©2003 |
Cartas en la Realidad y la Ficción
Escribir cartas es una doble cita, con uno mismo y con el otro, es olvidar y recordar la distancia, el tiempo; materia inmaterial que inscribe las relaciones de una manera inédita. Lo imposible se vuelve posible, inmediato, aventurado, pleno de significancia, teñido de matices trágicos de acuerdo a la concepción nitzscheana de tragedia: afirmación, alegría que no excluye al dolor porque forma parte de la vida.
Hay múltiples tipos de lector, desde aquel que se
relaciona con lo escrito como el ideal concebido por Proust -“Un
libro es una caja de herramientas”-, hasta el anestesiado
cafishio, mirón que pretende incorporar un texto antes de
abrirlo. Entre ambos extremos, podemos reconocer al lector obediente
que sigue los pasos de los personajes. Empieza por el prólogo y
concluye acomodando el ejemplar en la biblioteca; como es precavido,
pocas veces se deja sorprender, mantiene su propia homeostasis,
encuentra lo que busca y busca lo que encuentra. El lector travieso
juega con las páginas, espía, coquetea, experimenta
efectos de beatitud similares a los producidos por vinos espumantes, no
podría contar muy bien el argumento pero le gusta leer
párrafos en voz alta y regalar los libros que ha descubierto. El
lector díscolo es reactivo, suele padecer de alergia a la letra,
apenas se asoma, hace zapping, saltea páginas, intenta
apresar un hilo, es tan tenso en su ansia de facilismo y necesidad
especulativa de acumular información que no se entrega en aras
de sacar provecho sin costo. Los lectores comprometidos con la
escritura, por el contrario, son rumiantes, se adhieren al texto, lo
releen, subrayan, traducen, memorizan, roban, transforman, reescriben.
La correspondencia es uno de los grandes géneros literarios que nos permite acceder al registro del exceso, el secreto y lo obsceno (fuera de escena). Obviamente, excede los circuitos del destinatario. A lo largo de la historia, distintos escritores sostuvieron un contacto extenso e intenso mediante cartas con sus amigos, parejas, familiares, colegas o con ellos mismos; contacto en primera instancia de carácter privado que después de la muerte cobraron estado público. Aquello que remitía al espacio del testimonio, la promesa, el anuncio o el juramento, pasa a ser una ventana a través de la cual los lectores -como el espectador de cine o teatro- ven desfilar momentos que contienen sensaciones de un amplio espectro. Oscilan entre la desesperación y la renuncia, la excitación y el hastío, o simplemente el vértigo hacia iluminaciones gestadas en instantes de entusiasmo. Es posible percibir el desarrollo de ideas sobre temas tan variados como apasionantes. Plus inherente al paradójico rasgo que fusiona lo activo y lo pasivo en un mismo trazo, pathos.
Los textos seleccionados pertenecen a autores argentinos y constituyen un verdadero mosaico de enfoques y estilos: ficción histórica, reflexiones críticas y literarias, testimonios, homenajes y parodias. Tununa Mercado envía una carta a un amigo y escritor
chileno: Nelson Oxman. Él convalece de una seria enfermedad,
ella escribe contra los molinos de viento del tiempo, no sabe que el
destinatario no alcanzará a recibir su carta. También
Bartleby dormitó con los ojos abiertos acurrucado al pie de un
muro, aunque la imaginación nos permita creer que aún
continúa clasificando cartas muertas en una oficina de Correos. Ricardo Piglia, en estas cartas que son un pasaje de su novela Respiración Artificial, muestra a través de estampas, su brillante y singular interpretación de la historia argentina. Abre interrogantes acerca del poder ficcional y sus conexiones: la realidad y el porvenir. Con el atractivo de lo “ya visto” pero al mismo tiempo olvidado y vuelto a descubrir, el personaje -entre desconcierto y fascinación- cuenta experiencias donde el límite de lo vivido y lo leído se desdibuja. El polifacético escritor Juan Jacobo Bajarlía se aventura en los recovecos del universo de Gérard de Nerval y le escribe una carta de tono intimista, le habla del “hundimiento del ser cuando la acción se ha congelado” y le sugiere anacrónicas estrategias amorosas. Utiliza con este fin variados recursos: citas, epígrafes y referencias a otras cartas. La trama seductora y atrapante de Requisitoria a Gérard de Nerval muestra no sólo erudición sino dominio de los géneros literarios. Un homenaje original: Adagio para viola d’amore de Néstor Sánchez, nos traslada a una geografía de cielo color tiza, polvo, fuego y laguna provinciana, en la que aparece recreada una visita del autor al poeta Juan L. Ortiz. La diafanidad del estilo de Sánchez nos enfrenta a lo sublime. Narración con secuencias cinematográficas, intertextos mínimos, pinceladas de Rilke, Keats, Isadora Duncan y Esenin vuelven la evocación de aquella visita un acontecimiento misterioso, sagrado. Luisa Valenzuela y Bolek Greczynski, desde Buenos Aires y Nueva York respectivamente, sostienen una correspondencia ficcional. Parodian mediante la creación de un personaje imaginario (llamado alternativamente XX, Gato o Bonzo) la actitud frívola de indiferencia, jocosidad y desentendimiento característico de un sector de la sociedad argentina hacia los muertos y desaparecidos durante la última dictadura militar. Estas cartas tienen valor