Liliana Heer

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Prólogo
Libro
Reseñas

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©2003
Liliana Heer

Libro Once de la Vieja,
comúnmente llamado
Todo negro por dentro

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Capítulo 1

Este pingajo inútil perdió la gracia que tenía en la capilla. Sin gracia no hay merecimiento. Dios abandona y otros mandan. A usted también lo perdió. Quitan y echan. Lo van a atar al molino y obligar a parir. Mandan los que mandan señor cura. Yo creía que usted era uno de ellos. Por el aliento, sabe. Ese aliento pestilente es el mismo que chorrea mi cuerpo. Usted tenía un aliento rancio, de cosa que va pudriéndose despacio. Abría la boca y yo olvidaba los pecados. El aliento del cura es penitencia. Diga que se arrepiente de matar conejos. Diga que tiemblan cuando los ahoga. Diga que sufre el animal herido. Diga más, busque el perdón: mire los ojos, pura pupila y sobresalto.


Capítulo 2

Mandan los que mandan, señor cura. ¿Quién lo dejó entrar al galpón? ¿Qué le dijeron? ¿Lo obligaron a espiar? Déjeme verlo a contraluz. Todavía hay tiempo. Afuera está lleno de bestias. Los Kluger son hombres mansos pero cuando se hace oscuro les viene la violencia. Mentira que los hurones destripan. Hay escopetas, disparos, animales con perdigones en la quijada. Los revientan y caminan maldiciendo. No hay Dios que alcance, todo es mortaja. Yo les doy asco, sabe, pero cuando se aburren de sacudir jaulas se me acercan. Puras palabras. Si uno insulta, otro defiende. Como en los remates, el que grita fuerte gana.


Capítulo 3

Quíteme de encima estos críos, señor cura. Se burlan con la sed. Quieren que los amamante, ¿con qué? si ni carne tengo. Cada agujero su propia pestilencia. Es el aliento, sabe. Desde que tomé la comunión: la fe en el cielo. ¿De dónde sale tanta criatura? Gimen y gimen. Dicen que les pateo la cabeza. No es así, cuando me agacho se escurren por las tablas. Todo negro por dentro, todo negro. Abren y tiran. A veces pienso que los tiran muertos.


Capítulo 4

 Eso del Cristo en cruz, ¿a quién le da consuelo? Me ilusiono y después: después maldigo. Cuestión de truco el hueso. ¡Diga que se arrepiente! Quiero que la devuelva señor cura, tanto dolor es feo. ¿Quién inventa el martirio? Ni usted mismo lo sabe. Chupa tripa el aliento. Tiene que bendecirla señor cura, usted no la vio siquiera. Déjese de locos y bendiga: Miserere nobis. Tire la sotana en la pocilga. Déjelos sueltos, que se apareen juntos. Echan mano a las hostias los roñosos, yo no les hablo y miran. Miran con hambre, la tempestad en el estómago, baboseadas las manos, si hasta se ríen.


Capítulo 5

¿Dónde hay marcas azules? Sólo la vi dormida, carita de delfín, mi única hija. Esos locos me zumban. A rezar les enseño. ¿Y la sotana? Madre, me dicen. ¿Que si los he parido? Ni ese recuerdo tengo. ¿Cómo es parir? ¿Que nazca muerte? Haga las cosas bien, bendiga el agua así se abuena y la devuelve el río.


Capítulo 6

Toda la noche igual, mucha oración y en el medio del sueño voy hasta el barranco. A usted le digo la verdad mi cura, las aguas claman, me piden que entre en lo hondo: flotan los peces muertos, la carnada, redes de pescador, olor a agujero. Yo desato las sogas y camino, camino tan lento que ni asomo. Cuando hay barro, muñones, chocan las pezuñas.


Capítulo 7

Él también se despierta, olisqueando resopla, dulce la bocanada, tiene los dientes negros, muerde los dedos de hambre pero se aguanta. ¿Que si mató? ¿Quién sabe? ¿El hacha? Hizo la Virgen, padre, puso las flores dentro, nunca se enoja, va muy despacio, con la distancia alerta. Yo no me cuido de él, también la busca, lo dijeron los locos: Está en el fondo del río, si la querés buscala.


Capítulo 8

¿El cielo? Para qué la creencia si el dolor no se quita. Quíteme este dolor, hágalo a un lado. Sería capaz de todo. Déme la niña pronto, es tan chiquita que la vuelvo a parir si usted la encuentra.