Libro Doce de la Giganta,
comúnmente llamado
Ateh
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Capítulo 1
La giganta cumplía fervorosa los ritos musulmanes, oraba con las
manos sobre el piso, su rezo blandía la niebla. Sólo
sabía rezar hasta el día que aprendió a tejer para
olvidar el tesbih.
Capítulo 2
Dicen que la giganta orinaba de pie: feroz pureza. Dicen también
que nació en una isla situada a pocas millas del continente
africano. Creció tanto en el vientre que su progenitora fue
perdiendo existencia. Esto llevó a un científico a leer
su mapa genético: la giganta tenía en cada cromosoma una
doble vida en latencia.
Capítulo 3
He aprendido de memoria la vida de mi madre como si fuera un papel
teatral. Cada mañana la represento, visto sus trajes, despliego
su abanico, trenzo mis cabellos en forma de gorro. Actúo para
los demás, actúo hasta en la cama de mi amante. En los
momentos de pasión no existo, actúo tan bien que mi
pasión desaparece. Mi madre me ha robado de antemano todos los
amores, pero no le reprocho porque ella también fue despojada de
la misma manera. Si alguien me preguntara a qué se debe tanto
actuar, respondería: Trato de darme a luz una vez más.
Capítulo 4
Milorad Pavic escribió que la Giganta era una
reencarnación de la princesa Ateh, autora de un diccionario
sobre los cazadores de sueños.
Capítulo 5
Los cazadores eran una secta de sacerdotes, habitaban los sueños
de los hombres como quien se pasea por un jardín privado.
Permanecían en la morada crepuscular dedicados a encontrar
objetos, animales o personas a quienes domesticaban con diversos
métodos: técnicas que exigían el mayor cuidado o
la mayor crueldad, según la naturaleza de cada cazador. Entraban
fácilmente pero al salir sentían un agotamiento infinito.
Hasta los mínimos gestos estaban dificultados por el
cansancio.
Capítulo 6
Ateh tenía las letras del alfabeto dibujadas en los
párpados y en las noches claras los viajeros del Mar Negro
solían ver bandadas de pájaros cantando en clave sus
sueños.
Dicen que los ojos eran del color de la plata. Llevaba cascabeles en
lugar de botones, de acuerdo al sonido desde la calle se podía
saber si la princesa se vestía o desvestía. Ella
solía moverse con una extraordinaria lentitud, al extremo de
respirar con menos frecuencia de la que se estornuda.
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