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Liliana Heer
Contratapa
Prólogo
Libro
Reseñas
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©2003
Liliana Heer
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Libro Trece del Tutor y la Niña,
comúnmente llamado
Neón
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Capítulo 1
A la hora de la siesta la Niña se escondía en la
caballeriza. Un vapor de orín y centeno espesaba su
respiración. Punta de dardos la piel. Perseguida, desafiante, el
impulso temprano deshuesado y simple de la curiosidad.
Traían fardos del campo, montañas de hierba seca.
Ella trepaba hasta alcanzar las vigas del techo y una vez allí
sólo quería volver a bajar para volver a subir.
A la hora de la siesta el mal humor del Tutor llegaba a su apogeo. Era
suficiente el zumbido de un insecto para desencadenar el
griterío. ¿Cómo diluir la tumba que estallaba en
su parietal?
Capítulo 2
Cuando tenía accesos de furia, el Tutor encerraba a la
Niña en el sótano. El mundo subterráneo donde todo
se podía cambiar de sitio era para ella un experimento, lo
oscuro se movía por empuje, por derrumbe; ella sentía las
pisadas arriba de su cabeza, los ojos dependían de la palabra
combustible, de la palabra fósforo. Que hubiera o no luz
transformaba la aventura en hielo. Un paraíso azul y anaranjado
si la iracundia del Tutor no trepanaba paredes, si la voluntad de
castigo no la encontraba desprevenida, si los bolsillos
contenían granos de anís, si al encender el sol de noche
ondulaban desgarros y lo negro desaparecía. Entonces, el tiempo
de lo visible, el ciclo que roba la voz fabulada y atesora sonidos
iniciaba su expansión.
Capítulo 3
Ir detrás de cada columna, envolver el vacío, rastrear el
hueco entre los hierros y la escalera, llegar al rincón de los
tachos, los grandes toneles cargados de estopa. Olores
narcóticos, hedores balsámicos. Buscar, revisar,
esconder, abrir sin otro propósito que palpar, lastimarse las
rodillas, los codos, las manos, dar impresión de haber sido
parte de los escombros, de las ruinas, tener la precaución de
disimular el entusiasmo para que el castigo siga siendo castigo y
responda a los mandatos del Tutor, a su vocación de sufridera.
Fingir estar dormida, letalmente dormida, muerta pero no tan muerta
como para que el hombre se asuste y crea que el susto paralizó
el corazón de la Niña.
Capítulo 4
El futuro le dio la razón, muy bien hizo en guardar el secreto;
eso sabía, callar y callar con uno y con otro, antes y
después. No le dijo al Tutor que detrás de los
elásticos. El boquete era pequeño como para un perro
grande. Tierra ingrata pero no del todo. Tampoco abrió la boca
con el peón de la caballeriza al descubrir el hueco de salida, y
eso que todavía pensaba que era fácil aumentar el
diámetro de un caño de acero. De qué le
habría servido a ella o a él entrar desde ahí al
sótano, se preguntaba como si en su vida la utilidad tuviera
algún sentido.
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