de genealogía, son los primeros acordes de futuros textos: Novela negra con argentinos y Realidad nacional desde la cama, en los que Luisa Valenzuela a través de distintos estilos y técnicas -sátira, grotesco, suspenso, intriga- narrará una visión crítica del país. En la prosa poética de María Negroni, el manejo del lenguaje transforma al texto en el verdadero protagonista. Tanto en la primera carta-poema dirigida a Virginia Woolf, como en las dos restantes -a Sèvres y a ella misma-, nos introducimos en un escenario donde se exhiben los riesgos, cautiverios y travesías que testimonian el quehacer escritural. Ir y venir de breves misivas entre hijas y padres en las que el código es tan especular que la retórica se limita a minúsculas noticias, avisos, pequeños detalles. “Una literatura menor” -al decir de Deleuze sobre Kafka- cuya función es recuperar un mundo antes compartido. Susana Szwarc, en este fragmento de su novela Trenzas, vuelve simbólico un tópico imaginario que se podría denominar: el otro me hace existir. El otro sostiene mi ser, espera mis cartas, quiere ser leído, le interesan mis sueños, los recuerdos, va a contestarme, él también responde, escribiendo lo hago existir. Homenaje, monólogo, confesión, entrega de lo éxtimo, aquello que por pertenecer a lo más íntimo está en la superficie: el lenguaje, el inconsciente, la voz. Acorde con Valery: “Lo más profundo es la piel”,
Noé Jitrik escribe algunas semblanzas muy vívidas a su
amigo, traductor, crítico y poeta Enrique Pezzoni. Narra su
adhesión por Ángel Vargas: ese músico ajeno al
sentimentalismo llorón, “como si hubiera aprendido la
primera lección de los poetas ultraístas, esos que, como
Borges, veían a la ciudad como un rostro y descubrían en
sus huellas, en sus comisuras, el drama de sus transiciones...” En Carta a un amigo, Luis Gusmán alude a La carta al padre de Kafka y a La religión del arte de Flaubert como puente para actualizar una polémica diferida de la década de los setenta. En este homenaje a Osvaldo Lamborghini, algunos interrogantes quedan en suspenso y otros comienzan a develarse. La particularidad de este texto es el tono entre íntimo y distante que evoca la amistad en su vertiente crítica, fuera de cualquier mitología o inocencia, con la intensidad que el arte y las aventuras teóricas suelen propiciar. Carlos Dámaso Martínez reconstruye a través de varias cartas enviadas a Don Rodrigo de Souza Coutinho, las vicisitudes de la dudosa muerte de Mariano Moreno en alta mar. El autor imprime una atmósfera de lealtades y traiciones dentro de un marco de verosimilitud ficcional, en un registro que comprende diversos tonos: desde la ceremonia a la cruda descripción de los sucesos menos elegantes que atraviesa el prócer.
En Rojo sobre Blanco, con notoria destreza, Cristina Siscar crea el clima justo para que el lector participe en un laberinto de enigmas. La escritura de una carta en tercera persona posiciona a los personajes en una dimensión de misterio e intriga. Sin atemperantes, los efectos del equívoco son mantenidos por la autora hasta el final del relato, punto en el que una doble sorpresa revela el poder casi mágico del arte narrativo. Guillermo Piro ilustra cómo el tercero de la correspondencia suele ser un texto. El tono de su carta es de decepción y autocrítica ante un libro que acaba de concluir. Expresa con “franqueza” esa relación tan difícil de narrar, de absoluta pertenencia y rigurosa distancia hacia el objeto gestado. Su decir alude al enrarecimiento, al matiz siniestro que produce lo propio cuando se torna ajeno. La ironía se despliega en la primera carta de Daniel Guebel. El personaje de su novela Arnulfo, los infortunios de un príncipe apela al signo de interrogación para referirse a su padre cuestionando el lugar de progenitor. El remitente de la carta tiene un propósito muy preciso, quiere saber si su madre ha superado las dolencias que la aquejaban. La respuesta de su padre parece desobedecer las leyes de la reciprocidad; es obsecuente y en este contrapunto acentúa la dificultad que toda comunicación epistolar trae aparejada. La escritura de La cartita lardosa, desde el exilio literario de Emeterio Cerro, corresponde a su estilo “sin impostutra”: borrar la diferencia entre ficción y realidad. Dos lenguas alternan los vértices del silencio. Fluyen a borbotones juegos con significantes que resignifican el texto: “En fin en principio, querida amiga, te dejo descansar de tanta parlatea, por atea parta...tú no sabes, y calculo, difícil puedes imaginar, que bien no se está aquí en este país que no es el mío y en esta lengua que no es la mía”. Citas entrelazadas aluden a la memoria, a Joyce y otras orillas desde el remanso de una ilusoria Babel. Carta final, reminiscencias, lúcido y emocionante testimonio, despedida de un hombre que expone las causas que han determinado el suicidio que va a cometer. Paula Pérez Alonso narra uno de los grandes tópicos de la existencia: el dolor por la pérdida de la fe, el desencanto, el deseo de nada. Pierre Drieu la Rochelle concluye su novela Fuego Fatuo de una manera similar, mediante una carta al amigo que escogió el suicidio como acto que resignifica la vida. “Sólo podías elegir entre el fango y la muerte. Morir es lo más hermoso que podías hacer, lo más fuerte...” |