Liliana Heer

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Prólogo
Libro
Reseñas

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©2003
Liliana Heer

Libro Dieciséis de Hamlet,
comúnmente llamado
Gira la escena

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Capítulo 1

Sombra de mi sombra, padre amado, han corrido varios siglos desde tu última aparición y recién hoy me atrevo a convocarte. Lo hago sin excusas ni prejuicios, de la manera más franca, sabiendo que el juego con la hora del encuentro domina mis pasos, los posterga.


Capítulo 2

Hablaba a solas padre, para afuera y para adentro. Envuelto en las redes del infortunio todo era apariencia, aviso, presagio. De tal suerte, en la deriva arribé a una conclusión: No existe soledad en quien se escucha. Aunque hoy consideren a esa facultad de la mente, denominada introspección, un mecanismo elemental de la pregnancia del pan en leche tibia, en los albores de aquellos siglos ese resorte era desconocido. Yo cambiaba de sentir a consecuencia del pensar, sin necesidad de recurrir a terceros o ser permeable a bastardas influencias. Varias veces hablé largamente conmigo, tengo el inventario de los temas o, para ser más preciso, de las variantes que debatí en cada soliloquio; el núcleo era de una fijeza impenetrable.


Capítulo 3

El lenguaje reserva tempestades, aloja dolores, amenazas, desprecios, es una ciénaga ante la que no estamos nunca suficientemente advertidos; tarde o temprano el rumor de las palabras despide su veneno invisible y a la vez inmuniza como el mejor de los antídotos.


Capítulo 4

Ensayé varias formas de abordarte y me quedé con la más elemental: Necesito verte una vez más. Sigo creyendo que no hay otra forma de deshacer un nudo que volver a hacerlo en orden inverso. Entiendo que el ánimo de aquellos tiempos era otro, nos ligaba el dolor, la vergüenza, el deseo de venganza, el poder perdido en manos de un traidor. Nos ligaba también una mujer, la reina madre, tu muy querida esposa. ¿Adúltera?


Capítulo 5

Oh conciencia débil, brújula plena de embriaguez e ingenuidad, déjate horadar por el sonido, hazme incrédulo, permíteme pesar y medir el error, la confusión, el sin sentido, ayúdame a combatir al héroe trágico que hay en mí.


Capítulo 6

Hamlet, Ham, debes ceder, dar la bienvenida a los conflictos. Así llamaba mi atención, con un diminutivo que debe provenir de la infancia más temprana. Extraño período en el que la nitidez de tu rostro se desvanece y en su lugar está el cuerpo alegre del único hombre que me dio ternura. Debe haber sido él, mil veces besado llevándome a cuestas, haciendo cabriolas como caballo de circo para entretenerme. Fue Yorick, ¿quién si no? Él con su imaginación graciosa y fecunda susurraba: Ham, Ham, ¿dónde se esconde el príncipe Ham?


Capítulo 7

Recuerdas las inscripciones rúnicas, sentías un especial gusto en que leyera la piedra cincelada: “Goza de la tumba. Este es el espacio físico en el que reposas y además es la tumba que hicieron en tu memoria los supervivientes vivos como tú”.
Era una costumbre que te complacía hacer referencias al después, quizá por un gesto de época o simple premonición. El espíritu de la visita está íntimamente entrelazado con la ausencia, decías, mas no siempre quien llega es el esperado, a veces brota un caballo golpeando con sus cascos los portales. Extraños visitantes nos rodeaban, padre. Una letal excursión plena de mandatos legendarios: “A cualquiera que tuviese le será dado y tendrá más y al que no tuviese aun lo que tiene le será quitado”.


Capítulo 8

La voz de Ofelia, oída por un poeta austriaco perforó el muro de su encierro, viajó y viajó de un país a otro sembrando dalias, rosas rojas, narcisos, tulipanes, pasionarias, crisantemos. Una corona de nombres, calles caribeñas, nostalgia. Ceremonial en el campo santo donde el cómico de la lengua injertó la hache de Hamlet en medio del sintagma amor para incorporar flores de todos los aromas y repartirlas de mano en mano, como debería haber ocurrido aquella tarde en la fosa que los huesos de Yorick fueron forzados a dejar.


Capítulo 9

Dicen que Hamlet viene de Amleth que viene de Amlodi que viene de Aml-ód que viene de Onela: el loco. De la desesperación al aburrimiento, el drama solitario, las ideas basculantes, los derivados, el diario íntimo.
 

Capítulo 10

Siempre lo supe, padre, el vacío no necesita ser buscado, sobreviene y se extiende, uniforme y a la vez infinitamente veloz. Suelo aplicar ante esa tentación pacientes ventosas a la historia, experimento, observo a través del vidrio las deformaciones, lo corroído, lo inesperado. Conjugo alternativas, busco una fórmula más simple, más humilde, desamparada de filos preciosos, reducida al menos, al desequilibrio, al ensayo perpetuo, a la gracia y la desgracia sostenidas porque sí, a la pura sensación, al verbo.


Capítulo 11

Soy el Príncipe Latente, un peregrino inmóvil, mi tierra prometida sigue siendo la palabra, de sobra o en falta, nunca la estupidez del diálogo, la maravilla del diálogo, su dolor, la pujanza, el poderío, la estafa circular del dominio, esa condición teñida de cortesía con la potestad del turno: Ahora usted, primero yo.