nada contra las comisuras del yo lírico, ¿quién no supo temblar con El canto del Corneta? Aquel arrebato íntimo, extraño, desesperado, voluptuoso, más pleno que el propio aliento. “Cuando uno está por matar / es cuando más quiere la vida // Se corre se saltan cuerpos / mientras se escucha / ¡Oh! ¡Dios! ¡Ah! /como cuando se hace el amor” Gustavo Caso Rosendi, Soldados.
Vuelvo atrás, más de un siglo y medio atrás para situar internas. Vicios de lectura, salpicaduras, conjeturas. Alfredo Palacios menciona un Juan y un John. Doblaje de Juanes, gobierno de Rosas, primavera de 1828.
Primera secuencia: El Sargento Juan Mestivier viaja -de Buenos Aires a las Malvinas como comandante interino en la goleta Sarandí- a las órdenes del teniente coronel de marina José María Pinedo. Segunda secuencia: Pinedo está fuera de escena cuando asesinan a Juan Mestivier. El último día del año después de recorrer las costas, se encuentra ante el incidente (seis soldados bajo revista de un ex esclavo del Regimiento de Patricios se amotinaron, mataron, violaron). Tercera secuencia: La goleta Clío entra en puerto Egmont el 2 de enero de 1833. Pinedo recibe esta nota y la satisface: “Es mi intención izar mañana la bandera nacional de la Gran Bretaña en tierra, por lo tanto solicito que tengáis a bien arriar vuestra bandera y retirar vuestras fuerzas llevando también todos los depósitos, etc., que pertenezcan a vuestro gobierno. Soy, señor, vuestro humilde y muy obediente servidor. John Onslow”. Pornográfica subordinación subordinante. ¿Habrá desconocido Borges la efectividad de estos modales cuando escogió llamar Juan y John a los personajes de su poema?
Es ineludible citar la resonancia asertiva de Lacan, su apelación a la renuncia de quien no pueda unirse a la subjetividad de la época. Grüner, Jinkis, Gusmán, Alcalde, Savino y Grisafi, hacedores de la revista Sitio -creación colectiva sin pido gancho de ocultamiento individual- ante la invasión de Malvinas se pronunciaron mientras tanto y después no sólo en la vía “intersticial” como acostumbraban. Acertados en dar a la letra potencia de interpretación política, en caliente asumieron el reto entre realidad y escritura sin temer excederse ante el shock, ni sacarle el bulto a la impotencia. Léase un ácido travelling por diversas intervenciones chirles, seguidas por tomas de partido obnubiladas ante la duplicidad del enemigo. Y algo más, los autores de Entredichos, enunciaron cambios posibles, efectos esperables. “Una ilusión no es lo mismo que un error ni es necesariamente un error”, escribió Freud. Jinkis, en Sitio 3, Del Exilio, alude a otra frase de Freud: “Ningún escrúpulo podrá inducirnos a eludir la verdad a favor de pretendidos intereses nacionales”, aclarando que no es lo mismo quien se divide por arriesgar todo en algo, que aquel que se multiplica para ser uno en todas partes.
Continúo, los autores esbozaron la sospecha de no seguir siendo los mismos. Tampoco parece el mismo autor de los dos Juanes, el Borges que unos años después escribe “La milonga del muerto”. Sin duda, en el título hay un pronunciamiento, el rumor de dos orillas, la reunión, el criollo, el gaucho, el payador, la Pampa húmeda, la Patagonia. En claroscuro los reflejos donde espejea la denuncia y resalta doblemente la omisión -con la salvedad de la advertencia y la sordina del paréntesis: “… Lo he soñado mar afuera / en unas islas aciales. / Que nos digan lo demás / la tumba y los hospitales.// Una de tantas provincias / del interior fue su tierra / (No conviene que se sepa / que muere gente en la guerra)…
Ante la acción, acción. Contra las cómplices construcciones, los mea culpa, la generalización, los psicologismos: León Rozitchner. De la guerra “sucia” a la guerra “limpia”. Ante los hechos cegadores, otra manera de mirar; en alerta voluntad teórica, en permanente llamado a la coherencia, a la imperiosa necesidad de repeler “la zona gris” de vergüenza inoculada.
Habiendo leído o no a Samuel Johnson, Néstor Perlongher -“La ilusión de unas islas”- podría haber suscrito que el sonido y la fuerza no siempre van juntos, que “la disputa sobre unos trozos de tierra en los desiertos del océano -casi escapadas a la vista de los hombres- sólo prueban el ruido de un salvaje animal hambriento”, 1771.
Con frecuencia, en otro registro, la voracidad es aviesamente encausada por negocios mediáticos. Banderas en los balcones de Daniel Ares puede leerse como metáfora del tráfico de noticias de una sociedad beneficiada por encabalgar streep tease y censura. Todos opinan como si valiese todo. ¿Será necesario hacer hincapié en la avidez de la prensa mayoritaria, nutrida por pensadores “hoy” incontinentes privados de capacidad de espera?
La espera es parte del mientras tanto creativo, condensa el núcleo lúcido de la ficción. “Una mosca, recién atrapada en la tela de araña, mientras la araña, repleta de haber comido, tarda en llegar, puede pasarla bastante bien si se relaja mientras espera”, Las islas de Carlos Gamerro. Novela puzzle, proliferación exasperada de géneros y humores, maqueta de maquetas. Un escenario espejado, torres gemelas en Puerto Madero -antes de la caída del World Center-, gemelas como Malvina y Soledad, hijas de la protagonista gestadas bajo tortura. Duplicado el padecimiento en Félix -ni feliz ni Fénix- sobreviviente de una guerra impune. En la puesta ficcional, Gamerro entre numerosas salidas invierte el desenlace, fracasan los ingleses -sin recurrir al I Ching como Philip Dick en El hombre en el castillo sino a la tecnología piratesca.
Trazar una línea sobre la superficie de la experiencia, aspirar la materialidad de cada tono, la infinita descomposición de los recuerdos, caleidoscopio y “ratonera” en ritornelo diferido, articulación privilegiada que combate la transitividad del discurso rebajándolo a su condición de fantoche. Partes de guerra de Graciela Speranza y Fernando Cittadini.
“¿Qué ven sus ojos?” Así convocan María Guembe y Federico Lorenz, hacia un ascenso que sumerge temporal y espacialmente en la tensión de la guerra. Cruces. Idas y vueltas de Malvinas es una usina de vivencias -textos, testimonios, relatos, ficciones, cartas, entrevistas, imágenes. A manera de epígrafe y dedicatoria, se lee: …Este libro es un homenaje a los que combatieron y murieron en Malvinas sin la posibilidad de elegir hacerlo. A los sobrevivientes, heridos en el cuerpo y en el alma durante y después de la batalla. A los que decidieron morir antes que vivir con la guerra después del 14 de junio de 1982.
No se trata de una cuestión numérica, treinta años tiene un eco abismal: nuestros treinta mil desaparecidos.
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