Liliana Heer

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Libro
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©2003
Liliana Heer

Libro Uno de Bloyd,
comúnmente llamado
La iniciación

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Capítulo 1

Todos los amaneceres, con el pretexto de exorcizar a las pupilas, Bloyd desliza por unos instantes sus manos debajo de las sábanas y relata diferentes historias intentando incorporar sus palabras a los sueños. Nadie dudaría jamás de la pureza de esta bendición.
Empieza por la vida de aquel aldeano aventurero, padre de familia, analfabeto, creador de burdeles en el límite de occidente, hombre de inexplicable influencia sobre grandes damas de la aristocracia, tutor del escándalo y del libertinaje. Durante su imperio, una dura ley había sido acuñada: quemar vivas sin conmiseración a las mujeres sorprendidas en adulterio. Fue así como, en una fiesta de disfraces, el aldeano sorteó los cuidados de la guardia para introducir mientras bailaba sutiles promesas de goce. Atraído por una bella joven, jurando la santidad de sus caricias acordó una cita hacia la medianoche en el pabellón de caza. Engalanada con tules, pretendiendo olvidar el débil sueño de su esposo y la violencia de los castigos, emprendió la señora una corta escapada a la locura. Había en su estampa cierta alegría viva y roja de misterio y plegaria. Un olor a mimbre y marquetería escapaba por las ventanas y por la puerta entreabierta del vestíbulo. Él comenzó a desnudarla con la boca desgarrando el ropaje para admirar su lozanía, exhibiendo su cuerpo como el de una estatua en llamas sin oír un ruido equívoco, sobreagudo. Una carcajada furtiva fue creciendo en la oscuridad hasta convertirse en una mueca de indecible dolor.


Capítulo 2

Bloyd también solía narrar la ejecución de una condena. Una mujer es conducida a la plaza pública. Una vez allí, tres figuras de facciones opacas la rodean. Los cascos blancos parecen diamantes. Falta un leve trecho antes de la agonía. Sobre sus heridas se verterá plomo y resina ardiente. Otra mañana la bella joven será descuartizada: operación larga y laboriosa por la adherencia de los nervios. Una temperatura dulce de violetas bajo la nieve.


Capítulo 3

Bloyd cuenta que su Señor terminó por perdonarla haciéndose cómplice del secreto, exigiendo distintas mutilaciones mientras violaría su pertenencia, impidiendo que gritase, ordenando que repita: "La ley manda matar a esta clase de mujeres. Matarlas a pedradas, subir al monte para que las aves de vuelo cadencioso devoren el vicio y carcoman, muy alto entre la nieve, esa carne prohibida, esas vísceras ardientes hasta en el reposo dadas al poder de quitar la paz. Hijas del diablo y de la tentación, huéspedes del infierno, copulad arrepentidas".


Capítulo 4

En la pequeña prisión, cubierta la única ventana por un paño oscuro, custodiada por el alcalde, bebía ron la bailarina mientras escuchaba la música de una botella. Él había prometido salvarla, convertirla en su esposa. Contó las marcas que tenía en el cuerpo, también los días que fueron pasando desde que los soldados llegaron. La bailarina enjuagaba en el río ropa de colores que teñían despacio la superficie. La miró caminar con el atado sobre la cabeza y el revuelo de su pollera corta siguiendo una y otra pierna. Ninguno de los prisioneros había logrado su piedad. No iba a mentirle mientras él sintiera compasión, ternura. Ron oscuro y dulce. Ante cada pregunta sacudía la cabeza: no hubo palabras, solamente reacciones. El muslo bajo el estampado del vestido moviéndose hacia atrás. Temblaba, su boca desprendía vapor. Recordaba poco, únicamente las fiestas donde se lucía y al actor que en un crucero se había arrojado al mar con un cuchillo en la boca. Después lo usó para desvestirla, ella danzaba brillante, perlada de sudor, enrojecida de reflejos.


Capítulo 5

Sonia lo esperaba despierta sin saber la historia que Bloyd le contaría. A veces empezaba por la condena. Había sido la única mujer que ahorcaron en la isla. Bloyd no precisaba detalles y ella por momentos creía que se trataba de una novela. Lo esperaba despierta aunque fingía dormir. La primera mañana, cuando sintió su mano rozarle la cadera, apareció un pabellón de caza que después fue cobertizo y los soldados parados frente a la costa del río. La bailarina caminaba sin apuro, había desplegado sus prendas en el agua y brillaban mojadas. Nadie podía soportar que fuese tan hermosa y le gustara beber, recostarse en una mecedora y dejar caer el día sin apremio. Si el juicio saliera del distrito, no podría acariciarla ni ver la muñeca vestida de tul dar vueltas en puntas de pie. La había comprado en la ciudad mintiendo, como si se tratase de algo común comprar una bailarina dentro de una botella. Ahora estaba por la mitad, con la mitad del contenido que no era el original. A ella le gustaba beber, acordarse de los buenos momentos, cuando era soltera y ninguna ley podía apresarla en brazos de un solo hombre.


Capítulo 6

Sonia no podía creer que la historia fuese una novela. Bloyd por momentos cambiaba el tono de voz, alteraba el fin de las palabras arrastrando con nostalgia las frases como si le costara recordar. Sin duda se trataba de una confesión, algo ocurrido antes de conocerla, antes de la desaparición de esa mujer que había dejado la robe de chambre violeta sobre la cama y las sandalias asomando apenas. Sonia lo escuchaba hablar de la desaparición, de la primera noche cuando escogió el itinerario caminando muy cerca de la pared. Al entrar, no reparó en el cuadro de los siete perros pero al salir los escuchó aullar junto al sonido de un campanario.


Capítulo 7

Siete veces el mundo se repitió en ese ritmo. Sonia era todas las mujeres que Bloyd encontraba y perdía venciendo la soledad. Esa dulzura negra, piadosa, de la mano del diablo saludando bajo la luz de la mañana, antes de trasladar los restos al monte, antes de arrancar la carne resistida. Sería una confesión y en cada historia alguna de las frases, quizás aquella que dejaba inconclusa, pertenecía al acertijo como la nervadura del hierro a los vitrales.