Liliana Heer

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Prólogo
Libro
Reseñas

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©2003
Liliana Heer

Libro Doce de la Giganta,
comúnmente llamado
Ateh

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Capítulo 1

La giganta cumplía fervorosa los ritos musulmanes, oraba con las manos sobre el piso, su rezo blandía la niebla. Sólo sabía rezar hasta el día que aprendió a tejer para olvidar el tesbih.


Capítulo 2

Dicen que la giganta orinaba de pie: feroz pureza. Dicen también que nació en una isla situada a pocas millas del continente africano. Creció tanto en el vientre que su progenitora fue perdiendo existencia. Esto llevó a un científico a leer su mapa genético: la giganta tenía en cada cromosoma una doble vida en latencia.


Capítulo 3

He aprendido de memoria la vida de mi madre como si fuera un papel teatral. Cada mañana la represento, visto sus trajes, despliego su abanico, trenzo mis cabellos en forma de gorro. Actúo para los demás, actúo hasta en la cama de mi amante. En los momentos de pasión no existo, actúo tan bien que mi pasión desaparece. Mi madre me ha robado de antemano todos los amores, pero no le reprocho porque ella también fue despojada de la misma manera. Si alguien me preguntara a qué se debe tanto actuar, respondería: Trato de darme a luz una vez más.


Capítulo 4

Milorad Pavic escribió que la Giganta era una reencarnación de la princesa Ateh, autora de un diccionario sobre los cazadores de sueños.
 

Capítulo 5

Los cazadores eran una secta de sacerdotes, habitaban los sueños de los hombres como quien se pasea por un jardín privado. Permanecían en la morada crepuscular dedicados a encontrar objetos, animales o personas a quienes domesticaban con diversos métodos: técnicas que exigían el mayor cuidado o la mayor crueldad, según la naturaleza de cada cazador. Entraban fácilmente pero al salir sentían un agotamiento infinito. Hasta los mínimos gestos estaban dificultados por el cansancio. 


Capítulo 6

Ateh tenía las letras del alfabeto dibujadas en los párpados y en las noches claras los viajeros del Mar Negro solían ver bandadas de pájaros cantando en clave sus sueños. 
Dicen que los ojos eran del color de la plata. Llevaba cascabeles en lugar de botones, de acuerdo al sonido desde la calle se podía saber si la princesa se vestía o desvestía. Ella solía moverse con una extraordinaria lentitud, al extremo de respirar con menos frecuencia de la que se estornuda.