Libro Diez de Belén,
comúnmente llamado
Pretexto Mozart
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Capítulo 1
(Ezequiel: cincuenta y tres años. Albino. Miope. Paternal y
viscoso. Doctor en Medicina. Instinto de profesor. Retórica
destemplada. Solitario. Viudo. Heredero. Filatelista).
(Belén Gautier: diecisiete años, estatura
mediana, peso por debajo del normal, dolicocéfala. Leve
estrabismo ante los haces de luz. Sugestionable. Melómana.
Habitada por la memoria de su pueblo).
Capítulo 2
El decálogo sanitario se interpuso. A cada pregunta del
médico una mentira salta de mi boca. Tersa piel con
minúsculos dialectos. Su mirada: una lámina negra y
brillante. El médico afirma, ni siquiera eso, atestigua. Los
argumentos tienen la precisión del espéculo, no existen
más que en relación al fin. Se interesó lo
suficiente como para actuar. Sus dedos palparon. Arco íntimo.
Árbitro de la salud. Quiso celebrar el éxito con ternura
material: me desfloró en la camilla.
-¡Vas a terminar enamorándome!
-Ce n’est pas ma faute -respondí.
Capítulo 3
Algo cambió el idioma de Molière; cierto interés
por las membranas del alma tuvo lugar aquella mañana de nevisca.
La curiosidad de sentir a la joven recién curada sobre el hombro
salvador.
Capítulo 4
Nací en una colonia endémica. ¿Qué
significa eso? Un estímulo para crear malentendidos. Los
interrogantes sobre el origen lamen los barrotes de la ciencia. Un
enigma ejerce atracción, las circunstancias se vuelven
antecedentes, el contagio espanta, renueva profecías, da rienda
suelta al vencer por vencer.
Capítulo 5
Como los folletines por entrega había sido la curación:
cada semana una ronda de practicantes circundaba mi cuerpo. Detectaron
la sombra, repitieron la placa, se ordenó un cambio de
hábitos. Aunque no sea obedecida, la más simple
advertencia genera ilusión de bienestar, remarcó el
profesor Ezequiel.
Capítulo 6
Cambio mancha en el pulmón izquierdo por consolar a un viudo,
pensé dándome coraje. El viudo hubiera querido repetir el
coito cuando volvimos del paseo, pero el temor lo mantuvo cauteloso. Su
esposa había muerto a causa de una hemorragia. ¡Basta de
sangre! Dios quiere víctimas sufrientes. Mátalo o
alábalo.
Yo no tenía intenciones de imitarla. Voy a vivir hasta la
última arruga, resolví vehemente y surgió la
frase: No quiero compromisos.
Capítulo 7
La charla de pronto adquiere tono confesional. El instante de la sed
sin sed se aproxima. Fue único hijo de padres tan ocupados en
ellos mismos que sólo pudieron brindarle una relación de
hotelería. Empezó a salir con su esposa el día que
hicieron el juramento hipocrático; ella también era
médica. Siempre le fue infiel con Lucrecia, una prostituta que
conoció mientras hacía la residencia y que aún
sigue viendo todos los sábados.
-¿Metodistas?
-Soy agnóstico.
-¿Podría conocerla?
-¡No!
-¿Por qué?
-No querías compromisos...
-Ustedes me enseñarán a evitarlos.
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